Qué pasa cuando 950 adolescentes debaten sobre el futuro con la pensadora Marina Garcés
La filósofa barcelonesa ha iniciado la Bienal del Pensamiento con un coloquio con jóvenes de 16 institutos de Barcelona reunidos en una plaza
Como en esos instantes previos a una primera cita, este martes había intriga y risas nerviosas poco antes de una charla matinal en la plaza Joan Coromines de Barcelona. Solo que aquí había que sumar la explosión hormonal de 950 asistentes entre los impredecibles 15 y 17 años. “Sabemos que venimos a hablar del futuro con una filósofa que se llama Marina Garcés. Es curioso porque cada uno de nosotros lo percibimos de forma distinta. Por eso no sabemos qué va a pasar”, contaba Victoria Gutiérrez, de 16 años, alumna de Bachillerato en el IES Mediterrania de Castelldefels (Barcelona).
Con la esperanza de convertirse en enfermera y con la sensación de que le costará independizarse de sus padres, Gutiérrez formaba parte de uno de los múltiples corrillos que abarrotaron ese rincón del Raval barcelonés sobre las once de la mañana. Una postal atípica y diversa en horario escolar, con casi un millar de chavales con estilos y orígenes distintos. Allí se vieron chaquetas con la cara de la estrella pop Nicki Minaj en su espalda, mochilas caídas por las rodillas, pendientes de aro rizados, camisas de marca cara, fachalecos, tote bags con lemas como “Si es amor, no tiene que doler” y decenas de bocatas envueltos en papel de aluminio traídos de casa.
En el corrillo de Victoria, formado con cuatro compañeros de clase —Sofía, Ana, Lorenzo y Víctor—, no se derrochaba, precisamente, optimismo frente a la idea de su destino. “El futuro lo vemos mal, la verdad”, dijeron casi todos a la vez. ¿Qué exactamente? “Pues el cambio climático”, afirmaron al unísono Victoria y Sofía. “Que la economía se viene abajo y la gente se muere de hambre”, añadió Ana. “A mí me preocupa el fútbol”, apeló Víctor, porque siempre hay un Víctor en cada clase listo para desdramatizar cuando se intuye un mínimo de intensidad conversacional.
Desde centros de Terrassa a los de barriadas como la Florida de Hospitalet, pasando por institutos del Raval o de zonas de rentas altas como Sant Gervasi o Sant Cugat del Vallès, 950 alumnos de 16 centros educativos de distinto contexto socioeconómico de Barcelona estaban convocados a participar en El tiempo de las promesas. Una conversación sobre el futuro, un coloquio con la ensayista y profesora Marina Garcés. No puntuaba ni saldría en examen, pero esa charla inauguró la tercera edición de la Bienal del Pensamiento que impulsa el Ayuntamiento y la directora del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), Judit Carrera, que abrió el acto, destacó que si se iniciaba con todos ellos era “por la necesidad de voces que nos ayuden a imaginar otro futuro posible”.
Tras escuchar unos audios pregrabados en los que varios alumnos personalizaban sus promesas —“esforzarme en mis objetivos”, “ser mejor persona”, “animar a mis amigos a acabar con la pobreza”, “en 20 años triunfar en la vida y recuperar el honor de mi familia” y hasta “ganar un Oscar y dedicárselo a mi madre”—, Marina Garcés animó a imaginar un futuro en comunidad. “En un mundo que parece renunciar al futuro, cuando se multiplican los discursos que os dicen que no lo tenéis: tendréis futuro si tenéis presente”, dijo.
La ciudad como escenario de “promesas rotas”
Frente a unas ciudades que “son espacios de promesas falsas y rotas”, Garcés reclamó la necesidad pensar con las voces del presente para entender qué palabras nos vinculan a espacios de compromiso común. “Si no sabemos imaginar el futuro es porque no sabemos qué compromisos tenemos. Tenemos que construir una memoria de la voluntad, una memoria colectiva” insistió.
Exponiendo referencias de Nietzsche (“criar a un animal capaz de hacer promesas es la labor de la naturaleza que nos ha dado a los seres humanos”), Kant o Hannah Arendt (“la promesa desafía la incerteza”), la ensayista reflexionó sobre cómo la sociedad ha acomodado la idea del pacto en el amor y en los cuidados inventándose el matrimonio o las hipotecas, reforzando la idea del castigo social. “Muchas de las promesas de la vida en común las hemos delegado a la deuda, a la culpa. Nos han convertido en deudores e infractores”, alertó. También hizo reflexionar a los asistentes sobre la idea de Europa: “¿Cuántas promesas contiene la palabra Europa? Muchos de vosotros o de vuestros padres vinieron a Europa en nombre de una promesa. Los que somos europeos también estamos decepcionados y decimos Europa como todas las promesas que no se han cumplido”, lamentó.
“¿Qué y a quién prometerías algo?”
En un ejercicio de imaginación colectiva, la ensayista pidió a los asistentes pensar durante varios segundos qué promesa enviarían desde su móvil en ese momento: ¿a quién se la mandarían: a un familiar, a un amigo?, ¿qué sería?, ¿bebería de un recuerdo o sería un deseo? La mayoría de los asistentes se volcaron en la idea de familia y amigos. Solo unos pocos afirmaron haber pensado en una promesa de país, a sus fallecidos o una hecha a Dios.
“Una promesa es personal, política, sencilla y ética. La promesa no dice quién soy yo, dice: ‘Aquí me tienes’. Dice: ‘Cambiaré a lo largo del tiempo, pero me puedes seguir teniendo aquí’”, concluyó Garcés. Y ahí abrió la veda a un coloquio anárquico y genial, rebosante de aplausos y risas por la valentía de coger un micro ante tal audiencia cuando uno tiene 16 años. Fue entonces cuando esos chavales tan distintos alzaron la voz para verbalizar sus dudas existenciales: “¿No están las promesas sobrevaloradas? Yo me hago muchísimas con mis amigas y luego las olvidamos”, “¿Qué pasa con las promesas que nos rompieron en el pasado, se pueden rehacer?”, ¿Es mejor prometerme algo a mí mismo o hacerlo con los demás?”. Y también hubo quién manifestó sus propias promesas, verbalizándolas al viento, entre las que se vislumbraba esa lucha que se mueve entre la tiranía de la individualidad o la esperanza en la idea de comunidad: “Quiero sacarme el Bachillerato para tener un buen futuro”, “prometo a mi madre que triunfaré en el básquet” o una que se ganó ovaciones, como la alumna que dijo: “Prometo que si llego al Govern, haré promesas de verdad”.
Al acabar, entre la multitud, Victoria Gutiérrez, la estudiante de Castelldefels que abre este texto, salía contenta: “No me imaginaba para nada que esto fuera así, pero ha estado bien pensar en el futuro juntos. Me ha gustado”.
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