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Universos paralelos
Columna
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Los Borgia en Detroit

Pilar fundamental del sonido Motown, Lamont Dozier elaboró formidable soul para jóvenes y mayores

Diego A. Manrique
De izquierda a derecha, Eddie Holland, Lamont Dozier y Brian Holland posan con sus estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, que recibieron en 2015.
De izquierda a derecha, Eddie Holland, Lamont Dozier y Brian Holland posan con sus estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, que recibieron en 2015.Phil McCarten (REUTERS)

El lunes 8 moría en Arizona Lamont Dozier, con 81 años. Me temo que solo los estudiosos de la música negra podrán identificarle: saben que era un tercio de Holland-Dozier-Holland, el equipo de compositores-productores que sustentó la eclosión de Motown Records, una de las raras discográficas cuyo nombre bautizó un estilo de música.

El sonido Motown representaba la rama del rhythm and blues que aspiraba a cierta sofisticación. El hecho de que se elaborara en Detroit (la ciudad del motor de su nombre) ya sugería su ambición multirracial, su inclinación por la universalidad, su profesionalidad. El tópico insiste en que Motown funcionaba como las cadenas de montaje de la industria automovilística, pero la realidad rebaja la metáfora.

Motown podía aspirar a imitar los métodos del fordismo, pero en realidad era un clan familiar, donde la voluntad del fundador, Berry Gordy, era ley. No había una barrera entre la vida privada y la laboral. El mismo Gordy tenía una abundancia de hijos con diferentes mujeres cuando inició una relación clandestina con Diana Ross, cantante principal de las Supremes, que se convirtieron en el principal objetivo de Motown Records. A la inversa, Gordy mandaba en la dirección musical de Marvin Gaye, tras casarse este con su hermana, Anna Gordy. Como parte de la familia, y sometido a su disciplina, Berry decidió convertirle en la versión negra de Frank Sinatra, a pesar de la evidencia de que era otro tipo de artista. Los cumpleaños y demás celebraciones familiares solían terminar en trifulcas.

Y es que Berry tenía la última palabra en la selección de las grabaciones que Motown promocionaría (con frecuencia, los temas con mayor potencial eran interpretados por diversos artistas, siendo elegidas —qué casualidad— las grabaciones de los que mejor relación tenían con el jefe).

No era una mera cuestión de capricho o nepotismo. Berry quería mantener a raya a los talentos que había contratado. El caso de Holland-Dozier-Holland tenía complicaciones. Habían sido cantantes y eso les hacía muy eficaces a la hora de ensamblar diferentes voces: los Four Tops, los Elgins, los Isley Brothers, las Marvelettes, Martha and the Vandellas y las citadas Supremes se beneficiaron de su psicología para encontrar el tono emocional en sus canciones.

Así que es cierto: el monumental impacto de Motown en los años sesenta se debió en buena parte a Holland-Dozier-Holland. Veteranos de la industria musical, ellos querían algún tipo de reconocimiento: por ejemplo, un sello para editar sus producciones. No era tan raro: la discográfica ya contaba con varios sellos subsidiarios. Pero Gordy les cortó las alas: nada de masajes para el ego. Fue entonces cuando Holland-Dozier-Holland jugaron su carta más letal fuera del paraguas de Motown, crearon en 1968 dos sellos propios.

Gordy alegó que estaban contratados en exclusividad por Motown. ¿Ah, sí? El trío firmó bajo seudónimo los temas que publicaban en Invictus y Hot Wax, con artistas como Freda Payne, Honeycone o los Chaimen of the Board. Nadie se dejó engañar: las nuevas producciones sonaban muy parecidas a las que habían editado en Motown. Aquello se convirtió en uno de esos laberintos legales que alimentan a batallones de abogados. Muchos años después, le pregunté a Elmore Leonard, maestro de la novela negra de Detroit y melómano, cómo no había situado ninguno de sus argumentos en Motown o sus alrededores. Bajó el volumen de su voz: “Tengo mujer e hijos; no me habría compensado”.

Lamont Dozier fue el primero en abandonar el barco y grabar bajo su nombre. Tuvo un gran acierto con una reivindicación de la cultura afroamericana, Going Back to My Roots, a la vez una canción concienciada y un llenapistas, con el grado de autenticidad garantizado por el sudafricano Hugh Masekela.

En los ochenta, Dozier se instaló en el Reino Unido y se benefició de la adoración británica por todo lo relacionado con Motown. Compuso éxitos para Alison Moyet, Phil Collins, Eric Clapton, Simply Red. En total, grabó por su cuenta una docena de discos como solista, pero su carrera no llegó a despegar. Como sentenció Berry Gordy, su antiguo enemigo con el que luego se reconcilió, “cuando recibes millones de dólares por canciones que escribiste en los sesenta, te falta un incentivo para triunfar.” Puede ser.

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