Cuando consigues lo que quieres, ya no lo quieres
En el ensayo ilustrado ‘No siento nada’, de la sueca Liv Strömquist, se analiza esta época definiéndola como la del narcisismo extremo
La otra noche, viendo La peor persona del mundo, pensé que esa situación definía perfectamente lo que es la paz. La paz es tener la posibilidad de sentarte en la butaca de un cine a contemplar la vida de otros para luego volver a casa charlando. Eso es la paz. Ahora la palabra brilla en todo su sentido en contraste con la guerra. Hablábamos de esa chica de la película, Julie (Renate Reinsve), enamoradiza, no especialmente interesante desde un punto de vista humano o intelectual, pero llena de encantos. Y sí, me refiero al atractivo físico, ese don que permite a algunas personas ir de flor de flor, liarla. Son seres que enamoran sin esfuerzo y, tal vez por ello, ejercen su voluntad y su capricho sin reparar en el daño que hacen. Exactamente como cantaba Marilyn Monroe en After, de Irving Berlin: “After you get what you want you don´t want it” (Después de conseguir lo que quieres, ya no lo quieres). Alguna amiga tengo que, como Julie, en su esplendorosa juventud se obsesionaba justo con la persona que le era más esquiva y cuando la tenía en su poder se aburría de ella y comenzaba de nuevo a rumiar una nueva conquista. A pesar de que ahora hay una especie de tabú en torno a las ventajas que concede la belleza, yo he observado siempre con mucha curiosidad a quienes encandilan a los demás al primer vistazo, no haciendo valer una guapura simplona, sino manejando con gracia sus encantos naturales.
Ingenuamente creía que la película trataba de ese tipo de seres caprichosos que solo saben comprometerse con su deseo y que enseguida se sienten superados por el tedio. Viven poseídos por una insatisfacción estéril. Pensaba también que la historia se inscribía bien en estos tiempos que parecen ser el final de un mundo comprensible y que se trataba de un argumento propio de jóvenes que están dejando de serlo en países privilegiados, hablamos de Noruega, en los que la indecisión se enquista para transformarse en un rasgo de carácter. Aun tratándose de la vida amorosa de una mujer, me he cruzado también con hombres así, de tal forma que la lectura de género me parece algo simplista, aunque el guion haya sido escrito por un hombre. Lo que me perturba es que en las opiniones que se emiten de toda ficción prevalezca hoy una especie de juicio programático, de lectura sociológica, que borra la propia creación que tenemos ante nuestros ojos. No creo que Julie, personaje de película, represente a todas las jóvenes, aunque encarne una incertidumbre muy propia de estos tiempos. La sufro yo, también, pero pertenezco a la generación de los que se divorciaban, en eso nos distinguíamos de nuestros padres, para volver a emparejarse pronto, iniciando una relación a menudo más sólida que la primera.
En el ensayo ilustrado No siento nada, de la sueca Liv Strömquist, se analiza esta época definiéndola como la del narcisismo extremo; un presente en el que, como si viviéramos inmersos en un selfi permanente, tendemos a observar de manera tan obsesiva nuestros propios sentimientos que perdemos la noción del prójimo con el que deberíamos conjugarlos. Strömquist, humorística y lúcida, define a los amantes de hoy como aprendices de Leonardo DiCaprio, sirviéndose del actor para dibujar un prototipo. DiCaprio elige siempre al mismo tipo de novia, se trata de jóvenes modelos tan parecidas unas a otras que no se distinguen, son veinteañeras intercambiables, mientras que nuestro héroe se va haciendo viejo y echando barriga. No siento nada es la frase que pronuncia Leo en las viñetas de Strömquist cuando finaliza una relación. Pero las mujeres, esas mujeres profesionales que temen ser juzgadas como retrógradas, según la artista sueca, copian esa cualidad líquida de las relaciones, escondiendo, tal vez, el deseo de vivir un gran amor, como diría Vinícius de Moraes.
No siento nada es un ensayo, por tanto, la tesis es obligada, pero La peor persona del mundo es ficción, y aun celebrando que pueda provocar debates, lo esencial es que la historia nos interese, nos guste, nos conmueva, incluso protagonizada por una mujer encantadora e irritante. Esa es la gracia. Si le hincamos el diente a una película solo para concluir que se nota que está escrita por un hombre, ¿qué papel le damos a la libertad creativa? Habría que preguntarse qué queda de Annie Hall después de cuarenta y cinco años. Sin duda, mucho más allá del guion, el encanto eterno de Diane Keaton.
Babelia
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