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Jeremy Thomas, el productor que impulsa el cine de autor arriesgado

El festival BCN Sant Jordi rinde homenaje al cineasta detras de ‘Crash’, ‘Feliz Navidad, Mr. Lawrence’, ‘El grito’, ‘Contratiempo’ o ‘El cielo protector’, y que ganó el Oscar con ‘El último emperador’. El británico cuenta sus recuerdos de sus mejores películas para EL PAÍS

El productor Jeremy Thomas, durante la inauguración del BCN Film Fest 2022.
El productor Jeremy Thomas, durante la inauguración del BCN Film Fest 2022.Xavi Torrent (Getty Images)
Gregorio Belinchón

A sus 72 años, el inglés Jeremy Thomas aún no ha encontrado parangón en el cine. Puede que el francés Marin Karmitz se acerque en su apoyo al cine de autor mundial, durante décadas. Pero la carrera de Thomas se ha basado siempre en buscar proyectos al límite, en crear tormentas artísticas, en apoyar a directores diferentes, amantes del riesgo. De Jim Jarmusch a Matteo Garrone, de Takashi Miike a Nagisa Ôshima, de Jerzy Skolimowski (con el que volverá a Cannes en la próxima edición) a Richard Linklater y Stephen Frears, y por supuesto, sus tres directores de cabecera: Nicolas Roeg, Bernardo Bertolucci —con el que ganó el Oscar a mejor película gracias a El último emperador— y David Cronenberg, cuya Crash le llevó a recibir violentas amenazas desde la prensa de su país.

Thomas estaba predestinado al cine. Su padre y su tío dirigían y producían cine comercial, y Thomas, que nació en Londres, recuerda que en realidad sus mejores enseñanzas salieron de su vida en los platós. El festival de cine BCN Sant Jordi de Barcelona le rinde homenaje con un ciclo y la proyección del documental Jeremy Thomas, una vida de cine, de Mark Cousins, en el que el divulgador cinematográfico le acompaña en un viaje en coche hacia el festival de Cannes de 2018 (a Thomas le fascinan los coches y conducir). Durante el trayecto, Cousins compone el puzzle creativo del cineasta a través de capítulos temáticos: coches, sexo, política, muerte, Cannes y finales, que engloban los intereses de Thomas. Para EL PAÍS el productor ha repasado algunos de los grandes éxitos de su carrera. Y son solo algunos, porque en su currículo hay más de 70 películas. “Aviso: a veces mis recuerdos son olores, sensaciones, porque mi memoria tiende a novelizar los acontecimientos”, asegura.

El grito (1978). “Yo había vuelto de trabajar dos años en Australia, donde empecé mi carrera, y me pasaron un guion basado en un cuento corto de Robert Graves sobre un hombre que podía matar con la voz. Y pensé en cómo no hacer una película inglesa con aquella historia, por eso nos la llevamos a Nueva Zelanda. Se la ofrecí a Nicolas Roeg y no quiso, y cuando conocí al polaco Jerzy Skolimowski, que venía de una cultura absolutamente distinta, supe que tenía que dirigirla él. Yo procedía de rodajes tradicionales, y él me cambió la mente. Sobre cambiar el punto de visto, sobre aprovechar los accidentes que ocurren en el rodaje y no ir demasiado preparado a la filmación. Además, el reparto estaba maravilloso. Y fue gran premio del jurado en Cannes”.

Contratiempo (1980). “Nicolas Roeg ha sido mi maestro. Todo lo que hice con él es maravilloso... por él. Ha sido un director distinto, y aquí lo ves en cómo está Theresa Russell, que en sus manos era una estrella, y Art Garfunkel. Y su manera de hilvanar una relación de deseo y empoderar al personaje femenino... Añoro a Nicolas”.

Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983). “Estábamos en la gira mundial de presentación de El grito y un día me crucé con el maestro Ôshima. Aún me acuerdo de su quimono. Intercambiamos tarjetas de visita, bebimos... y dos años más tarde empezamos este viaje. De soldados valientes que aman a soldados valientes, de hombres que aman a hombres... Me siento orgulloso de ella”.

The Hit (1984). “La rodamos en España. La hicimos en cinco semanas, casi en plan guerrilla. Cada noche parábamos en un sitio distinto y maravilloso. Stephen Frears dirigió con talento a Terence Stamp. En realidad, sacamos partido en la historia al amor de los gánsteres ingleses por España, especialmente por la Costa del Sol. Esa atracción sigue aún, los ves por Málaga, y además es muy fácil huir desde ahí”.

