Reiniel Pérez, poeta cubano: “Me tranquiliza el espectáculo de la belleza en un país donde la belleza calla tanto”
El ganador del Premio Loewe 2022 asegura que intenta “escribir para ese hombre futuro, como quería Lorca, que no tenga hambre”
Con la que está cayendo en Cuba, cuando mires adonde mires y hables con quién hables tienes la sensación de que la desesperanza pesa demasiado, es grato y alentador encontrarse con un joven cubano de provincias como Reiniel Pérez, premiado por el libro de amor Las sílabas y el cuerpo en el última convocatoria del Premio Loewe de Poesía. A sus 23 años, Pérez se ha convertido en el ganador más joven en la historia de este prestigioso concurso internacional fundado en 1987 para impulsar la calidad en la creación poética en lengua española, el más importante otorgado en España con este fin fuera del ámbito institucional. Oriundo de Santa Clara, ciudad situada a 280 kilómetros al este de La Habana, Reiniel agradece este origen: “Nacer al centro del país, alejado de cualquier urbe devoradora, me ha dado el sentido de lo calmo, de la tranquilidad. Me encantan los pueblos pequeños por los que no pasan autos, donde la gente calla para no despertarse de sus modorras. Desde pequeño he visto las cosas como si tuvieran otra vida profunda y misteriosa que solo se nos revela a través de la persistencia”.
La sorpresa que supuso la concesión del premio de la Fundación Loewe a un desconocido estudiante cubano de lenguas extranjeras en una final con 35 participantes (se presentaron en total 1.976 manuscritos de autores de 38 países), fue todavía mayor por el entusiasmo con que su obra fue recibida por el jurado, que estuvo presidido por Víctor García de la Concha. “Las sílabas y el cuerpo es un libro sorprendente por la unidad de sus diez largos movimientos, mantenidos en tono, un tipo de verso y una temperatura de lenguaje admirables. Se trata de un gran libro de amor brillantemente escrito y expresado con un sistema próximo al versículo de Saint-John Perse, más que al de Vicente Aleixandre, y en el que se advierte una atrevida voluntad de innovación muy bien planteada y resuelta”, dijo al dar a conocer el fallo el poeta y filólogo Jaime Siles. Y señaló además: “Alguna vez el Loewe ha ratificado la trayectoria de un poeta; esta vez se trata de un descubrimiento”.
Llegar tan joven hasta ahí, después de haber ganado este mismo año en su país otro relevante premio por el poemario Elegías del inocente y el maldito, ha sido posible por su fidelidad desde niño a la literatura y a la experiencia poética. “Decir, pero sentir. Las palabras en un corazón vacío son sombras sobre un jardín”, afirma Reiniel. Recuerda la primera vez que su padre llegó a casa (él tenía 11 o 12 años) con una colección de libros de tapa blanda llamada Biblioteca Familiar, los volúmenes de poesía eran azules y los de narrativa y ensayo rojos, y entonces comenzó a leer a Neruda, a Vallejo, la antología de poemas de amor hispanoamericanos preparada por Benedetti… “Fue el descubrimiento del descubrimiento. A veces no quería salir a jugar futbol, me demoraba sobre una página, me tranquilizaba el espectáculo de la belleza en un país donde la belleza calla tanto”.
Leyó en su adolescencia a Octavio Paz, Pessoa, Dante, Shelley, pero también narrativa, ensayos, cuentos. “El Quijote fue una epifanía, la Ilíada y la Odisea también. Fiel lector de Verne también lo fui de Dostoievski, Kafka, Proust, Thomas Mann. Entrar a la literatura fue como aproximarme a un templo y adentrarme para convertirme en un adepto”. De pronto no bastó lo leído. “Quería agregar belleza al mundo, quería levantar la palabra y pintarme, quería existir en lo que sentía”. Comenzó, curiosamente, con poemas de amor, los más peligrosos. “La poesía es un grito, callamos para escribirla”, dice.
Desde que Las sílabas y el cuerpo fue galardonado en octubre (el premio Loewe, dotado con 25.000 euros, se entrega en marzo y el libro será publicado en la colección Visor de poesía), a Reiniel le han preguntado en varias ocasiones por la situación crítica que vive su país y cómo le es posible abstraerse. “La vida en Cuba es dura, eso es una realidad. Pero creo que, perennemente, uno tiene que soñar, crear, levantar ese lugar dónde la estética sea la única ética posible”, afirma.
Que exista crisis, asegura, “no quiere decir muchas veces que el alma está en crisis, que la imaginación agoniza. Intento sobreponerme a todo eso, intento escribir para ese hombre futuro, como quería Lorca, que no tenga hambre”. Dice que “debajo de las carencias y de la miseria” siempre ve “las almas que laten, a los hombres que cierran los ojos y todavía sueñan, porque si no, no valdría la pena escribir poesía”.
Señala que aunque en sus versos hable de “preocupaciones eternas, de lo que el hombre siente y sentirá”, también está presente siempre su país y sus contemporáneos. “No importa que hable de mi mujer, de mis amigos, de mis padres, siempre estoy hablando del país, porque el país es todo eso y soy yo, porque el país es un recuerdo y es un cuerpo, no es la tierra, ni una circunstancia”.
En estos momentos Pérez está estudiando inglés y francés en la Universidad Central Marta Abreu de las Villas y comienza a traducir los primeros poemas de autores que aprecia. Dice que es cubano pero vive en la patria de la poesía, tengo la lealtad del mundo y la obediencia de una patria que llevo siempre conmigo. En su obra están “las lecturas, los desencuentros, las conversaciones, las amistades, los amores…”, y divide su “ser cubano con el universal, el ser que habla todas las lenguas y siente en miles de regiones”.
Así comienza uno de los poemas del libro ganador del Premio Loewe 2022: “Eras un pájaro invisible y te me escondías entre la ropa o en la espalda; a veces cantabas desde la frente bajando desnuda hasta la soledad de mis huesos…”. Ese es el territorio de Reinel, que opina que “hay un cierto vicio” entre sus contemporáneos de querer ser un poeta de este o aquel lugar, de La Habana, de Santiago. “Yo soy cubano por encima de cualquier ciudad, pero al llegar al mundo ya soy todos los hombres”. La poesía es su “manera de buscar una amplitud que no existe”, y también “de encontrar la música de las estrellas que callan”.
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