El incendio y el dolor: canciones de la herida peruana
La música popular del país andino es un espejo de los rastros de racismo, alienación y violencia que han marcado la campaña presidencial
El Perú de estos días es, como lo describió el politólogo arequipeño Gonzalo Banda, “un campo de paja seca donde varios pirómanos caminan con un fósforo en la mano”. Las elecciones presidenciales han dejado al país en llaga viva. Pero la herida de la que ahora brotan rencores ya existía: la alienación de las élites limeñas y el racismo hacia los cholos, los resentimientos entre “el campo” (la sierra, la selva) y la capital, la desconfianza entre los ganadores y los desplazados del modelo económico; todo eso ya estaba allí y es mucho más complejo y contradictorio que la narrativa de una lucha entre “el comunismo” (o el “terrorismo”) y “la libertad”, que ha intentado imponer el establishment peruano. No es que sea un discurso muy original. Esconde, tras el miedo y el maniqueísmo, la diversidad y la historia de aquellos que se le oponen. Porque la chispa también estaba allí.
El punk empezó en un pequeño local de Lima. O al menos así lo certifica una placa en el cruce de las calles Miguel Iglesias y Julio C. Tello de la capital peruana: “Aquí nació el movimiento punk-rock en el mundo. Los Saicos, 1964”. Más de una década antes de que Ramones, The New York Dolls o Sex Pistols encendieran la mecha oficial del género, ahí estaban ya Los Saicos haciendo cosas primitivas y peligrosas. El tema Demolición empieza con algo previsible para la época: una guitarra surf con sonido de abejorro y unos tresillos de batería a lo Bo Diddley. La sorpresa llega con el grito de guerra —“tatatatayayayaya”— y un ritmo acelerado que acompaña el estribillo: “Echemos abajo la estación del tren”. Demolición es el rock garajero, sucio y rápido, con letras incendiarias que sellaría Iggy Pop años después. La leyenda cuenta incluso que unos vídeos caseros de Los Saicos subieron desde los Andes hasta llegar a Detroit para inspirar a Iggy y sus The Stooges.
Semilla punk o no, Demolición ha encarnado siempre un espíritu de protesta en el Perú urbano. Ahora, el afán de algunos medios y dirigentes limeños por asociar el movimiento de Pedro Castillo, presidente electo, con el terrorismo —lo que en buen peruano se llama “terruquear”— ha consolidado también como símbolo de protesta Flor de retama, un popular huayno del departamento de Ayacucho. Allí, en los Andes del centrosur peruano, en la capital de la región más azotada por el terrorismo desde los años ochenta, Pedro Castillo cantó a capela durante su campaña aquello de: “Los Sinchis entrando están / En la plazuela de Huanta / Los Sinchis rodeando están / Van a matar estudiantes”. La canción no habla de Sendero Luminoso: los Sinchis eran la unidad de paracaidistas de la policía peruana especializada en contrainsurgencia. En junio de 1969, al menos 20 estudiantes fueron asesinados en Huanta, un pueblo de Ayacucho, cuando protestaban contra la dictadura de Juan Velasco Alvarado. La flor amarilla de la retama que vuelve a nacer cada primavera simboliza la memoria y la esperanza.
Desde los elegantes salones europeos, pero mezclado en tiempos coloniales con los sonidos prehispanos llegó el vals peruano. Despojado del origen cortesano, El plebeyo fue escrito en los años treinta del siglo XX por el compositor Felipe Pinglo Alva. Ya en los cuarenta, Los Morochucos, un emblema de la canción criolla peruana, popularizaron este lamento por el amor censurado entre clases sociales: “Señor, ¿por qué los seres no son de igual valor?”. Es la historia imposible de Luis Enrique, “el plebeyo, el hijo del pueblo”, con ella, la “aristócrata”, “de noble cuna”. Un drama universal, argumento de la mitad de las telenovelas del mundo, que se actualiza con el desprecio abierto de la derecha hacia los votantes de Castillo.
Del otro lado, orgullo y rencor. Castillo, un profesor mestizo y de la sierra pobre, ha denunciado unas desigualdades arrastradas desde el virreinato y prolongadas por esa especie de nuevo sistema de castas que el mercado dicta en el Perú criollo. El mismo discurso que está en las canciones de Luis Abanto Morales sobre la vida de las gentes mestizas de la sierra, los cholos, según al apelativo despectivo de las elites blancas y urbanas. “¿Quieres que me ría? / Mientras mis hermanos son bestias de carga / Llevando riquezas que otros se guardan”. Los cholos “como topos, escarba y escarba”.
Las marineras, un baile popular en todo el país, también tienen muchas veces como protagonistas a los trabajadores rurales. En este caso de Arequipa, la segunda ciudad del país. El regreso del héroe es el tema de Montonero arequipeño, casi un himno de la provincia que suena en todas las fiestas populares. Durante la guerra civil de mediados del siglo XIX, el labrador cambia la azada por los fusiles cuando suenan las campanas. Después de la batalla, retorna a “su preciosa morena”. En Arequipa, una tierra que ha parido temperamentos como el de Mario Vargas Llosa, el partido de Castillo ganó por casi un 65% de los votos, pese a la “ardiente” campaña del Nobel peruano a favor de Keiko Fujimori.
El fujimorismo ha inspirado suficientes canciones como para justificar su propio subgénero, pero para restaurar la tradición musical que utilizó Alberto Fujimori en su última campaña presidencial —año 2000— con la tecnocumbia El ritmo del chino, vale la pena recuperar el guiño de un clásico: Eres mentirosa. Aunque Los Mirlos hablen del quemado mito de la mujer fatal que lleva a la perdición a los hombres, esta cumbia amazónica resuena como cortina de fondo de la campaña de desinformación con la que Keiko Fujimori ha intentado imponer la versión de un fraude sistemático luego de las elecciones. El sonido caribe de la cumbia subió a las montañas, se perdió por los cerros y la selva para bajar de nuevo a las ciudades convertida en chicha peruana. Una música de migrantes y para migrantes que, en su viaje a las ciudades, va dejando atrás el pueblo idealizado. Como canta El Chacalón en Soy provinciano: “Busco una nueva vida en esta ciudad / Donde todo es dinero y hay maldad”. La chicha nació en los 60 y manda siempre la guitarra y los pedales de efectos psicodélicos de la época.
La explotación y el dolor también tienen su rastro en la música afroperuana. “María de andar sufriendo. Sólo trabaja. María sólo trabaja, sólo trabaja, sólo trabaja”, canta Susana Baca, una de las exponentes contemporáneas de la tradición. El apellido de María, Landó, es un género en sí mismo. No está muy claro si sus raíces negras son africanas o pasan por el tamiz brasileño. El punto de inicio es en todo caso el comercio de esclavos durante el virreinato. En Toro Mata se celebra que el torero venza en el ruedo porque así al menos los esclavos podrán comer carne.
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