Tomás de Perrate: “El perreo se inventó en Utrera”
Hijo, nieto y sobrino de grandes leyendas del flamenco, este cantaor tardío y al margen es un artista atípico que puso voz al holocausto gitano con una voz que recuerda a Tom Waits
Tomás de Perrate (Utrera, Sevilla, 58 años) ha vivido siempre en un margen. Su primera aparición televisiva fue en el monográfico que el programa de TVE Rito y Geografía del Cante le dedicó a su padre, Perrate de Utrera. En ese documento, grabado en 1972, aparece Tomás con ocho años, de pie y detrás de su progenitor, que canta acompañado por la guitarra de Diego del Gastor. Mientras los presentes jalean el toque característico de Morón y el cante gitano que tan bien defendió su padre, el crío, a quien se ve en una esquina superior del plano y no siempre entero, bosteza y mira a un punto indeterminado, como buscando algo que no está en la habitación.
Como él en esas tomas, su último disco también queda fuera de cualquier marco. Tres golpes, se titula, y ejemplifica lo que ha encontrado después de unir lo aprendido en casa con lo que halló al salir de ella. “Pero no creas que los míos eran muy normales, yo siempre digo que en mi familia eran todos atípicos”, dice cuando se le pregunta por esa casa y por Utrera, una de las puntas que junto a Lebrija y Jerez conforman lo que se conoce como “el triángulo flamenco”. Un triángulo al que lo unen lazos de sangre por todos los rincones: es nieto del mítico cantaor Manuel Torre; sobrino de una cantaora de referencia como María La Perrata; primo del pianista Dorantes y del gran creador que fue El Lebrijano; pariente de Bambino, y de dos buques insignia del cante jondo, Bernarda y Fernanda de Utrera.
Pero él, siempre a su aire, decidió ser peluquero. “Fue cosa de mi novia, porque cuando volví de la mili no tenía estudios, ni oficio y aprendí de ella. Me cuadró porque yo tengo mucha habilidad y afinidad por el trabajo manual. Lo mismo te pongo un rulo que instaló un parquet”. Con él no fue nunca lo de cantar para ahuyentar las penas, como insiste el tópico flamenco. De hecho, él las suyas empezó callándolas. Al poco tiempo de grabar Rito y geografía..., su padre sufrió un ictus que lo dejó impedido más de dos décadas. Esa circunstancia marcó a Tomás: “Yo veía que mis primos y todos los niños iban a las bodas, a los bautizos con su padre, y yo no tenía esa suerte”. Pero también marcó, y no para mal, la relación de ambos: “Que estuviera en casa me permitió aprender flamenco con él. Como me gustaba la guitarra, llamaba a Enrique Montoya para que me enseñara o me regalara cuerdas de las que se le rompían. Y nos quedábamos escuchando flamenco, pop y rock por la radio”. Lo suyo eran la percusión y la sonanta. Y así pasaron los años, el padre murió en 1992 y nunca escuchó cantar al sexto de sus ocho hijos.
La primera vez que lo hizo fue por accidente. Lo llamaron para tocar el cajón en un disco de villancicos y como no se presentó ninguno de los convocados, lo pusieron a cantar por bulerías. Y gustó. Pero no les creyó. “El impulso de cantar me llegó más tarde. Murió mi hermano, que era mi colega. Luego mi padre. Poco después me nació mi hija... Se juntó todo y algo pasó porque yo nunca había cantado en público, y menos delante de los gitanos. Pero un día me planté en una boda en Lebrija delante de El Funi, Lebrijano, Concha Vargas y La Macanita, me arranqué por bulerías y canté algunas cosas de mi padre”. ¿Le dieron el visto bueno? “Me lo dieron”.
Así regresó al marco para el que parecía haber nacido. Pero no dejó la peluquería. “Era muy bueno, y era mi vida. Y mi medio de vida: con la peluquería mandé a mis hijas a estudiar”. Explica el cantaor que en 2011 publicó Infundio, un disco que tituló así en honor al carácter surrealista y guasón de su familia. “Son una gente que hace chistes largos y disparatados de cualquier cosa. A la gente le ha dado ahora por los monólogos, pero ese tipo de performance, que nosotros llamábamos infundio, lo he vivido yo en mi casa desde chico”.
Velázquez pintó escenas del puerto de Sevilla y había negros. Leo sobre la historia del esclavismo en España y lo confirmo. Y Cervantes escribió que la chacona era una música perversa hecha por negros con movimientos lascivos...
Ese imán para “los raros”, como él mismo explica, le persiguió también en su carrera musical, en la que él marca como un hito al artista Pedro G. Romero. “Yo es que era un cateto, pero el día que me propuso hacer un repertorio sobre Astor Piazzola y Goyeneche... lo vi claro. Fue un descubrimiento. Y fue ahí cuando empecé a pillarle el gusto a meterme en todos los charcos”. El más profundo, no lo duda, fue conocer y cantarle al bailaor Israel Galván. “No se puede hablar con él de nada que no sea fútbol y no le interesa nada que no sea estar siempre creando, buscando... es una mala persona”, dice entre carcajadas, “pero es un artista apasionante”.
