‘El agua’, un sugerente debut sobre mujeres y mitos de la española Elena López Riera cautiva en Cannes
La versión animada de las legendarias viñetas de ‘El pequeño Nicolás’ alegran una jornada marcada por una tediosa sección oficial
La primera película española programada en esta edición de Cannes, El agua, ópera prima de Elena López Riera, es una estimulante sorpresa que se suma a una hornada de mujeres directoras capaces de contar su país desde una mirada radicalmente nueva. Programada en la Quincena de Realizadores y aspirante, como todos los debuts, a la Cámara de oro del festival, El agua es un filme muy singular sobre tres mujeres de una misma familia, abuela, madre e hija, conectadas entre sí y con otras mujeres a través de los elementos ocultos de un paisaje dominado por sus corrientes de agua.
Situada entre carreteras y palmerales de Orihuela, en un presente veraz y árido, se trata de un filme donde lo arcano se hace visible de una forma sutil e interior. La protagonista es una adolescente enfrentada al despertar de la vida y de un mundo oculto que remite a la mitología de las diosas paganas y al líquido del útero materno. López Riera tantea con mucho instinto visual un mundo que huye de los tópicos del manido realismo mágico para volcar un simbolismo ibérico y profano de pájaros, lluvias, manantiales y ríos. La vida oculta del agua y su conexión femenina están en la película de Riera de una forma terrenal y cotidiana, con una sabiduría que oscila entre poderosas imágenes de una naturaleza que se mueve entre paradojas y de la mano de tres actrices que desmontan cualquier tentación esotérica. Bárbara Lennie, Nieve de Medina y, sobre todo, el descubrimiento de la jovencísima Luna Pamiés iluminan este fascinante viaje a unas ciencias ocultas que no tienen nada de extrañas ni oscuras.
Mientras tanto, en la sección a concurso, se presentaron Hermano y hermana, del francés Arnaud Desplechin, y Boy from Heaven, del sueco-egipcio Tarik Saleh. La película de Desplechin, cineasta mimado de este festival, es un melodrama afectado y emocionalmente bastante incoherente sobre dos hermanos, ella actriz y él escritor, unidos por un destructivo amor-odio. Una insoportable lucha de egos que pasa por encima de todo, hijos y padres, para hablar del mal endémico de la familia. En la piel de dos estrellas de cine francés, Marion Cotillard y Melvil Poupaud, hermana y hermano lavan sus trapos sucios sin que le acabe importando mucho a nadie. Boy from Heaven, del sueco-egipcio Tarik Saleh, se anunciaba como una de las posibles sorpresas del concurso pero es un thriller político tedioso y sin garra. Un buen chico es obligado a infiltrarse en los grupos radicales de su universidad islámica hasta enredarlo en un laberinto de conspiraciones y traiciones que, aunque funciona por momentos, en sus largas dos horas da demasiadas cosas por sentadas sobre un sistema tan plúmbeo como opaco.
La delicia de la jornada llegó con la versión animada de una obra maestra de la literatura infantil, El pequeño Nicolás, que con su legendario chaleco rojo y sus pantalones cortos alegró el festival. La película de Amandine Fredon y Benjamin Massoubre es una preciosidad hecha de acuarelas que, con las herramientas de la metaficción, recupera la amistad de Jean-Jacques Sempé y René Goscinny a través de su diminuta criatura.
Con un guion muy didáctico, tierno y entretenido, la película mezcla las aventuras de Nicolás con la vida de sus dos creadores en dos tiempos animados perfectamente ensamblados. Del pasado en Argentina y Nueva York de Goscinny, sus orígenes judíos y su exilio durante la ocupación nazi, pasamos a la familia disfuncional de Sempé y la buhardilla parisiense donde dibujó por primera vez al personaje. Los recuerdos de infancia de Goscinny y Sempé, su humor cálido y sus entrañables personajes cobraron vida en una sesión a la que acudió todo un colegio que gritaba eufórico en el patio de butacas: “¡Nicolás, Nicolás!”, animados por el ubicuo e incansable Thierry Frémaux, jefe de un festival que ayer se acercaba a su primer fin de semana con las calles abarrotadas y una sensación de euforia que parecía de otra época.
Babelia
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