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Muere Michael Lang, la cara risueña del festival de Woodstock

Promotor de conciertos y manager, planeó lanzar mundialmente a El Último de la Fila

Diego A. Manrique
Michael Lang
Michael Lang, en 1994.Lynn Goldsmith (Corbis/VCG via Getty Images)

Michael Lang, promotor de conciertos y representante de artistas, falleció en Nueva York el sábado 8 de enero, a los 77 años, víctima de un linfoma. Su nombre está indisolublemente unido al legendario festival de Woodstock, que desarrolló a mediados de agosto de 1969 y en dos posteriores ediciones. Como manager, llevó la carrera de Joe Cocker en los setenta y los ochenta.

Nacido en Brooklyn en 1944, Lang fue uno de tantos veinteañeros que sintieron el terremoto de la contracultura. Dejó los estudios de Derecho para instalarse en Coconut Grove, la zona más bohemia de Florida, desde donde organizó conciertos y eventos como el Miami Pop Festival. Se instaló luego en Woodstock, pueblo que entonces acogía a Bob Dylan y una amplia comunidad artística. Allí conoció a un disquero, Art Kornfeld. Primero quisieron fundar un estudio de grabación, pero cuando conocieron a dos ambiciosos inversores neoyorquinos (se habían publicitado como “jóvenes con capital ilimitado”), surgió el chispazo de montar un festival en Woodstock. Todos conocían la zona: las montañas Catskills era el lugar de veraneo preferido de la comunidad judía de Nueva York, como bien se refleja en la serie La maravillosa Sra. Meisel.

Lo que finalmente se bautizó como Woodstock Music and Art Fair despertó los recelos de la población local. Dylan no quiso saber nada de tocar allí y los residentes negaron el permiso. En el cercano Wallkill, solo se permitía un máximo de 5.000 espectadores. Finalmente, ya en Bethel, convencieron a Max Yasgur, un testarudo granjero judío que desafió a sus vecinos y cedió sus terrenos, con un anfiteatro natural. Hasta horas antes, se usaron artimañas legales para detener la construcción de infraestructuras para el festival. En ese momento, se hablaba de unos 50.000 asistentes, pero Lang y compañía ya habían vendido una cantidad superior de entradas, a 18 dólares por cabeza.

Toda la polémica por la localización y el poderío del cartel, que incluía desde Creedence Clearwater Revival a Jimi Hendrix, explican que tal vez medio millón de personas acudieran a la llamada. Imposible saber la cifra exacta, ya que muchos se dieron la vuelta al toparse con inmensos embotellamientos; aquello terminó siendo un evento gratuito por la sencilla razón de que no hubo tiempo para levantar vallas o puertas de entrada.

En verdad, Woodstock fue un desastre logístico y organizativo. No se respetaron los horarios previstos de actuaciones y los artistas con guitarras acústicas tuvieron que llenar los tiempos muertos. Ante la lluvia y las carencias varias, se requirió la ayuda de las fuerzas armadas y el impulso caritativo de monjas y damas se tradujo en proporcionar comida y bebida. Hubo dos muertes por accidentes, pero quedaron eclipsadas por el asombro nacional ante el buen rollo general: se empezó a hablar de la Nación de Woodstock.

Las cuentas de la organización registraron números rojos, pero se compensaron con las regalías de la película documental, Woodstock: 3 days of peace and music, y los discos allí grabados. Lang solo comprendió lo cerca que estuvieron de la catástrofe cuando acudió, cuatro meses después, al concierto de los Rolling Stones en Altamont (California), donde la seguridad estuvo a cargo de los Ángeles del Infierno. Para las siguientes ediciones de Woodstock, en 1994 y 1999, los fallos estaban subsanados, pero hubo violaciones y altercados: el público ya no eran precisamente hippies. Dejaron tan mal sabor de boca que, en 2019, fue imposible celebrar los 50 años del festival original.

Lang, dinámico y angelical, estuvo muy activo durante ese medio siglo. Gestionó un sello discográfico, Just Sunshine, que sacó artistas interesantes pero sin repercusión comercial. Le fue mejor en el management de artistas, especialmente con otro veterano de Woodstock, el vocalista Joe Cocker. Cierto que Cocker pasaba por etapas alcohólicas que obligaban a Lang a desplazarse en urgentes misiones de socorro, donde debía desplegar todo su encanto personal para sacarle de comisarías o superar vetos en compañías aéreas.

También estuvo implicado en un episodio poco conocido: a mediados de los noventa, la multinacional EMI quiso lanzar a escala global a El Último de la Fila y sugirió que Michael Lang se ocupara del management del dúo. Cuando se presentó a Manolo García y Quimi Portet un calendario que exigía una dedicación total durante varios años, los músicos dieron las gracias, pero renunciaron a la aventura. Lang, que era un bon vivant, lo entendió perfectamente.

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