El último emperador (1987). “Recuerdo que me llamó Bernardo y me pidió que nos reuniéramos. Quedamos en un restaurante chino debajo de mi oficina. Y allí sentados él me llamó la atención sobre la coincidencia, porque quería hacer la autobiografía del último emperador de China. Fuimos a ese país, luchamos por los permisos para rodar en la Ciudad Prohibida, hasta ese momento cerrada a cal y canto. Por suerte, Italia y China, gracias a Marco Polo, tienen en común los espaguetis y los fideos. Y entramos. Hasta nos cedieron soldados, expertos... Fue increíble orquestar esos miles de extras y de técnicos. Te recuerdo que en aquel tiempo no había efectos digitales. Si necesitabas masas de gente, rodabas a masas de gente. Por cierto, tuvimos que traer chefs para que le hicieran la pasta de manera correcta al equipo italiano, que sin ella no trabajan y no querían tocar la comida china. Estuve cuatro años con el proyecto y seis meses de rodaje. Fue épico”.

El cielo protector (1990). “También me la planteé con Roeg, cuando Contratiempo. No pudo ser, y sin embargo con Bernardo las estrellas se alinearon. Rodar en el Sáhara le dio esa verdad, los actores encontraron a los personajes en su interior.... Esa vez todo fluyó”.

El almuerzo desnudo (1991). “Había proyectado Contratiempo en el festival de Toronto. Y estábamos en una fiesta en un bar caribeño y allí estaba sentado David Cronenberg. Nos presentamos y me dijo que estaba viendo cómo adaptar El almuerzo desnudo, y de repente tuve un flasazo en mi cabeza: él era el único del mundo que podía adaptar el libro de Burroughs. Tardamos siete años para encontrar el dinero y poder rodar. ¿Sabes qué me preocupa? Que la gente joven acceda a ella. Con la restauración que realizamos hace poco de ella y de Crash me di cuenta que hay nuevas generaciones que no las han visto y que al recuperarlas les produce un shock. Creo en cine que confronta al espectador. Es como la comida. No es cojo esto y me alimento, no. Es ‘he elegido este plato para ti y creo que tienes que probarla’. Hoy pasa cada vez menos. Es curioso cómo la gente aprecia otras artes, como la danza, el teatro o la ópera, y lo rehúye cada vez más en los cines. Y una película es una experiencia comunal. Vamos a peor”.

Crash (1996). “Para mí, J. G. Ballard [el autor de Crash] es mi Melville, mi escritor entre escritores. Cada uno de sus libros son fantásticos. Y muchos son fácilmente adaptables al cine... excepto Crash. ¿Cómo hacerlo? Con el maestro Cronenberg. Y así fue. Se levantó polvareda, Cannes fue brutal, los periódicos británicos se cebaron con ella y con mi familia... En fin, ¿qué queda con los años? Un peliculón”.

Todos los animales pequeños (1999). “Desde niño, que lo leí, sabía que había una película en él. Cuando crecí, intenté producirla y los derechos los tenía Don Siegel. Décadas más tarde, volví a ella, pude adquirirlos y mi esposa escribió el guion sobre descubrimientos vitales y personas diferentes. John Hurt, al que descubrió mi padre en una escuela de interpretación, y Christian Bale dieron lo mejor de sí. La dirigí porque sentí que habitaba en mí”.

Fast Food Nation (2006). “Es la película más política de mi carrera. El proyecto me llegó por Malcolm McLaren, el músico, que me pidió apoyo para obtener los derechos del libro. En realidad, cuenta que nos portamos peor que animales con los animales. En el fondo es un canto de amor a los auténticos animales, a los que sacrificamos reventando sin miramientos reventando la pirámide alimenticia. Richard Linklater nos pone un espejo en la cara. Aún hoy me sorprende que la distribuyera un estudio de Hollywood como Fox”.

Pinocho (2019). “Collodi, Garrone, Benigni... ¿Quién se puede resistir? Con Garrone ya había trabajado, me parece un cineasta brillante, y él quería acercarse de una manera nueva a la historia. Pocos cineastas son capaces de plantear de repente una película para todos los públicos con un clásico infantil. Y yo quería hacer algo que pudieran ver mis nietos”.


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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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