Tan guapos como imposibles
Los toros de José Escolar, de bella estampa, astifinos y muy deslucidos, impidieron el triunfo de una terna comprometida
El primer toro de la tarde, Cartelero de nombre, de 575 kilos de peso y de capa cárdena, era una pintura para ser admirada en un museo, y un marronazo para su lidiador; todo lo que tenía de guapo se tornó en aspereza y mala uva en el ruedo. Y como él, toda la corrida: abiertos de pitones astifinos, mirada altiva y penetrante, mansedumbre en los caballos y complicaciones variadas en los engaños. Ninguno se dejó torear y todos plantearon muy serias dificultades a los toreros. Quizá, el último mostró un comportamiento más bondadoso, y permitió que Javier Cortés se estirara en un par de verónicas iniciales, y se relajara en el tercio final; pero una nobleza mezclada con abundante sosería, de modo que dejó estar al torero, pero tampoco propició el lucimiento.
Un marrón de corrida que puso en serios aprietos a los toreros, y les obligó a poner sobre la mesa toda su artillería a sabiendas de que el triunfo era imposible.
Joselito Adame se las vio en primer lugar con el guapo Cartelero, un espectáculo de toro, con una expresión de suficiencia y poder en la mirada que desprendía tanto respeto como miedo. Un animal que salió dispuesto a no dar una sola facilidad a su lidiador: se frenó en los capotazos iniciales, manseó el varas, no obedeció en banderillas y llegó a la muleta con las espadas en alto y con un claro mensaje dirigido al torero: ‘Cuidado, que me he quedado con tu cara’. Y no perdió de vista al mexicano en lo que le quedó de vida. Lo miraba y lo medía en cada arreón. Adame, que posee conocimiento, valor y veteranía, se mostró muy firme, no le dudó, aguantó con heroicidad el desafío e, incluso, llegó a robarle algunos muletazos estimables. Y, además, lo mató muy bien. Pamplona guardó silencio, una sentencia inmerecida para el valiente torero mexicano. Un gemelo del anterior era el cuarto, incómodo y muy descastado, con el que Adame hizo bien en no confiarse.
Después de la dura impresión que produjo el toro que abrió plaza, las peñas iniciaron su repertorio coral a la salida del segundo, y las notas de ‘El rey’ y ‘La chica ye-ye’ envolvieron el aire de los tendidos mientras Pinar tomaba nota de otro complicado ejemplar. Pero la música no ablandó a la fiera, y el torero manchego sorteó como pudo el mal estilo de su oponente. Con una larga cambiada de rodillas en el tercio recibió al quinto, otro hueso duro de roer, que zancadilleó al banderillero Candelas a la salida de un par sin más consecuencia que el golpe sobre la arena gracias a un quite providencial de Adame. Rubén Pinar volvió a intentarlo, pero no encontró opción alguna para el lucimiento.
Y la misma película se repitió en el caso de Javier Cortés. Brindó sus dos toros al público con el ánimo de ganarse el favor del respetable, pero su primer toro le negó toda posibilidad. Lo intentó de veras en el último, el más noble del festejo, pero ni el torero se sintió confiado ni el toro era de premio.
Una terna comprometida, ciertamente, con mucho que ganar y perder, que no perdió la cara a unos toros de otro tiempo, y se ganó el respeto por su gallardía, arrojo y pundonor.
Escolar/Adame, Pinar, Cortés
Toros de José Escolar, muy bien presentados, serios, cornalones y astifinos; mansos, broncos, ásperos y muy deslucidos.
Joselito Adame: estocada y un descabello (silencio); media estocada y dos descabellos (silencio).
Rubén Pinar: estocada fulminante (ovación); media caída (silencio).
Javier Cortés: media tendida (silencio); casi entera contraria y atravesada, cuatro descabellos _aviso_ y un dos descabellos (silencio).
Plaza de Pamplona. 9 de julio. Tercera corrida de la feria de San Fermín. Lleno.
Babelia
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