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Muere Bruno Latour, filósofo de la ecología y uno de los pensadores franceses más influyentes

El autor de ‘¿Dónde aterrizar?’ era la prueba viviente de que el intelectual en Francia sigue disfrutando de respeto

El filósofo Bruno Latour, el 3 de septiembre de 2021.
El filósofo Bruno Latour, el 3 de septiembre de 2021.JOEL SAGET (AFP)
Marc Bassets

Centenares de personas, muchos de ellos estudiantes veinteañeros, se habían congregado en la Gran Anfiteatro de la Sorbona, escenario desde hace siglos de lecciones magistrales de sabios de todas las disciplinas. Las estatuas de Descartes y Richelieu que flanquean la sala observaban el panorama con severidad. Sobre el escenario, el filósofo Bruno Latour hablaba del suelo inestable en el que se mueven los humanos contemporáneos y de un mundo de conflictos múltiples. De la guerra en Ucrania y de las “guerras climáticas”. De la tragedia griega. De Europa.

“Debemos dirigirnos los unos hacia los otros, sin rey ni zar al que suplicar”, dijo. “No hay autoridad a la que dirigirse. Estamos a la espera”. Era el 23 de mayo pasado, durante un coloquio organizado por la revista Le Grand Continent, y fue uno de los últimos discursos de Latour, que este fin de semana murió en París a los 75 años después de una larga enfermedad, según fuentes familiares a Le Monde.

Latour era la prueba viviente de que, pese a que los tiempos de Foucault, Bourdieu y Derrida empiezan a quedar lejos, y los de Sartre y Camus todavía más, el intelectual en Francia sigue disfrutando de influencia y respeto, y aún puede agitar el debate público sin caer en demagogias ni participar en tertulias televisivas. The New York Times lo llamó hace un tiempo “el filósofo francés más famoso y también el peor entendido”. El autor de ¿Dónde aterrizar? (Taurus, en español) y de una obra amplia sobre disciplinas que van de la ciencia y la técnica a la ecología, no era un filósofo aislado en la torre de marfil. Al contrario.

Las conferencias de Latour podían congregar multitudes. Organizaba exposiciones y participaba bienales de arte contemporáneo. Colaboraba con autores de teatro y exponía sus ideas en performances interactivas. Trabajaba con científicos para desarrollar sus teorías sobre este mundo en tensión medioambiental. Como recordaba en un artículo de 2021 el ensayista Frédéric Martel, acuñó o contribuyó a difundir conceptos como “zonas a defender”, “modos de existencia”, “actantes”, “zona crítica” o “teoría de actor-red”.

Lo leían los universitarios y los políticos. El presidente francés, Emmanuel Macron, explicó hace unos meses que, junto al alemán Peter Sloterdijk, Latour era su pensador contemporáneo de referencia. Este domingo, tras conocerse la noticia de su muerte, glosó en la red social Twitter: “Pensador de la ecología, de la modernidad o de la religión, Bruno Latour era un espíritu humanista y plural, reconocido en el mundo entero antes de serlo en Francia. Su reflexión, sus escritos, seguirán inspirándonos nuevas relaciones con el mundo. Reconocimiento de la Nación”.

Latour había nacido en una familia de la alta burguesía de Borgoña, los fabricantes del vino Maison Louis Latour. Al ser el menor de los hermanos y no dedicarse al negocio, se fue a estudiar a París, donde se licenció en filosofía. Después fue a dar clases a la Costa de Marfil. Allí, como explica el periodista Nicolas Truong en Le Monde, se le ocurrió observar las sociedades occidentales como hacían los etnólogos en las sociedades africanas. Más tarde, pasaría dos años en California observando el día a día de un laboratorio. A partir del trabajo de campo desarrolló sus reflexiones sobre los hechos y la verdad, que llevaría a algunos a calificarle (inexactamente) de “filósofo de las posverdad”.

“Para lograr mantener un respeto por los medios, la ciencia, las instituciones, la autoridad, debe haber un mundo compartido”, dijo en una entrevista con EL PAÍS en 2019. “Los hechos hay que sostenerlos, no viven solos. Un hecho solo es un cordero frente a los lobos”.

Durante la entrevista, en su apartamento en el Barrio Latino de París, el filósofo recordó un momento iluminador para su trabajo sobre el medioambiente y la crisis climática. Viajaba en un avión hacia Canadá. Mientras sobrevolaba el mar de Baffin, observó la placa de hielo en retroceso. “Al estar en el avión yo ya no asistía a un espectáculo, sino que estaba modificando el espectáculo puesto que el CO2 que emite el avión influye en la placa de hielo”, explicó. “Antes, este espectáculo, el de la placa de hielo vista desde el avión, habría tenido un carácter sublime. Ahora es complicado sentirlo así. Si a usted le dicen que es responsable de lo que ve, el sentimiento es distinto, es una forma de angustia”.

Es esta angustia —esta conciencia de que el ser humano modifica la fina capa del planeta donde habita— lo que definía la obra de los años recientes: la inestabilidad de un mundo del que unos quieren huir —desentendiéndose, como Trump o Bolsonaro, del cambio climático, o huyendo a Marte como planean algunos milmillonarios de Silicon Valley– y en el que otros se repliegan en el nacionalismo. “Y en medio”, continuaba Latour, “estamos los infelices que pensamos que, en un momento u otro, habrá que aterrizar: reconciliar la economía, el derecho, la identidad con el mundo real del que dependemos”.

La pandemia y los confinamientos fueron para muchos de sus seguidores una confirmación de sus ideas sobre un planeta complejo e interrelacionado. “Vivimos un cambio cosmológico o cosmográfico que tiene la misma importancia que los grandes cambios del siglo XVI”, nos decía durante una conversación telefónica durante el año de la pandemia. “Entonces se descubrió lo infinito del mundo. Ahora pasamos de un mundo que creíamos global y universal a un mundo relocalizado, en el que hay que prestar atención a cada gesto, a cada soplo que damos”. Y vaticinó que nos esperaba un futuro en el que pasaríamos “de una crisis a otra, de un confinamiento a otro”.

Rusia todavía no había invadido Ucrania y la guerra no había regresado a Europa. En el discurso de la Sorbona, el pasado mayo, reivindicó el europeísmo, uno de los temas predilectos de este referente de la izquierda ecologista aunque siempre mantuvo la distancia con la política. “Este es el momento”, dijo, “de que Europa, no concebida solo como Unión, sino Europa como suelo, encuentre en fin a su pueblo y el pueblo encuentra a su suelo”. Y concluyó: “Europa puede por fin darse a sí misma el proyecto, en medio de los peligros y a causa de ellos, de formar voluntariamente una nación”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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