La ‘Divina comedia’: icónica, ambiciosa, inmortal
Cuando se cumplen 700 años de la muerte de Dante, su magistral poema permanece en el imaginario colectivo como una obra “moderna”
La Divina comedia (mejor llamarla así, pues como dijo la ilustre dantista Anna Maria Chiavacci, Comedia la llamó Dante, Divina comedia la llamaron los lectores; y no sin fundamento, habría que añadir, ya que el poema se califica a sí mismo de “poema sacro”) es una obra que se erige ella sola en universo. ¿Cómo es posible que un libro, un poema, suplante al universo? Pues es posible. Al menos desde una perspectiva gnoseológica. Nunca un poema lo ha logrado tan convincentemente.
Es difícil explicar por qué. Quizá solo se deba a que cuenta la historia de la salvación de un hombre y con ella, y como de rondón, la historia de la humanidad, de su mezquindad y su sabiduría.
Nunca antes un poema había abarcado materias tan diversas: estéticas, políticas, teológicas. El gran triunfo de la Divina comedia es que logra hacer poesía con todo eso. Homero y Virgilio se ciñeron a unas pocas cosas. La pretensión de Dante es mucho más amplia: abarcar el humano decurso, incluida la unión del hombre con Dios. La heterogeneidad de sus materiales es tal que es pareja a la de la poesía del siglo XX. Dante no es menos variado, aunque sea mas ilativo, que el más posmoderno de los poetas, pongamos John Ashbery.
La Divina comedia es un auténtico festival de poesía que en ocasiones se asoma a la no poesía. Se asoma, pero no se despeña. Tal abundancia de referentes, casi cósmica, origina cierta opacidad, muy poética en sí misma, que ya sorprendió a los primeros lectores, que emprendieron la escritura de comentarios. El primero importante, el de Jacopo della Lana, estaba listo siete años después de la muerte del poeta.
El ejemplo de la Divina comedia es tan poderoso que siempre que alguien ha aspirado al poema total ha rozado su espíritu, desde Pound en sus Cantos (notoriamente dantescos) a William Carlos Williams en su Paterson, o Wallace Stevens en sus Notas para una ficción de suprema, por citar tres ejemplos muy distintos. Pero no está menos presente en el poema breve, en Zanzotto, Rosselli o Sanguineti, o en un poeta como Mandelstam y a través de él en Brodsky, porque Dante también descuella en el arte de la escena, en los pomos y molduras, en el enfoscado de la lengua; baste recordar, en lo escénico, entre muchos, el célebre pasaje de Francesca y Paolo, favorito de todas las generaciones, o en lo semántico, la incesante creación de neologismos del Paraíso.
Uno de los triunfos innegables de la Divina comedia es que es el único libro del Medievo que se sigue leyendo a escala universal más allá de la especialización. Ha logrado entrar en el imaginario colectivo y ser una obra “moderna”, cosa que no han logrado, aunque no les haga falta, los grandes poemas de la antigüedad, la Ilíada, la Odisea o la Eneida.
Es el poema más rumiado, releído, reinterpretado en términos epocales, de la historia.
Entre otras cosas, está en el origen de toda la poesía “personal”, por eso las épocas del yo lo han encumbrado: el Romanticismo, el siglo XX. Pero no dejando de ser así, es también otra cosa: lo contrario. Porque lo que en realidad se articula en el poema es la deconstrucción del yo (política, espiritual, estética), entendida como único camino de realización verdadera del individuo y del mundo. Sus 14.233 versos son una suma que resta paulatinamente hasta llegar a la experiencia mística, en la que el sujeto se cumple. Es el primer “menos es más” de la historia. La pirámide puesta boca abajo.
Jorge Gimeno es poeta. Ha publicado una nueva traducción y edición de la ‘Divina comedia’, de Dante Alighieri (Penguin Clásicos, 2021).
Babelia
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