Flavita Banana, dibujante: “Tomo antidepresivos. Todavía hay gente que no ve esa relación entre humor y tristeza”
La viñetista publica un tomo recopilatorio de sus ilustraciones costumbristas cargadas de humor y comenta para EL PAÍS el proceso creativo de diez de ellas
La llegada de Flavita Banana (Oviedo, 37 años) es una ola de energía que inunda el Teatro del Barrio de Madrid. Abraza a los organizadores del evento y pide una cerveza. Mientras transportan los ejemplares de su nuevo tomo, Archivos lunares (¡Caramba!), a la sala donde los firmará y acogerá a sus lectores, canturrea, pletórica: “Libros gordos, libros gordos, 19 cajas de libros gordos”. Contrariamente a lo que se podría deducir de los títulos de sus recopilaciones de viñetas (Archivos estelares, Archivos cósmicos, Archivos espæciales), esta dibujante afincada en Barcelona no se centra en asuntos astronómicos, sino que se adentra en temas cotidianos y de actualidad para comentar la realidad contemporánea, casi siempre subrayando su absurdidad, a veces su hipocresía y en ocasiones su delicia.
De niña, jamás se le había pasado por la cabeza ser dibujante: “Tuve muchas fases. Quise ser soldado, enfermera… Cosas muy raras. Lo de soldado me venía por querer hacer un oficio masculino, por llevar la contraria. Pero ni sabía que viñetista fuera una profesión. Y fíjate que se ha acabado cumpliendo, porque este es un oficio bastante masculino”. Fue en una jornada de puertas abiertas de la universidad cuando se planteó estudiar algo relacionado con la ilustración: “En ese momento yo estaba haciendo el bachillerato científico y se me daba bien sacar buenas notas. Pero ese día me di cuenta de que tenía que elegir algo para el resto de mi vida. Me metí en una clase de psicología por probar y me sobé. Pero de repente, entré en un aula chiquitita, donde estaban dando una charla de artes y diseño. ¡Era tan pintoresco todo! El edificio de la facultad, que está en el Raval, parecía Hogwarts”.
Como la Escola de la Massana en la que se impartía esa carrera era privada, su madre no pudo pagarle los estudios, pero ella no desistió: “Me dije: ‘¡Pues voy a currar, no pasa nada! ¡Un reto, venga!”. Haciendo “malabarismos impensables”, cursó los cuatro años de carrera y luego tres de grado superior de Ilustración trabajando “de todo”. “Ahora lo pienso y creo que se notaba bastante que me pagaba yo la carrera. Intentaba sacarle el máximo provecho a cada clase porque sentía cada euro en cada hora”, rememora.
Desde 2021 publica día sí, día no en EL PAÍS, pero cuando la contrataron por primera vez en el periódico para la revista S Moda en 2014, estaba trabajando en una empresa informática. “Las hermanas Pacheco, que estaban haciendo la tira de la revista, decidieron dejarlo y propusieron mi nombre. De repente, después falleció Forges, se recolocó todo en el periódico y pasé a estar los domingos. Y hace poco me hicieron un huequillo sin muertes necesarias en la sección de Opinión”, relata.
Al principio se planteó cómo encajaría en el periódico su trabajo, que podría calificarse de feminista, pero explica que se tuvo que quitar esa idea rápidamente de la cabeza: “Si dibujas para encajar con un cierto público no se sostiene el engaño mucho tiempo. Creo que hemos experimentado una evolución mutua: antes tocaba temas más cotidianos y ahora he abierto un poco las miras, he empezado a hablar del mundo, de política, de la sociedad. Y también he conocido a gente mayor a la que le gusta mi trabajo. Por ejemplo, el señor del estanco de mi barrio. Me miran un poco como si fuera un unicornio, ¿sabes? Porque alguien que trabaja para el periódico que les gusta haciendo dibujos les parece algo muy místico”.
Además de hablar de feminismo, en Archivos lunares la ilustradora trata el tema de la dependencia del móvil, las redes sociales, la tecnología. “Empecé criticando que fuéramos tan adictos, pero me estoy empezando a meter un poco más con quienes se quejan de que seamos adictos, porque esto va a seguir así, y va para largo. ¡Si quieres vivir amargado escandalizado con el uso de los móviles es cosa tuya!”, expone. También hay bastantes viñetas sobre el placer de la lectura y la imaginación de los niños. “De pequeña era muy pedante, una sabelotodo. En mi casa se motivaba la lectura, el estudio, todo lo que tuviera que ver con la cultura. Ya que tuve esa suerte, intento mostrar niños y mujeres que leen en las viñetas, para que las personas que lo hagan sin ese apoyo de la familia no se sientan tan solas”, aclara.
—¿Cómo definiría su estilo?
—Tosco. Bruto. Sucio, a nivel de tinta. Más un medio que un fin.
—¿Qué es algo de usted que la gente no espera?
—Tomo antidepresivos. Y creo que los voy a tomar por mucho tiempo. Todavía hay gente que no ve esa relación entre humor y tristeza o depresión. A veces, con las viñetas, intento dar consejos de vida para estar mejor. Y habrá quien diga: ‘¡Qué afortunada, ella! Los puede dar porque está bien’. Pero estoy bien por un proceso.
Archivos lunares empieza con una nota del cómico catalán Andreu Buenafuente. En ella, escribe: “Considero a Flavita una pariente aventajada (y mucho) de lo que llamaremos ‘familia de la comedia’ o ‘personas que con el escudo de la risa y la ironía nos defendemos de un mundo cada vez más hostil, injusto y ridículo’. Tenemos a una mujer libre, gamberra, curiosa, joven e inquebrantable. Es generosa, tiene los pies en el suelo, la cabeza en las nubes y a los amigos muy cerca. Y de ahí sale todo a borbotones”. Cuando se acaba la entrevista, la ilustradora se apresura a abrazar a más gente que acaba de llegar.
Flavita Banana en 10 viñetas
La dibujante comenta algunas de las mejores viñetas de su nuevo tomo Archivos lunares.
1. Aceptar nuestro cuerpo
2. Viajar leyendo
3. Espionaje
4. Día de Todos los Santos
5. Refugiados de Ucrania
6. Reducir plástico
7. ‘Co-workings’ y jubiladas
8. Adicción al móvil
9. Dios no escucha
10. Educación productiva
Babelia
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