Facilona Puerta del Príncipe para un ilusionado Guillermo Hermoso
Lea Vicens y Pablo Hermoso también cortaron sendas orejas de una templada y colaboradora corrida de El Capea
Es la segunda vez que el joven Guillermo Hermoso de Mendoza sale por la Puerta del Príncipe de La Maestranza. Y no es porque ni en septiembre pasado ni ahora protagonizara una actuación completa y rotunda, de esas que quedan en la retina con el paso del tiempo. No. El hijo del veterano Pablo posee la ilusión y la fortaleza de la juventud y esas virtudes son las que le llevan a cruzar a hombros tan preciado pasillo maestrante. Tiene hambre de triunfo, es un buen caballista, posee una buena cuadra y conoce la técnica que ha mamado desde que nació.
Lo ha vuelto a demostrar esta tarde. Es un torbellino encima de sus caballos, como corresponde a su edad. Quiere heredar el cetro de su padre y lo persigue con un apreciable ahínco. Posee garra, temperamento y un deseo irrefrenable por salir airoso de una plaza tan importante como Sevilla.
Pero Guillermo es hijo de su padre… y de su época. Su padre, es normal, lo cuida como oro en paño y durante todo el festejo está más pendiente del muchacho que de su propio quehacer. Y, después, se enfrenta a toros gestados genéticamente para ser fieles colaboradores de los rejoneadores; no para crear emoción, no para que los caballeros y las amazonas se esfuercen ante un animal bravío y fiero que les presenta dificultades, sino animales que no molestan, bondadosos y dóciles, y ayudan, y de qué manera, al triunfo de sus matadores.
Pero, claro, esa premisa encierra inevitablemente un problema: que el rejoneo actual ha perdido emoción. Es un juego entre toros y rejoneadores mecánicos, con escasa capacidad para la sorpresa ni la imaginación.
Guillermo estuvo bien, pero más por su ímpetu que por su capacidad para domeñar el peligro de sus oponentes. Porque sus toros, como los de los demás, eran borregos obedientes, que son, por lo general, los que crían a mayor gloria de los de a caballo las ganaderías dedicadas al rejoneo, como es la del Niño de la Capea.
Así, todo el espectáculo pierde interés; todo transcurre sin altibajos, sin emoción, sin espectacularidad. Es una lucha muy desigual entre jinetes y amazonas muy avezados a lomos de caballos casi perfectos y unos toros que parecen movidos por una llave de juguete.
Las dos orejas de Guillermo en su primero, exageradas, pero el nuevo presidente de La Maestranza se ve que es largo y rápido en dádivas. Más merecida la del sexto porque el caballero puso un tesón especial en imprimir emoción a una actuación que, en principio, carecía de ella.
Su padre, Pablo, ha perdido frescura y ha ganado en aburrida experiencia. Dicho queda que parece importarle más el triunfo de su vástago que el suyo propio. Aprovechó para presentar caballos nuevos y no dijo nada especial.
Y Lea Vicens continúa una progresión ascendente, aunque debería arriesgar más en sus encuentros con los toros. Destacó, sobre todo, montando a Bético, la estrella de su cuadra, con el que templó con torería y brilló con las banderillas.
Guillermo volvió a ver el Paseo de Colón a hombros; bienvenido sea el triunfo, pero más emotivo sería si el jinete se negara a ser solo hijo de su padre y su época.
San Pelayo, El Capea / Hermoso, Vicens, Hermoso
Toros de San Pelayo y El Capea, reglamentariamente despuntados, bien presentados, nobles y colaboradores.
Pablo Hermoso de Mendoza: rejón trasero (oreja); dos pinchazos, rejón caído y cuatro descabellos (silencio).
Lea Vicens: tres pinchazos, rejón y dos descabellos (silencio); rejón trasero y atravesado (oreja).
Guillermo Hermoso de Mendoza: rejón caído y de efecto fulminante (dos orejas); rejonazo en lo alto (oreja). Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.
Plaza de La Maestranza. Séptima corrida de abono de la Feria de Abril. 1 de mayo. Casi lleno.
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