Los libros de Javier Marías ya son todos clásicos
Cada vez que se lee o relee una de las obras del escritor, cobra nueva vida y da algo más de sí
Javier Marías ya no está entre nosotros. Se ha ido el amigo y se ha ido el escritor. Cuesta creerlo, cuesta hacerse a la idea de que el diálogo con el amigo se ha acabado, cuesta asumirlo. Pero, a la vez, Javier Marías va a estar entre nosotros siempre, porque su legado, no como amigo ––que también, porque ha sido un amigo leal, generoso, lúcido, comprensivo, afectuoso y considerado como pocos, por mucho que no dudara en llamarnos la atención––, sino como escritor, sobrevivirá a través de su literatura que resistirá la muerte y el paso del tiempo como pocas de las grandes obras literarias, porque se trata de este tipo de literatura universal que se irá apreciando aún más con el transcurso de los años, sin duda alguna. No cabe duda de que a partir de ahora su figura se agrandará aún más. Porque Javier Marías era uno de nuestros más grandes escritores europeos de todos los tiempos.
Lo avalan no tanto las cifras, la fecunda y larga trayectoria de más de medio siglo de un autor traducido a más de 46 lenguas, publicado en 59 países, con nueve millones de ejemplares de sus obras vendidos y reconocido por el mundo como uno de los escritores más destacados, cuanto el hecho de que su literatura es algo vivo. Cada vez que se lee o relee un libro suyo, este cobra nueva vida, el lector renueva un contacto que nunca es idéntico al anterior y que se ve transformado por un lenguaje y unas historias que nunca dejan de dar más de sí, y algo nuevo.
Por razones profesionales y personales, he dedicado la mayor parte de mi vida estudiando y enseñando su obra en la universidad y me he visto obligado a leer y releer muchas de sus novelas unas 10, 12 o 20 veces en varios casos, y nunca, ni una vez, me ha resultado repetitiva o cansina la relectura de ninguna de ellas. El renovado contacto con la obra de un escritor cosmopolita que se insertó desde el principio en la literatura universal rehuyendo los confines nacionales, a quien le ha caracterizado una búsqueda de una libertad narrativa y genérica, lúdicamente ejercida y reivindicada, es anhelado, y cada una de sus obras se lee en cierta medida con un gozo y un placer nuevo, también porque cada vez da algo más de sí, algo nuevo, una frase o la historia se leen de una manera distinta, cobran un sentido fresco, original, siempre vivaz.
Por eso he llegado a la conclusión y la definición de que un libro clásico, un gran libro, para mí es esto: un libro que uno no se cansa nunca de releer, una y otra vez, porque siempre conserva una frescura y un vigor que se renuevan con cada lectura y que nunca son los mismos de antes; siempre aporta algo antes ignorado, algo sorprendente o incluso asombroso, siempre se descubren ecos nuevos en las palabras, siempre le vuelve a hacer pensar a uno sobre las cosas del mundo. Los libros de Javier son todos clásicos, ya.
Esto, entre muchas otras cosas, es lo que nos ha enseñado Javier Marías, el escritor que a través de su literatura no ha dejado de turbar de alguna manera el universo (como apuntamos en una reciente introducción a un libro de ensayos sobre su obra), por valernos de una metáfora esgrimida por Tomás Nevinson en su última novela homónima en un contexto más sombrío. Ahora que nos despedimos del amigo, nos queda el consuelo nada desdeñable de saber que su obra y sus palabras nos seguirán acompañando, confortando, estimulando y también turbando a nosotros y a futuros lectores para siempre.
Babelia
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