Ryûsuke Hamaguchi, el director que se esconde tras la soberbia ‘Drive My Car’
El cineasta japonés es el nombre extranjero más escuchado en la temporada de premios que acaba en los Oscar
¿De dónde sale el japonés Ryûsuke Hamaguchi? ¿Cómo puede ser que en las últimas ediciones de los festivales de Berlín y Cannes las mejores películas proyectadas, La ruleta de la fortuna y la fantasía y Drive My Car, fueran obra del mismo cineasta? En muy pocas ocasiones un creador ha llegado con tan distintas películas —en el recuerdo está Francis Ford Coppola en 1974 con El padrino II y La conversación— a una misma temporada. Este director del azar y el destino, amante de lo inesperado, de los juegos de coincidencias y de las extrañas simetrías, es un tipo en persona afable y más parlanchín de lo habitual entre los directores japoneses. Su nombre es el extranjero más escuchado en la temporada de premios.
A pocos cineastas les ha venido bien la pandemia. Entre confinamientos y rodajes ralentizados por los protocolos anticovid, filmar ha devenido en una experiencia farragosa. Sin embargo, a Ryûsuke Hamaguchi (Kanagawa, 43 años) esos parones le han servido para convertirse en el director de cine de autor de la temporada. Primero, porque su La ruleta de la fortuna y de la fantasía acabó en la Berlinale 2021, donde obtuvo el Gran premio del Jurado, tras esperar un hueco para su lanzamiento durante el año anterior. Y después, porque Drive My Car —se estrena hoy en España—, que rodó sorteando confinamientos, fue el gran acontecimiento cinematográfico de Cannes (Titane, la ganadora de la Palma de Oro, es otra cosa), aunque solo lograra los premios a mejor guion y el de la crítica internacional, y su carta de presentación en Estados Unidos.
Está claro: el circuito festivalero le adora. Si acaso, se puede interponer en su camino a los Oscar una duda: si los académicos verán una película de tres horas con subtítulos. Deberían, porque se pierden una joya. El martes próximo, cuando se anuncien las candidaturas a los Oscar, Drive My Car no es solamente la favorita para liderar los finalistas a mejor película internacional, sino que podría catapultar a Hamaguchi a la categoría de mejor dirección. Ahora bien, ¿estará también entre las 10 candidatas al premio grande, el de mejor película?
Hamaguchi es un viejo conocido en el panorama del cine de autor. Ha ido escalando posiciones, desde que empezó, al acabar la universidad, a dirigir publicidad. Lo hizo durante varios años, hasta que se apuntó a un programa de cine de la Universidad de las Artes de Tokio. Allí vio algunos títulos que se han convertido en los grandes referentes de su estilo, como Maridos, de John Cassavetes, de quien ha tomado su método de trabajo con los actores; Alphaville, de Jean-Luc Godard; o un documental sobre Jean Renoir y su labor con los intérpretes, que le sirvió como guía para el rodaje de Happy Hours.
Su película de graduación, Passion (2008), concursó en la sección de Nuevos Directores del festival de San Sebastián, y desde ese momento fue combinando largometrajes de ficción con documentales. En 2015 Happy Hours, nacida de un taller de improvisación con intérpretes no profesionales, participó en el certamen de Locarno (Suiza), y puso a Hamaguchi en el mapa internacional. Aquella historia de cuatro treintañeras contada en cinco horas se urdió con improvisación y apuesta por los misterios y lo inesperado en las relaciones humanas. Esos son los elementos esenciales del cine de Hamaguchi, que cuajaron en Asako I y II (2018), la extraña aventura protagonizada por una mujer que encuentra a un chico exactamente igual a su novio desaparecido dos años antes. “El azar es el mundo. No existiríamos sin él”, contaba a EL PAÍS durante el pasado festival de San Sebastián sobre su gusto por las coincidencias y la influencia que ejercen en las relaciones sentimentales. Sobre eso gira La ruleta de la fortuna y de la fantasía (2021), Gran Premio del Jurado de la Berlinale, tres historias con mujeres protagonistas que a través de un amor inesperado, una seducción fallida y un extraño encuentro nacido de un malentendido conforman un retrato del fatum como motor de la vida.
