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Crítica | La cordillera de los sueños
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘La cordillera de los sueños’: contra la desmemoria de Chile

Patricio Guzmán cierra su última trilogía rescatando el fascinante archivo de uno de los cámaras de ‘La batalla de Chile’

Patricio Guzmán, en 'La cordillera de los sueños'.
Elsa Fernández-Santos

Con La cordillera de los sueños, el veterano documentalista chileno Patricio Guzmán cierra la trilogía que empezó en 2010 con Nostalgia de la luz y en la que a través de la extraordinaria geografía de Chile viene advirtiendo del peligro de la desmemoria sobre el pasado reciente de su país. Exiliado en Francia desde el golpe de estado de Pinochet, Guzmán ha construido toda su filmografía sobre el lugar que tuvo que abandonar mientras rodaba La batalla de Chile (1975-1979), su célebre documental sobre la llegada al poder de la Unidad Popular de Salvador Allende y el acoso y derribo que sufrió por una derecha exaltada que, con la ayuda de Estados Unidos, arrojó al país en brazos de un dictador sanguinario.

Si Nostalgia de la luz y El botón de nácar (2015) buscaban, respectivamente, en el cielo y el océano de Chile respuestas al trauma, La cordillera de los sueños se enfrenta al gran tótem geológico: la cordillera andina, una inmensidad rocosa que condiciona el carácter de los que nacen a sus faldas. Guzmán, con una retórica similar a la de las dos películas anteriores, repite su fórmula de indagar a través de la naturaleza en la identidad del país. La cordillera, como explica el escultor Francisco Gazitúa, ocupa el 80% del territorio chileno, pero la inmensa mayoría de su gente vive de espaldas a un muro que les protege tanto como les aísla del resto del mundo.

En este capítulo final, Guzmán resulta más autobiográfico que en los anteriores, también más pesimista. Aunque la película es de 2019, muchas de sus voces ya parecen aventurar lo que podría ocurrir este mismo domingo en la última vuelta de las elecciones a la Moneda en un país polarizado que treinta años después del fin de la dictadura podría acabar en manos de un candidato de la ultraderecha. Ese derrotismo ante la evidencia de la desmemoria —o ante la certeza de que en el fondo la dictadura jamás fue derrocada porque antes de abandonar el poder ya se había enriquecido expoliando los recursos del país— encuentra su implacable voz en el personaje central del documental, el cámara Pablo Salas, quien casi hubiese merecido una película para él solo. Guzmán rescata a quien fue uno de sus ojos en La batalla de Chile, el cámara que durante los años de la dictadura rodó día tras día lo que ocurría en la calle. Salas se quedó en Chile arriesgando su vida porque, como explica en la película, lo importante para él no era convencer de los horrores de la dictadura a los de fuera, que ya estaban convencidos, sino a los de dentro, los que siguen negando las torturas y asesinatos del régimen de Pinochet.

Rodeado de cintas de vídeo con horas y horas de grabaciones, Salas ha dejado el testigo de constantes abusos policiales y detenciones, de imágenes cautivas de los detenidos en el estadio de Santiago y de jóvenes estudiantes y trabajadores peleando con una valentía escalofriante por sus derechos. Un personaje y un archivo fascinante que resulta ser el secreto mejor guardado tras el muro andino.

LA CORDILLERA DE LOS SUEÑOS

Dirección: Patricio Guzmán.

Género: documental. Chile, 2019.

Duración: 84 minutos.

Estreno: 17 de diciembre.

 

 

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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