Los expertos sacan los colores a la Dama de Baza
El análisis fotográfico de la famosa escultura ibérica permite recuperar la paleta cromática usada por su autor en el siglo IV a. C. y hallar detalles decorativos desconocidos
El 20 de julio de 1971, el arqueólogo Francisco Presedo hizo un descubrimiento que le daría fama mundial. En el cerro del Santuario (Baza, Granada), desenterró una fosa de 2,60 metros de lado y 1,80 de profundidad en cuyo interior reposaba desde hacía unos 2.400 años una figura sedente decorada con pinturas y acompañada de un rico ajuar que incluía hasta armas. Presedo había hallado la Dama de Baza, una espectacular escultura íbera labrada por un artista bastetano, un pueblo que ocupó entre los siglos IV y II a. C el sureste peninsular. Pero no todo fueron alegrías esa jornada. El arqueólogo descubrió con horror que los colores originales desaparecían con el paso de las horas. Incluso vio una mancha marrón junto a la figura, que era la prueba del desgaste que habían provocado las filtraciones de agua en la pintura. Rápidamente, tomó un bote de laca de peluquería y la embadurnó para intentar paralizar el proceso. Ahora el estudio La Dama de Baza. Nuevas aportaciones a su estudio iconográfico a través del color y la fotografía, firmado por Teresa Chapa Brunet, María Belén Deamos, Alicia Rodero, Pedro Saura y Raquel Asiaín, de las universidades Complutense y de Sevilla, así como del Museo Arqueológico Nacional, recupera con la tecnología del siglo XXI la paleta de colores, del azul al plata, que empleó quien la esculpió en el siglo IV antes de Cristo.
Chapa Brunet, catedrática de Prehistoria de la Universidad Complutense de Madrid, destaca la “escasa documentación fotográfica existente sobre el momento del hallazgo de la Dama de Baza, ya que solo contamos con lo publicado por Presedo en sus estudios y algunas imágenes correspondientes a su legado. A sus fotos cabe añadir las de otras personas que acudieron al yacimiento tras conocerse la aparición de la Dama, y que se difundieron en la prensa”.
Para recuperar los colores y los detalles perdidos, los expertos se han apoyado “en fotografías digitales que permiten una observación detallada de la imagen y el resalte de determinados aspectos de esta”. Pedro Saura, catedrático de Fotografía de la Universidad Complutense de Madrid, recuerda que “la inmensa mayoría de elementos o sujetos que reciben luz la reflejan de modo difuso y especular [brillante] en diferentes proporciones. La luz reflejada especularmente es lo que percibimos como brillo. Dependiendo de la superficie de tales elementos, la proporción de luz reflejada puede alcanzar valores más o menos altos. Culturalmente, y dado que nuestro referente es nuestra propia visión, estamos acostumbrados a aceptar esos brillos sin ser absolutamente conscientes de su presencia”. Es decir, nuestro cerebro acepta como correctos los colores que recibimos, pero que incluyen el reflejo de la luz, algo que puede evitarse con filtros fotográficos.
Por eso, el equipo de Chapa Brunet eliminó prácticamente el 100% de la luz reflejada especularmente con una iluminación adecuada. La primera consecuencia fue que los colores aparecieron con más intensidad, además de que se hicieron visibles “algunos motivos que apenas se habían apreciado antes”. Así se pudo “ver la Dama de Baza como la imagen de una mujer ibérica real, distinguida, representativa de las clases más altas y enriquecidas de la sociedad, pero también a alguien que buscaba protección en pequeños y disimulados elementos de su vestuario”.
De hecho, el informe señala que en el “taller donde fue tallada y pintada se quiso reproducir fielmente su aspecto físico y su vestimenta, coloreando su rostro y sus manos con los tonos matizados de la piel, e indicando en su manto y sus túnicas los colores y dibujos que realmente llevaron”. Pero el artista o artistas no solo destacaron “la riqueza del ropaje”, sino que hicieron lo mismo con el sillón o trono que ocupa, “en el que se juega con colores claros y oscuros que responderían a la forma de pintar o mezclar las maderas en el mueble”.
En 1990 y 2006, la Universidad de Valencia y el Instituto de Patrimonio Cultural de España aplicaron las técnicas analíticas más innovadoras para la identificación de los pigmentos utilizados: azul egipcio (silicato de cobre y calcio) para el azul, cinabrio para el rojo, tierras para el color ocre, yeso para el blanco y carbón de huesos para el negro. Además, detectaron la presencia de láminas muy finas de estaño que cubrían las joyas, dándoles una apariencia plateada.
Ahora, el nuevo estudio destaca que “el color se aviva en las mejillas y cobra mayor intensidad en los labios, pintados también de cinabrio. En el tratamiento del rostro, se perfilan en negro las cejas, los bordes de los párpados y las pestañas, estas últimas pintadas sobre finos trazos incisos, realzando así unos ojos pequeños que cobrarían expresividad con la pintura ya perdida del iris y la pupila, y corrigiendo ese aire de mirar sin ver que ahora transmite”.
El tratamiento informático de imágenes digitales ha permitido igualmente a los investigadores “captar con mayor nitidez un motivo que no se pudo identificar en su día y en el que nadie reparó: una larga sarta de cuentas que cuelga desde la parte posterior de los colgantes, y que serpentea en sentido ascendente y descendente”. Fue pintada en color bermellón, el mismo de la cenefa del manto y la túnica, lo que permite pensar que se trata de “un hilo o cordón con nudos” que tiene más “un valor simbólico que material”. “Nos preguntamos si podría ser una fórmula tradicional para la protección de la persona, reforzando la acción apotropaica [de talismán] de los collares de la Dama”, concluye la catedrática.
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