Guardianes contra el expolio de los palacios de Cádiz
Expertos de la Universidad crean un grupo de investigación para divulgar el esplendor de la arquitectura civil gaditana y alertar de su destrucción
Cecilio Zaldo no era, ni de lejos, el comerciante con América más rico de Cádiz. Pero el lujo con el que decoró la casa de su hijo José María para su boda, a principios del siglo XIX, seguramente ruborizaría a algún que otro noble del Madrid de la época. Más de 40 habitaciones revestidas con muebles de caoba, grandes espejos y cuadros; un comedor listo con cubiertos de plata grabados y cristalería fina —por aquel entonces todavía abundaba la loza— y una cocina equipada hasta con dos chocolateras. Tanto detalle estaba lejos de ser una excentricidad de nuevo rico. Esos empresarios que hicieron fortuna a base de mercadear con Ultramar mantenían “el lujo no como una vanidad, sino como una necesidad y un hábito adquirido”, como recuerda el investigador Ramón Solís en su obra El Cádiz de las Cortes. De aquella opulencia que se esfumó hace más de un siglo quedaron en pie decenas de palacetes neoclásicos ornamentados con mármoles italianos, azulejos holandeses y carpinterías americanas. Resistieron a la crisis comercial, pero está por ver si sobreviven al expolio de las rehabilitaciones del presente.
Esa es la denuncia fundada que tienen los expertos integrantes del proyecto Palatia, un grupo de investigación creado en el seno de la Universidad de Cádiz (UCA) para divulgar todo ese patrimonio que hoy sobrevive oculto de puertas para adentro, en gran medida sin catalogar y en serio peligro de desaparecer. “Lo creamos por el claro riesgo de pérdida y la falta de valoración que tienen las casas-palacio de Cádiz (…). No hay sistema de control de lo que hay dentro de ellas, ni de lo que debe estar”, resume Yolanda Muñoz, profesora de la Universidad y directora del equipo, integrado en el grupo Hum 726 Imagen, ciudad y patrimonio de la UCA. Con esa premisa y sin apenas financiación —más allá de la conseguida en dos premios—, Muñoz y otros tres investigadores echaron a andar una iniciativa que ya suma cinco años de andadura y que ahora se enfrenta a su momento clave con la publicación de un libro de difusión sobre la arquitectura doméstica de Cádiz que quieren tener listo en los próximos meses.
Cádiz no es la única ciudad española que tiene palacios integrados en su trama urbana. Su singularidad estriba en el origen empresarial y burgués que influyó tanto en su fisonomía hasta apartarlas del clásico modelo del palacete andaluz habitado por un noble. También en el número de edificios de esta tipología que llegó a haber, “hasta conformar el urbanismo de la ciudad”, como apunta Moisés Camacho, uno de los investigadores del grupo. Al calor del esplendor comercial marítimo de la capital entre los siglos XVII y XVIII, los cargadores de Indias levantaron fastuosas casas, tan elegantes como para poder agasajar a un embajador, tan prácticas como para tener oficinas y almacenes en ellas. Esa hibridación se produjo en el escaso espacio urbano que Cádiz ofrecía, por lo que las edificaciones jugaron con la verticalidad, hasta alcanzar las cuatro alturas —baja y entresuelo para trabajar, piso principal para vivir, superior y azotea para el servicio—, rematadas con esbeltas torres miradores que servían al empresario para controlar la llegada por mar de su mercancía.
Los comerciantes decoraron sus palacetes con portadas, brocales, columnas y suelos de mármol italiano; azulejos holandeses, rejerías, puertas de caoba, yeserías y pinturas murales interiores. A eso añadieron un interesante mobiliario y colecciones artísticas de pintura y escultura que llegaron a ser reputadas en su época, como la de Sebastián Martínez, amigo del pintor Francisco de Goya y que supuestamente llegó a tener en su poder el Salvator Mundi, atribuido a Leonardo Da Vinci. Pero ese mobiliario se perdió pronto, vendido y fragmentado en herencias de “unos hijos y nietos que no tenían la chispa comercial de sus antepasados y acabaron en la ruina”, apunta Muñoz. Con la crisis comercial del siglo XIX, los palacetes acabaron alquilados, divididos en pisos más pequeños —conocidos en Cádiz como partiditos— o cerrados. En su interior, encapsuladas, quedaron esas piezas arquitectónicas ligadas al inmueble durante más de un siglo, sin que muchos reparasen en su singularidad.
El boom urbanístico que precedió a la crisis de 2008 ya hizo proliferar la figura del anticuario de derribo, profesionales especializados en despojar de suelos, vigas, puertas o rejerías a las fincas históricas de la ciudad para venderlos a posteriori, según denuncian desde Palatia. Pero los investigadores creen que la situación actual, azuzada por decenas de promotoras construyendo pequeños pisos de segunda residencia o alquiler, apartahoteles u hoteles, es mucho más preocupante. “Estos anticuarios han despertado con los alquileres turísticos, en intervenciones que son muy invasivas en las que, a veces, la conservación queda al criterio solo del buen gusto o no”, razona Muñoz.
Sobre el papel —concretamente, el del Plan General de Ordenación Urbana— existen 61 casas palacio, catalogadas con el máximo grado de protección, el cero. A esas hay que sumar las fincas protegidas parcialmente con grados menores, que afectan parcialmente a zonas de los edificios, como las fachadas o torres miradores. Todas ellas están supuestamente protegidas por la Comisión Local de Patrimonio, dependiente del Ayuntamiento y con competencias otorgadas por la Delegación Provincial de Cultura. Pero en Palatia critican que el problema radica en que estos patrimonios privados están sin catalogar, por lo que se desconoce qué elementos de interés esconden. “No solo es suficiente proteger la fachada, estas casas tienen en su interior más elementos identitarios”, denuncia Antonio de la Cruz, otro de los investigadores del proyecto.
“Es necesario que, antes de conceder una licencia de rehabilitación, se catalogue lo que hay y que, al final de la obra, se coteje que todo lo que había que proteger esté”, resume Muñoz. Para facilitar esa tarea, los investigadores han desarrollado una aplicación móvil que permitiría a los funcionarios catalogar con más velocidad los elementos de interés de un palacete, a través de 400 descriptores que se acompañan con fotos. Toda la información recogida se vuelca a posteriori en un archivo de base de datos digital vinculado a la galería de fotos realizada. Los investigadores albergan la esperanza de que las administraciones implicadas en la protección del patrimonio se muestren interesadas en adquirir la patente del sistema —que fue premiado en un concurso atrÉBT! de la UCA— “para que le den uso y se proteja todo ese patrimonio en riesgo”, apunta Muñoz.
Mientras los políticos deshojan la margarita ante el ofrecimiento, en Palatia ya están trabajando en la publicación de un libro monográfico sobre las casas palacio de Cádiz que quieren tener listo en menos de un año. Simultanean este esfuerzo —también sin fondos—, con visitas guiadas y actividades de divulgación en aquellos pocos palacetes que hoy son visitables, después de haberse convertido en sedes públicas, como la sede de la Universidad a Distancia de Cádiz, el Archivo Provincial o el Casino Gaditano. A fin de cuentas, ese deseo de ver y ser vistos estaba en el ADN de comerciantes burgueses, como Cecilio Zaldo y su hijo. Porque ya que esos opulentos muebles, vajillas y cristalerías se perdieron en la noche de los tiempos, al menos queden intactas esas elegantes casas por las que Cádiz llegó a rivalizar con creces por el lujo con la capital del reino.
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