San Fermín 2022: un microcosmos entre la arbitrariedad del palco presidencial y una intensa promoción infantil
Pamplona, plaza de primera, sorprende por la veleidad presidencial, el peso de los tendidos de sol y la preeminencia de la fiesta sobre la tauromaquia
La feria taurina de San Fermín es otro mundo. Los que no son de allí pretenden equiparar la plaza de Pamplona con la de Sevilla o Madrid porque comparten la máxima categoría, y cometen un error.
Pamplona pertenece a otra galaxia, es un microcosmos extraño que sorprende cada día, y te deja con la boca abierta y los ojos como platos ante acontecimientos que forman parte de la idiosincrasia de los navarros, pero que son incomprensibles para el resto de los humanos.
Y los fenómenos taurinos paranormales, y, por tanto, inexplicables, abundan en la tierra navarra.
Cómo se explica, por ejemplo, que la comisión taurina de la Casa de Misericordia —propietaria de la plaza y organizadora de los encierros y los festejos taurinos—, presidida por José María Marco e integrada por personas de bien, comprometidas con una causa solidaria, como es el asilo de ancianos que gestiona la institución, y que trabajan de forma desinteresada, vete, año tras año, al rejoneador Diego Ventura, que aún no ha debutado en Pamplona, —al parecer, por imposición manifiesta de Pablo Hermoso de Mendoza—, y no abra la boca sobre tan espinoso asunto. Es, sin duda, una actitud inexplicable en señores serios y educados. Parece que el rejoneador navarro ostenta mucho poder en su ciudad, y larga es su enemistad con el caballero Ventura, pero la Casa de Misericordia debe estar por encima de rencillas personales, y no por debajo de imposiciones que nada tienen que ver con los méritos taurinos de cada cual.
La comisión taurina de la Casa de Misericordia ha vetado, un año más, y sin explicación alguna, la presencia de Diego Ventura en la feria
Por otra parte, el Reglamento Taurino de la Comunidad de Navarra establece en su artículo 39 que los festejos serán presididos por el alcalde de la localidad donde se celebren, que podrá delegar en un concejal o en un aficionado de reconocido prestigio.
Esta galáctica normativa —difícil es imaginar, por ejemplo, que Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, dirigiera en la cancha un partido de fútbol de alta competición por el mero hecho de presidir el Ayuntamiento— es la que permite que cada tarde se siente en el palco un miembro del Ayuntamiento de Pamplona, pomposamente ataviado —los varones— con chaqué y chistera para presidir un espectáculo que exige una gran afición y contrastado conocimiento.
A tenor de lo acaecido, los concejales carecen de tales cualidades, pero no tienen empacho alguno en hacer el ridículo más espantoso ante quienes siguen, sin salir de su asombro, los festejos por televisión y creen estar viendo una corrida de ciencia ficción. Sí, ante el asombro de los espectadores que no están en la plaza, porque los que ocupan cada tarde los tendidos ni se inmutan.
Estos presidentes/as se han convertido en protagonistas inevitables de varios festejos por sus decisiones arbitrarias que han desprestigiado el honor y la historia de la plaza de Pamplona, con el beneplácito de autoridades y aficionados locales.
Pero hay más: dos festejos, la novillada y el espectáculo de rejoneo, lo presidieron dos aficionados (uno de ellos, presidente del Club Taurino de Pamplona), y, para colmo, actuaron con más generosidad, si cabe, que los concejales, prueba evidente de que esa plaza es una isla al margen de la tauromaquia.
Se dice, además, que la plaza de Pamplona está dividida en dos partes claramente diferenciadas: el sol, ocupado por las ruidosas peñas, a las que las corridas importan un pimiento, y la sombra, lugar reservado para la afición seria, conocedora y exigente, como debe ser.
Pues, no. Los tendidos de sombra pintan muy poco, ni se les ve ni se les nota, comen y beben como dice la tradición, pero poco más. En la plaza de Pamplona manda el sol; de ahí, que muchos toreros hagan el paseíllo con la lección aprendida y busquen sin pudor el apoyo de los peñistas. Saben que si allí asoman los pañuelos y surge el griterío, el arbitrario palco concederá trofeos.
Pero esta isla tan particular también ofrece positivas lecciones para el resto del universo taurino. Tan buenas y tan concluyentes que los Sanfermines representan hoy el hueso más duro de roer para el movimiento animalista y antitaurino, a pesar de que algunos grupúsculos contrarios a estas fiestas se pinten el cuerpo de pintura roja en la plaza del Ayuntamiento de la ciudad y otros pidan que se celebren los encierros sin toros.
Pamplona es la ciudad que mejor y más intensamente promociona la presencia del toro entre los pequeños
La Feria de San Fermín tiene el futuro asegurado. Si algún día, la fiesta de los toros declina y desaparece en este país, el toro seguirá corriendo por las calles del casco viejo pamplonica y lidiándose por la tarde en la plaza. Y la razón es muy simple: Pamplona es la ciudad que mejor y más intensamente promociona la presencia del toro entre los pequeños. Dos días de la semana sanferminera se celebra el llamado “encierro txiki” en el que niños y niñas corren por la Cuesta de Santo Domingo hasta la plaza del Ayuntamiento junto a cuatro toros y tres bueyes de cartón. Además, el pasado martes, se celebró en la plaza una actividad llamada Toros en familia, en la que los niños asistieron a una novillada de promoción para nuevos valores navarros.
Estas actividades, entre otras relacionadas con el toro y la infancia, son las que propiciaron que los dos días previos a la festividad de San Fermín, en la celebración de la novillada y el festejo de rejoneo, la plaza estuviera llena de niños y adolescentes, auténtico semillero de futuros aficionados.
Y aún existe otra razón de peso: el encierro y las corridas resistirán el paso de los años, aunque solo sea porque esta fiesta es el sostén del asilo de la Casa de Misericordia, que acoge a más de 500 personas mayores.
Por cierto, en los diez festejos taurinos celebrados se han cortado la friolera de 34 orejas, la mayoría de ellas inmerecidas, pero eso es lo de menos; en Pamplona, la fiesta está por encima de la tauromaquia; una semana festiva que los propios pamploneses se empeñan en convertirla en festivalera.
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