Mark Knopfler a su ritmo
El músico inició este jueves en Barcelona la que sugirió puede ser su última gira
Un señor mayor salió a escena enfundado en una estrepitosa americana con la Union Jack estampada. Y dijo que el público, 13.000 personas en el Palau Sant Jordi, iba a ver a Maaaaarkkkk Knoooopfler. Otro hombre mayor, mucho menos llamativo, vestido de oscura sobriedad, salió entonces a escena pegado a su guitarra. Era Mark Knopfler y el momento más estridente de su actuación ya había tenido lugar: la presentación. Tras años de esquivar la dinámica de una gira mundial, el hombre tranquilo de los punteos nítidos iniciaba así una nueva cita con la carretera que le mantendrá lejos del sosiego durante meses. Con nuevo disco en la calle Down The Road Wherever y ganas de pasearlo, su concierto fue la digna constatación de que Knopfler vive a su ritmo, muy lejos del infarto.
Y hasta da envidia, la verdad. No tanto por su carisma de koala adormilado, o por el nulo dinamismo de una estampa átona enfundada en ropa de calle, tampoco por su forma de cantar tirando a aburrida, menos aún por la conmoción que provocan sus pulcras composiciones, sino porque, quizás por efecto de todo lo antedicho, hace tiempo que Knopfler se bajó del tren del éxito y de sus servidumbres. Hace lo que le apetece cuando le viene en gana. Y ahora le place una gira mundial, que nada más comenzar su primer concierto, el de Barcelona, ya sugirió que sería la última. Pero lo dijo así, tan como si pidiese turno en la frutería, que el público ni pestañeó. Por cierto, la concurrencia era mayormente adulta, sin deseos de trotes o agitaciones, por eso acertaron personándose en el recinto, porque el concierto fue una sucesión de instantes con cualquier atisbo de sobresalto proscrito.
Y todo y que, en un gesto más de control de su carrera, los Dire Straits quedaron atrás hace tiempo, los primeros acordes de Romeo and Juliet se acogieron con el silencio de un responso, no tanto por luctuoso como por respetuoso y contenido. Sí, es cierto, en el desarrollo de la canción hubo algún grito, pero la ponderación emocional de las canas se hizo casi tangible, alimentada por la voz de Knopfler diciendo quedamente, que no cantando, alguno de los fragmentos de la letra. Sosiego ciclópeo para pautar una actuación enhebrada por los dedos de este zurdo que toca tomando la guitarra tal como si fuese diestro, dueño de un punteo limpio y nítido que no apabulla por velocidad sino por precisión.
Hubo cinco temas más de Dire Straits, más que los tres que tocó del último disco, pero no fueron el epicentro de una actuación en la que la música popular, ya sea folk, country, blues o rock desleído fueron entreverándose en el tuétano de la noche. Knopfler insufló su personalidad a este repertorio, de forma que todo acabó sonando contenido y milimetrado, muy técnico, lejos de la emocionalidad despeinada propia de la música popular. Pero lo que se perdió de vitalidad, algo que no debe confundirse con “marcha”, se ganó en técnica y en el preciosismo del grupo, amplio, con metales e instrumentación acústica, que sonó impecable desde el comienzo. Fue un concierto de Knopfler ortodoxo, quizás el primero de los últimos que ofrezca en España, porque como sugirió al comienzo, tras afirmar repetidas veces que era un hombre viejo, parece haber iniciado su despedida. Tan tranquila como él. Por eso debió acabar con Going home.
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