Zoé Valdés, escritora: “En Francia soy feliz; en ese oscuro rincón cubano sigo siendo muy infeliz”
La autora de ‘La nada cotidiana’ publica ‘La intensa vida’, memorias fragmentarias donde evoca su infancia en Cuba, los años ochenta en París y su largo exilio francés
Zoé Valdés (La Habana, 63 años) vive lejos del mundanal ruido, en un pueblo en el límite entre la inmensa área metropolitana de París y la apacible campiña francesa. La autora de La nada cotidiana y Te di la vida entera publica en la editorial Berenice La intensa vida, unas memorias fragmentarias por donde desfilan episodios de su infancia en Cuba, los años ochenta en París y Barcelona, su exilio francés a partir de 1995 y sus encuentros con personajes como Samuel Beckett o el pintor Balthus.
Pregunta. ¿Qué hace una cubana como usted en un lugar como este?
Respuesta. Soy de ciudad. Viví en La Habana y treinta años en París, y estoy aquí desde diciembre del año pasado. Estoy como Bebo Valdés, que cuando le preguntaron: “¿Por qué se queda en Suecia?”, dijo: “Porque me encanta la nieve”. Me gusta el orden cartesiano del campo y los bosques franceses. En Cuba es el monte, la manigua, el matojo, todo desordenado.
P. No tiene nada que ver con el lugar donde usted creció.
R. Nada que ver, pero está bien buscar otras cosas. A veces las buscas y otras el azar te pone en el lugar que tú ni siquiera podías imaginar que podrías ser feliz. Y yo aquí soy muy feliz.
P. ¿Ha sido feliz en Francia?
R. Ha sido duro y triste al principio, pero aprender a mí me hace feliz, la búsqueda de la libertad. Como cubana sí he sido infeliz, porque el exilio no es un regalo. El exilio obligado es una imposición y un castigo.
P. ¿Una se acostumbra al exilio?
R. Una se acostumbra porque no hay más remedio. No me gusta la palabra nostalgia, pero siempre hay una impotencia de no poder volver al lugar que naciste.
P. ¿Le gustaría volver?
R. Cuando haya libertad y democracia.
P. ¿Cree que va a volver?
R. Igual no, mucha gente se ha muerto en el camino esperándolo. Cuba es un caso aparte, extremadamente crítico, más de 63 años de dictadura. Nos tocaría ya volver, hace rato que nos habría tocado, pero todo se ha confabulado para que eso no suceda. Y cuando digo todo, no me refiero solo dentro de Cuba, sino a que todo se ha confabulado en el mundo para creer que Cuba es un paraíso, que la revolución es eterna, que el cubano vive en el mejor de los sitios posibles. Y, sin embargo, nadie se va a vivir allí, todo el mundo se va a vivir enfrente: a Estados Unidos.
P. ¿Ha tirado la toalla?
R. No. Como José Martí, tengo la convicción de que Cuba será libre y que estamos en ese camino. El camino ha sido complejo y duro para muchos. Además, se lo prometí a mi hija, que nunca ha vuelto. Salimos juntas, cuando ella tenía un año y dos meses, y le dije: “Volveremos juntas”.
P. Se refiere a Cuba, en el libro, como “Aquella Mierdeta”, “Aquella Cagarreta” o “la Ínsula de Cagonia”. ¿Por qué usa estas palabras?
R. Para mí, Cuba, en el sentido político y social, es eso: lo que yo percibo es ese mal olor, el mal olor de la mierda que la rodea. No he sido la única, como escritora, que lo ha percibido así. Recuerde El color del verano, de Reinaldo Arenas, o de Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante. Por suerte tengo grandes maestros e influencias literarias y humanas.
P. El mal olor, ¿es metafórico o real?
R. Cuando yo era niña, salía de la escuela y llovía, y –esto no lo he visto en ningún otro lugar del mundo– la hierba se pudría al momento y se podía oler al momento un olor horrible. Eso me marcó. Yo vivía en un solar donde la mierda chorreaba desde el primer piso hasta abajo por las escaleras. Ese olor me ha acompañado siempre con relación a mi infancia y a Cuba. Es ese olor a sucio, que es el olor de los países totalitarios.
P. Así que no es una metáfora.
R. No, no. Yo soy una persona enferma por el totalitarismo, porque los totalitarismos enferman. El olor fue real en mi caso. Yo no viví en un hotel maravilloso como los que van los turistas en Cuba. Viví en un solar que se derrumbó, después en un albergue durante dos años, después en las lunetas de un cine durante cuatro años...
P. Una enferma por el totalitarismo, dice. Un enfermo se encuentra mal.
R. Yo me encuentro mal: mi única medicina es escribir, por eso no he dejado de escribir nunca. Es el único remedio que he encontrado, y tengo esa posibilidad porque Dios me dio el don, como decía Truman Capote: cuando te dan un don te dan un látigo. Guillermo Cabrera Infante enfermó, Reinaldo Arenas se suicidó, y eso nos ha marcado. La vida mía es esa.
P. ¿Le ha funcionado esta medicina?
R. Un ser humano y menos un ser cubano –porque hay una diferencia entre un ser humano y un ser cubano– no es solo una parte: son muchas partes, y en el exilio te fragmentas mucho. En el camino de la búsqueda de la libertad, en Francia, con otros ambientes, escritores, otras culturas, soy muy feliz. Sin embargo, en ese oscuro rincón cubano sigo siendo muy infeliz. Hay una parte sombría: mis padres murieron en el exilio, no querían más que regresar a Cuba, mi hija no ha podido volver... Mi país era maravilloso, un país con una cultura maravillosa. Que no se hagan ilusiones los totalitarios: aunque la cultura es lo primero que quieren destruir, nunca lo consiguen del todo.
P. Está enfadada con la izquierda, ¿verdad?
R. Yo no puedo ser de izquierdas. Yo fui de izquierdas. Todo el que vivió en Cuba fue de izquierdas: no había otra opción. Tenías que serlo con la pistola en la cabeza. Y de una izquierda que no es la que ustedes, en libertad, conocen. No soy yo quien está enfadada con la izquierda, y que yo lo esté no es importante. Ni se trata de enfados. Es la izquierda quien está enfadada con la verdad y consigo misma. Las atrocidades no las cometí yo: las cometieron regímenes en nombre de la izquierda.
P. Hay una izquierda antitotalitaria.
R. Sí, la hay: la que produjo en España, con la derecha, una transición. Pero estamos yéndonos a otra parte hoy. Hablo de España porque España es mi país también y tengo miedo por la deriva en España. Ese Gobierno de Pedro Sánchez, desde el primer día, no me lo creí.
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