Nuccio Ordine: elogio del “tiempo perdido” y ataque a la “educación mercantil”
El profesor y escritor italiano, autor de ‘La utilidad de lo inútil’, carga contra la mercantilización de la enseñanza en su discurso de investidura como doctor ‘honoris causa’ por la Universidad de Comillas
Arrancó Nuccio Ordine su discurso como doctor honoris causa de la Universidad Pontificia de Comillas, en Madrid, con una gran mentira revestida de elegancia, y fiel a la fórmula pertinente: “No tengo palabras para expresar mi gratitud y emoción por el gran honor etcétera, etcétera…”. ¡Mentira! “¿No tengo palabras?”.
Otra cosa no, pero las palabras le hierven en la sangre, en la boca, en la pluma, en la cabeza y en el corazón al italiano Nuccio Ordine (Diamante, 63 años). Decir que el profesor de Literatura italiana en la Universidad de Calabria, que el autor de La utilidad de lo inútil, que el conversador furioso y seductor no tiene palabras es como sostener que una viña no da vino, que un profesor se quedó mudo, que Séneca se volvió funcionario…
Si además esas palabras —como las de este jueves en el Aula Magna de la Universidad de Comillas, delante de un público entregado y de un claustro de profesores interpelados directamente— versan sobre los problemas, los errores y los lamentos que sobrevuelan la educación de nuestros niños, de nuestros adolescentes y de nuestros universitarios… tenemos a Nuccio Ordine en estado puro: un fiscal feroz de la idiotez, el papanatismo y la dictadura tecnológica.
“Toda la cadena de la enseñanza se ha puesto al servicio del llamado crecimiento económico, de las exigencias del mercado y de las empresas”. “Se hace creer a los jóvenes que es necesario estudiar para aprender un oficio y que el éxito se mide por la cuenta bancaria”. “Los profesores no pueden ser managers ni promotores de negocios”. “Las escuelas y las universidades no pueden ser empresas que venden diplomas. Los estudiantes no pueden ser clientes”. “La confusión entre la urgencia y la normalidad ha reforzado el número de los partidarios convencidos de que la escuela moderna es una cuestión de ordenadores y de pizarras conectadas, y no de buenos profesores”. Esos fueron algunos de los dardos lanzados por el flamante honoris causa en su discurso Escuela y Universidad para una humanidad más humana, pronunciado nada más ponerse el birrete y en el que cargó sin desmayo contra la “pedagogía mercantil” y el mundo universitario actual, “hecho de créditos y débitos”.
La propuesta de doctorado para el escritor, profesor y pensador italiano había llegado desde la facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Y fue Angelo Valastro, profesor de lenguas clásicas y director de la Universidad de Mayores de la Pontificia de Comillas, además de amigo del doctorando, quien se encargó de leer la laudatio. Valastro acudió a George Steiner y retomó la definición que el viejo profesor de Cambridge, fallecido hace dos años, ofreció en su día acerca de su amistad con Ordine: “Un seguro de vida”. También habló de la hiperactividad del escritor y pensador calabrés —”envuelto siempre en un océano de compromisos”— y destacó de entre su obra literaria tres libros: La cábala del asno (1987), Tres coronas para un rey (2011) y La utilidad de lo inútil (2013), que va por las 25 ediciones y ha sido traducido a 24 lenguas en 33 países, y que Valastro definió como “una luz en el cielo de las instituciones educativas”.
Pero no solo de educación, de educadores y de educandos habló Ordine en su discurso, trufado de referencias a autores como Camus, Einstein, Bernardo de Chartres, Francis Bacon, Dickens, Dante, Giordano Bruno (su amado Giordano Bruno), Nietschze, Rousseau, Kavafis, Machado, García Márquez, Orwell, Erasmo, el propio Séneca y hasta el papa Francisco. También quiso reivindicar conceptos como la imaginación y la fantasía incluso por delante del conocimiento, y sobre todo lanzó un grito en defensa de la pérdida de tiempo.
Sí: la pérdida de tiempo. Esto indignará tanto a los fracasados incapaces de valorar las pequeñas cosas como a los profesionales del éxito amoral, a los empresarios sin honra, a los trepas de toda laya y a los especialistas en calendarios intensivos de tareas pendientes, pero este hombre de éxito, listo, inteligente, simpático, culto, seductor, sensible y mundano —rasgos, estos sí, del éxito de verdad— lo dejó así de claro: “Reducir la velocidad, hoy en día, significa ‘perder tiempo’. Sin embargo, si lo consideramos bien, el conocimiento, las relaciones humanas y nuestro vínculo con la vida necesitan sobre todo ‘lentitud”.
Palabra de honoris causa.
Babelia
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