Su primera colaboración fue en 2012 en Lo real, el espectáculo donde el bailaor indaga en el Porraimos, el genocidio de Hitler y el nazismo contra los gitanos que la historia relegó de su ámbito de investigación durante décadas. “Desde entonces, dejó de gustarme el baile convencional. Me aburre”. También dejó la peluquería. Y se dedicó de lleno al flamenco que conoció desde niño, pero desde otra esquina, ya no vinculada solamente a un territorio y una tradición, sino abierto a otras referencias que lo fascinaron.
El Karawane, por ejemplo, poema fonético de Hugo Valls que se ha convertido en una seña de su identidad artística. “Es el tema que más dinero me ha dejado porque llevo cantándolo más de diez años. Siempre funciona, encaja en cualquier lado, y por eso quería meterlo como fuera en Tres golpes”. Cuenta que leerlo y cantarlo, con esa voz que a muchos recuerda a Tom Waits, significa mucho para él porque le permitió conocer el dadaísmo y teñirlo de los sonidos y la esencia de su tierra y de su gente. Una gente a la que cree que le encantaría lo que hace. “Piensa que La Perrata escuchaba como loca a Police... Decía que le gustaba esa batería, que la tocaba al revés, porque en vez de dar el golpe de caja en tierra lo sincopaba...”, habla mientras marca el compás sobre la mesa y cuenta que en su familia se escuchaba a Mark Knopfler tanto como al cantaor gaditano Juanito Villar. “Si mi padre viera lo que hago, me apoyaría. Fijo. Me crio en una casa abierta y sin prejuicios”.
Esa apertura se aplicaba a todo y Tomás de Perrate habla de un padre que se encargó con mucho esmero de quitarle “tonterías” de la cabeza. “Yo con 12 años jugaba con mis primos a ser gitano y estaba todo el día diciendo ‘ese gachó' [término en caló para referirse a los nos gitanos] y mi padre me reñía y me decía que la mayor parte de sus amigos no eran gitanos y que había que respetar”. Tomás de Perrate asegura que no se entiende el flamenco sin su gente, y que siente una enorme responsabilidad cuando canta porque para su pueblo el flamenco es mucho más que una música, pero que no puede ni quiere negar las aportaciones de Antonio Chacón o Manuel Vallejo porque no fueran gitanos. “No aguanto a los que se ponen radicales con eso”.
A pesar de que en Tres golpes hay varias y curiosas referencias literarias (el Karawane, pero también el romance carolingio de tradición sefardí Melisenda insomne), cuando se le pregunta qué está leyendo, Tomás de Perrate vuelve a casa de otra manera. “La venta de la negra”, contesta entusiasmado. Es un libro de Jesús Cosano, investigador de las poblaciones negras en la Península Ibérica. Sobre la lectura de ese libro, Perrate se explaya hablando de la presencia de negros en Utrera y en Sevilla. “Yo es que tengo familia que cuando la miro, digo: ‘Este no es gitano, este es negro”, comenta riendo y parece a punto de iniciar uno de sus “infundios”. Pero enseguida se pone serio: “Velázquez pintó escenas del puerto de Sevilla y había negros. Leo sobre la historia del esclavismo en España y lo confirmo. Y Cervantes escribió que la chacona era una música perversa hecha por negros con movimientos lascivos...”.
Deja la frase colgando en ese adjetivo y hace una pausa. Al preguntarle por lo que está pensando, pide un momento y sigue pensando. Luego dice: “¿Tú has visto el meneo de culo con el que se bailan los tangos en Utrera? ¿Y los de Triana?”, comenta refiriéndose a un tipo de baile que también quedó recogido en Rito y geografía... en un episodio en el que El Titi, cantaor trianero, canta y le baila Carmen, su mujer, a quien él acaba dándole la réplica con golpes de cadera. Son bailes de movimientos básicos, nada refinados. Con un contoneo de pelvis muy explícito, muy físico. “¿No es negro eso? Ese meneo de vientre... ¡Claro que es negro! ¡Y un infundio! Ese gitano con toda la guasa... Para mí es evidente que hubo mezcla entre negros y gitanos, también en Utrera. Yo veo eso y no tengo duda de que el perreo se inventó en Utrera. Tanto como que el flamenco es un compendio de muchas cosas y que nadie puede inventar nada.”
Eso no quita para que Tomás de Perrate haga un aparte y reconozca que su familia inventó buena parte de lo que es hoy el arte jondo. Y que eso lo legitima para “jugar” con la música flamenca como hace en sus trabajos. Esa es la esencia de Tres golpes, un disco producido por Refree que en la promoción se define como “radical”, es decir, que viene de la raíz. En el caso de Perrate esa descripción no es un lugar común. Lo demuestra en Yo soy la locura, que incluye el disco y que él ha construido con los fonemas de Hugo Ball y la voz de su padre, que parece replicarle cantando desde el pasado. Un pasado en el que niño Tomás bostezaba en aquel vídeo para la historia mientras miraba a un futuro que con Tres golpes ha convertido en presente.
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