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FIL DE GUADALAJARA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La FIL al 50% es Messi al 50%

La Feria de Guadalajara explicada por un periodista ‘extraterrestre’ que aterriza cada año en México

Asistentes a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2021.
Asistentes a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2021.Hector Guerrero
Javier Rodríguez Marcos

¿Cuál es el mejor jugador del mundo? Messi. ¿Y el segundo mejor? Messi lesionado. Este chiste, que circuló durante años entre los aficionados al fútbol (sobre todo argentinos, barcelonistas o las dos cosas), valdría también para la Feria del Libro de Guadalajara: incluso con todas las restricciones que impone una pandemia, la FIL sigue siendo la mejor del planeta en lengua española.

Este año el aforo en las charlas y presentaciones estaba reducido al 50%, pero el fervor de quienes asistieron seguía al 100%. Es cierto que 200 personas en una sala del tamaño de un polideportivo —todo en la FIL es XXL― parecen flotar en el espacio, pero ¿a cuántos actos literarios en el mundo acuden, una y otra vez, 200 personas? Alguien que visitara la FIL por primera vez tendría la misma sensación de quien entrara en el Rijksmuseum y se encontrara con 10 rembrandts en lugar de los 20 de costumbre. Los habituales echarían de menos este Jeremías o aquel autorretrato, pero el conjunto seguiría resultando imbatible. Por si faltaba esplendor, en 2022 Guadalajara será Capital Mundial del Libro y los invitados de honor en la feria serán el emirato de Sharjan y la cultura árabe. Ya lo fueron virtualmente en 2020 y ahora les toca la modalidad presencial.

Para un periodista llegado cada año de España, como el que firma, la FIL es una inmersión exprés en la literatura actual y, sobre todo, en la latinoamericana. O sea, la demostración de que hay vida más allá del boom y, sobre todo, escritoras más allá de las publicitadas con el boom (ninguna). También que hay nombres que, para tener un lugar decisivo en la narrativa del momento, no han necesitado pasar por sellos de Madrid o Barcelona o nacer en países con peso editorial como Argentina, Colombia o México. Ni siquiera escribir una sola novela.

¿Un ejemplo? Liliana Colanzi. La cuentista boliviana, toda una referencia para sus pares (y para quien abra cualquiera de sus libros), fue una de las voces destacadas cuando la FIL celebró su 30ª edición. Aquel noviembre de 2016 dedicó su espacio de honor a toda Latinoamérica y programó el encuentro Ochenteros con las figuras emergentes de la región. De Paulina Flores a Carlos Manuel Álvarez pasando por Camila Fabbri, José Adiak Montoya o la propia Colanzi, basta repasar la selección para comprobar que el ojo crítico del equipo de Laura Niembro ―programadora cultural de la feria― no tiene nada que envidiar a Bogotá 39 ni a la lista de Granta. Porque eso es también la FIL, o sobre todo: un lugar donde los libros se compran para leerlos. O donde se han leído antes de exponerlos. No en vano, la organiza una universidad, la de Guadalajara, no un gremio comercial. En los pasillos, la pregunta recurrente no es quién vende más sino qué libro leo.

Para un periodista español, la FIL empieza en el aeropuerto de Barajas, donde arranca el primer conversatorio informal con novelistas y editoras, y sigue 11 horas más tarde, en la Ciudad de México, ya en la puerta de tránsito a Guadalajara, con Siri Hustvedt y Javier Cercas haciendo cola pasaporte en mano. Los preliminares pueden terminar en el vestíbulo del Hilton, con Jonathan Franzen planeando una excursión al lago de Chalapa para mirar pájaros o con media docena de corrillos comentando la noticia del día: la muerte de Fidel Castro. Y todo ello sin poner todavía un pie en el gigantesco recinto de Expo Guadalajara o en las fiestas del Palíndromo, La Mutualista o el Veracruz, que era el Messi de los salones de baile.

Además del polémico balón de oro al astro argentino, de las desavenencias de la FIL con AMLO ―dos siglas poderosas― o del miedo a que gane la ultraderecha en Chile, la noticia extraliteraria de la feria ―el estupor por la muerte de Almudena Grandes no es extraliterario― fue que el Veracruz cerró el año pasado. Y no por la pandemia sino por “envejecimiento de la clientela”. Seiscientos literatos al año no alcanzaron a compensar la estadística. Aunque solo bailara el 50%.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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