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AQUÍ ES MARTES
Columna
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¿Buena o mala persona?

Una nueva biografía retrata a Miguel de Cervantes sin esquivar los asuntos más polémicos de su existencia. El escritor no era un santo, pero tampoco un sinvergüenza

Miguel de Cervantes
Retrato de Miguel de Cervantes. Litografía de Célestin Nanteuil, realizada en el siglo XIX.
Félix de Azúa

A diferencia de la Modernidad, en la que los artistas habían de ser alcohólicos, drogadictos, incestuosos o chiflados, hubo un tiempo en que los artistas y escritores tenían un estatuto similar al de los santos. Un escritor de prestigio era considerado un ejemplo moral. La santidad se había ido construyendo a lo largo del siglo XIX en esa escuela que se llama Romanticismo, y aunque los jóvenes lo confundan con las revistas del corazón, no es eso. El Romanticismo fue el momento más filosófico del arte y de la literatura, un cruce explosivo entre la metafísica cristiana y la necesidad de proponer a la sociedad nuevos modelos de conducta. Los escritores (y sobre todo los poetas) se convirtieron en los santos modernos.

No es de extrañar, en consecuencia, que los biógrafos románticos trataran por todos los medios de convertir a sus figuras en santos laicos. Y eso es lo que sucedió con Cervantes. Habría sido inconcebible, en el siglo XIX, que el más grande escritor de nuestro país fuera un sinvergüenza. El resultado es que todas las biografías antiguas, incluso las buenas, mienten, callan, ocultan cualquier aspecto de Cervantes que pudiera interpretarse como una inmoralidad.

Tomo prestado el asunto del imprescindible Cervantes de Santiago Muñoz Machado (Crítica), que es algo más que un ensayo sobre el escritor: es casi una enciclopedia cervantina. Su autor trata múltiples aspectos que van desde la mitificación del personaje, es decir, la armadura de un icono a partir de los datos que tenemos sobre el Caballero de la Triste Figura, hasta un análisis (apasionante) sobre “el vocabulario del derecho como lengua narrativa” que ilumina muchos aspectos de la azarosa vida de Cervantes.

Pero vuelvo al principio. En el útil resumen biográfico con el que comienza su monumento (son más de mil páginas), se ocupa Muñoz Machado de la tradición que se ha ido acumulando sobre la persona de Cervantes porque quiere acabar con la idealización del personaje y hay mucha falsificación en las biografías del escritor. Por ser falso, también lo es el célebre retrato que figura en casi todos los ensayos cervantinos y que se guarda en la Real Academia Española de la que Muñoz Machado es director.

Tanto Fernández Navarrete como Rodríguez Marín, Fitzmaurice-Kelly o cualquiera de los más afamados biógrafos de los dos siglos pasados, pasan con sumo cuidado y como pisando huevos sobre algunos asuntos que pueden mostrar el aspecto más oscuro del personaje, sea el lío de las gabelas, la cárcel por fraude, la homosexualidad en el presidio argelino, o la casa familiar en donde don Miguel compartía su vida con las cinco mujeres a quienes sus vecinos llamaban “las Cervantas”. También, claro está, la acusación de asesinato.

Todos y cada uno de estos posibles escándalos fue disimulado, reformado, disfrazado o simplemente eludido por los biógrafos clásicos. Muñoz Machado corrige a los corregidores y así, además de enterarnos por fin de la verdadera vida de Cervantes, descubrimos que la mayor parte de los posibles escándalos eran pura malevolencia. Don Miguel era humano, sí, pero nunca fue un sinvergüenza. Gracias, don Santiago.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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