La agitada historia de Europa a través de los ojos de ámbar de una diminuta liebre
El Museo Judío de Nueva York expone la colección de la familia Ephrussi, cuya trayectoria narró en un libro el escritor y descendiente Edmund de Waal
La exposición La liebre con ojos de ámbar sale de un libro que en su día fue un legado. Como en el juego de matrioskas o de espejos, la muestra sobre la familia Ephrussi en el Museo Judío de Manhattan, abierta hasta el próximo 15 de mayo, ofrece un relato pormenorizado de sus peripecias vitales, pero a la vez presenta un recorrido por lo más destacado de la historia del arte de finales del siglo XIX. Fue entonces cuando los Ephrussi conocieron el esplendor antes de que los nazis les desposeyeran de todo lo hermoso que poseían, incluidas sus raíces.
La exposición del Museo Judío, primorosa e íntima como un camafeo o un cuarteto de cámara, se basa en el libro que un descendiente de la familia Ephrussi, Edmund de Waal, publicó en 2010 con igual título y que en castellano fue editado por Acantilado. El relato de De Waal se gestó tras recibir en herencia de un tío abuelo radicado en Tokio una colección de natsuke, delicadas miniaturas talladas del periodo Edo (siglos XVII-XIX) que originalmente se usaban para el atavío de los quimonos. Una de ellas, la que da título al libro y a la muestra, era una vivaz reproducción de ese animal, que dejó deslumbrado al autor a los 17 años, cuando la vio por primera vez.
Las vicisitudes de esa colección familiar de más de 200 figuritas de madera y marfil, ninguna de ellas más grande que una caja de cerillas, encierran el recuerdo de los momentos más luminosos y también más atroces de la historia de Europa en los siglos XIX y XX. Desde el spleen del París de Proust al horror nazi, pasando por las vidas en el exilio de América o Japón de los distintos miembros de la familia, huyendo de la persecución de los judíos, hasta el taller londinense del ceramista y escritor De Waal.
La muestra neoyorquina es corta, pero sustanciosa. Hay obras de Fragonard, Monet, Renoir y Moreau; artes decorativas, material documental; manuscritos y las 168 miniaturas aún en poder de la familia de un conjunto que en su día integró 264. Los objetos relatan el auge y esplendor de los Ephrussi a lo largo del siglo XIX, cuando el esteta e historiador del arte Charles Ephrussi (1849-1905) formó el grueso de la colección; el sombrío periodo de Entreguerras, con un antisemitismo cada vez más rampante, y finalmente la II Guerra Mundial, que supuso la pérdida de la fortuna y de la colección por el saqueo nazi. Tan interesantes como los cuadros son las fotografías, las fes de vida o los documentos de viaje que retratan la baqueteada existencia de la familia. La muestra de Nueva York se basa en la exposición Los Ephrussi: viaje en el tiempo, organizada por el Museo Judío de Viena y que cerró sus puertas en marzo de 2020, justo antes de la pandemia.
Originarios de un shetl (poblado de mayoría judía) en Rusia, los Ephrussi hicieron fortuna en Odesa con el comercio de grano y posteriormente como banqueros en Viena, donde dejaron una primera impronta arquitectónica: el imponente palacio que lleva su nombre en la Ringstrasse. En torno a 1860 se trasladaron a París. La capital francesa fue su particular camino de Swann: Charles, el heredero, nada inclinado hacia el mundo de las finanzas y sí al del diletantismo, fue el personaje real en que se basó el escritor Marcel Proust para el personaje de Charles Swann de En busca del tiempo perdido.
Charles Ephrussi Swann, nieto del fundador de la dinastía, fue un habitual de los salones y las fiestas parisinas; mentor de Manet, Degas, Renoir y Monet, muchos de cuyos cuadros adquirió. Algunos pueden verse en la exposición; otros, perdidos por el expolio nazi, solo a través de copias en sepia. Charles también alentó, como editor y firma habitual, la Gazette des Beaux-Arts, referencia durante décadas. Y fue el introductor del japonesismo en Francia en ese periodo, cuando completó su colección de natsuke.
El interior del Museo Judío, los suelos crujientes de madera, las arañas y los techos majestuosos que caracterizan a las ricas mansiones del Upper East Side de Manhattan, evoca el ambiente en que se desarrolló el ascenso social y económico de los Ephrussi, de la Viena imperial a su residencia junto al Parc Monceau de París. Fragmentos del libro de De Waal, leídos por el propio autor, envuelven al visitante en la atmósfera de nostalgia y a la vez calidez consanguínea que recorre toda la muestra. Los objetos ejercen de narradores, como símbolos de resistencia e hitos del destino. En el centro de cada una de las tres grandes salas, se distribuyen los 168 diminutos natsuke de la colección privada de De Waal. Otros 79 se subastaron en 2018, a beneficio de una ONG británica de ayuda a los refugiados y solicitantes de asilo. Un guiño a la existencia errabunda de una dinastía cuyos recuerdos hallan por fin reposo, aun provisionalmente, entre las paredes de una vieja mansión neoyorquina, no demasiado distinta de las que albergaron todos sus sueños rotos.
Babelia
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