Joan Didion, la mujer enigmática
La cronista pareció entrenarse durante toda su vida para escribir un tremendo autorretrato a través del relato de un revés trágico e inconsolable
Contaba Joan Didion que cuando era adolescente transcribía a máquina páginas de las novelas de Hemingway para entender el misterio de la prosa en la que estaban escritas. Fueron esta tarea obsesiva y el diario que le regaló su madre para que desahogara sus quejas lo que sin duda activó el deseo de contar lo que vivía. Es Didion (cómo escribir en pasado sobre quien está tan presente), por encima de cualquier consideración, una mirada, un estilo. Su narración, aunque esté al servicio de los hechos, aparece impregnada por una prosa literaria, austera y eficaz, algo enigmática siempre.
Esta preeminencia de su carácter en cualquier asunto que abordaba la inscribe en el movimiento del nuevo periodismo, pero su condición de mujer añadió intereses y colores a sus escritos que a otros de sus colegas les pasaban desapercibidos. Fue la Didion joven una mujer de su tiempo en un sentido estricto, alguien que supo capturar con una perspicacia inusual las distintas olas contraculturales que sacudieron la cultura americana en las décadas de los 60 y 70. Confluían en su carácter grandes aptitudes que la convirtieron en una singular reportera: la de la mujer que sabe observar, seleccionar con buen ojo los testimonios cruciales y colarse en territorios delicados de manera audaz, sin miedo. Esa falta de temor viene dada por una ajenidad a los ambientes que describe.
A pesar de su complexión extremadamente delgada, que podía conferirle una imagen de extrema vulnerabilidad, su presencia poseía algo hipnótico que la convirtió en alguien influyente para los editores de revistas y en un personaje cool a ojos del mundo de la moda. Junto con su marido, el escritor John Gregory Dunne, cultivó el mundo hollywoodiense, escribió para el cine y no perdió la ocasión de formar parte del universo cultural californiano. Ese fue su territorio durante muchos años, el escenario de un mundo salvaje, bello y al mismo tiempo en vías de extinción, cruzado en su formidable extensión por autopistas que parecen llevar a ninguna parte.
Hay en toda su prosa una sensación de inevitabilidad ante el desastre. Tal vez la expresión más relevante de esos presagios sea el libro que la dio a conocer en España, El año del pensamiento mágico, que en nuestra manía de catalogarlo todo hemos clasificado como literatura del duelo, pero que para mí constituye su gran reportaje: un estudio hondo, parco, duro, brutal, sobre una mujer que de tener anclajes en la tierra se ve suspendida en el terreno que más nos aísla de otros seres humanos, el del dolor sin consuelo.
Ajena a la sentimentalidad, proclive a lo que podría percibirse como una cierta frialdad en la mirada, Joan Didion pareció entrenarse durante toda su vida para escribir un tremendo autorretrato a través del relato de un revés trágico e inconsolable; la cronista se convierte en sus últimos años en entomóloga de sí misma, como así hiciera con los hippies californianos, los universos musicales, la droga, el desvarío. Tuvo la entereza de seguir trabajando hasta última hora. Su vida y su oficio no pueden celebrarse de forma diferenciada, porque ella fue en cierto sentido su mejor obra de arte.
Babelia
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