Encargo: adaptar a Murakami
La rueda de la fortuna y de la fantasía la rodó a su manera, con un equipo técnico compuesto por ocho personas, incluido él. Otra cosa ha sido Drive My Car, su versión del mundo del escritor Haruki Murakami, un encargo de gran presupuesto. “En realidad, las novelas de Murakami no se pueden adaptar al cine. Es imposible. Como te plantees una adaptación literal, fracasas. La propuesta me llegó del productor, y me habló de otra novela. Me sentí incapaz, y a cambio apunté que en Drive My Car sí veía material que sentía cercano, y que sabía cómo plasmar su espíritu en una película”, contaba a EL PAÍS. El relato, de no más de 40 páginas, está en el libro recopilatorio Hombres y mujeres, del que Hamaguchi ha tomado más material, porque de distintas maneras también aparecen otros dos cuentos, Sherezade y Kino. “Me gusta cómo ruedan dentro de los coches Wim Wenders y Aki Kaurismäki, me atrae cómo reflejan la vida que transcurre más allá de las ventanillas de los vehículos”, aseguraba durante la promoción en Londres.
El protagonista, un director de teatro, posee un Saab (en la novela es amarillo; el cineasta prefirió que fuera rojo para que resaltara en pantalla) con el que se mueve por todas partes, devenido en oficina de ensayos virtual. Un día descubre en su piso a su esposa teniendo sexo con un joven actor, y decide mantenerlo en secreto. La trama gira, se retuerce y acaba llevando al dramaturgo a la otra punta de Japón, a dirigir una adaptación de Tío Vania, de Chéjov, con actores de diferentes nacionalidades que usarán cada uno su lengua materna para la representación, y a que el director de la obra construya un vínculo muy especial con la chófer que le transporta: “Soy el mismo cineasta, y aunque sean muy distintas formalmente, en ambas se asiste a mi esfuerzo por elaborar una forma de arte. También creo que el cine, como arte, ha sido siempre minoritario [en Japón, Hamaguchi ha organizado un fondo económico de ayuda a salas de cine de autor]. No me asusta su futuro, porque no desaparecerá, aunque, no nos engañemos, no crecerá”.
La pulsión de Drive My Car por hablar de las huellas que los muertos imprimen en los vivos, en los ecos que resuenan alojados en el alma de los supervivientes nace de las reflexiones de Hamaguchi sobre la verdad y la mentira, acentuadas por el teatro, las máscaras griegas que esconden los rostros de los actores. “La actuación revela la verdad; si tú mientes, te amparas tras una careta”, apuntaba en el festival de Nueva York. “Ahora bien, también puedes decir la verdad bajo una máscara, y eso es el arte, ¿no? Lo que muestras en la superficie y lo que expresas por debajo pueden no coincidir. Al final, como cineasta, lo que quiero es verdad en mis actores. Es casi una cuestión de fe”.
Por culpa de la carrera de galardones hasta los Oscar, en la que Drive My Car ya ha ganado el Globo de Oro de la vilipendiada asociación de la prensa extranjera en Hollywood y diversos parabienes de diferentes organizaciones de críticos, Hamaguchi ha ralentizado la preproducción de su siguiente filme, Our Apprenticeship. Al japonés los premios le dan bastante igual, aunque lo mismo decía el surcoreano Bong Joon-ho el año de Parásitos, hasta que se vio con la estatuilla en la mano y no pudo más que mostrar su cara de sorpresa y felicidad. Habrá que ver el gesto de Hamaguchi el próximo 27 de marzo si gana un Oscar.
Babelia
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