Daisy Johnson: “Las escritoras debemos destruir para crear”
La joven autora británica, renovadora de la literatura de terror, reelabora el mito de Edipo en ‘Bajo la superficie’
Nació un día de Halloween. Quizá por eso, dice, le gustan tanto las historias de terror. Daisy Johnson (Reino Unido, 31 años), considerada como la más clara heredera de la maestra del género Shirley Jackson, leyó su primer texto de otro grande, Stephen King, siendo adolescente. “Lo devoré”, corrige. Su primera novela, la aterradora Bajo la superficie (Periférica), se ha comparado con las del llamado Rey del Horror. El motivo: “Aquello en lo que nos convertimos los escritores cuando leemos”. ¿Y qué es? “Una especie de contenedor de reciclaje. Cuando creamos, reutilizamos todo lo que hemos ido acumulando”. De King se quedó con la idea de lo adictivo de sus libros. “Quería que los míos lo fuesen también”, dice.
Johnson está en un pequeño cobertizo situado en el jardín de su casa. Lo construyó durante la pandemia y lo comparte con su pareja, que crea instrumentos electrónicos, así que “está todo lleno de cables y herramientas”. Sobre la mesa hay una taza de café, un sacaleches —acaba de ser madre—, un enorme vaso de agua, el borrador de su cuarta obra —publicó la primera, una colección de relatos, con 27 años—, y algunos libros. Siempre escribe, dice, “sobre cosas que están enterradas o bajo el agua”, y tal vez por eso el lector tenga la sensación de que bucea en algún tipo de submundo cuando la lee. Así ocurre en Bajo la superficie, donde la voz de Gretel, la protagonista, le dirige al infierno de los recuerdos y que le valió ser finalista del Booker, una de las más jóvenes en la historia del galardón literario.
Gretel, una lexicógrafa desnortada cuya madre abandonó antes de la adolescencia, vive junto al río en el lugar donde había crecido, apartada de todo. Tras años de buscarla, de colgar carteles en postes y visitar morgues, ambas se reencuentran. La narradora se dirige al lector en una segunda persona que reconstruye un extraño mito de Edipo amontonando recuerdos que no son solo suyos. También lo son de Marcus, el joven que, huyendo de sí mismo, y de su familia, como Hansel, dio con ellas en la época en la que Gretel aún era una niña. “Me gusta la destrucción que anida en la reelaboración de cualquier mito”, dice Johnson.
“Cuando echo la vista atrás me veo leyendo novelas sobre tipos durísimos y mujeres silenciadas, ausentes. Nuestra misión hoy, como autoras, es destruir todo eso”, dice la autora
Lo que esconde Bajo la superficie es “el lugar del que venimos, cómo nos moldean nuestros genes, nuestra naturaleza, la crianza”. “Gretel no sería lo que es si no hubiera sido por esa madre. Nada es casual”, dice la escritora, que insiste en su tendencia a la destrucción de lo preconcebido. “A menudo, cuando echo la vista atrás, me veo leyendo de adolescente novelas protagonizadas por tipos durísimos y mujeres silenciadas, ausentes. A esa edad todo lo que lees te moldea, y nuestra misión hoy, como autoras, es destruir todo eso. Las escritoras debemos destruir para crear. Las grandes, como Margaret Atwood o la propia Jackson, Toni Morrison o Keri Hulme, lo han tenido claro desde el principio”.
Cada autor abre un camino. “De alguna forma, como Hansel y Gretel, estoy dejando migas en el suelo que me traigan de vuelta, y que van a traer al lector conmigo”, dice Johnson. Lo que hará por el camino es mantenerse en una frontera que no existe, pero está ahí de todas formas. “A menudo se ha descrito el libro como una novela-limbo, a la vez una versión de algo que existía y algo por completo nuevo. Lo mismo ocurre con los personajes, que no son exactamente hombres ni mujeres. Marcus no es exactamente un personaje transgénero, diría que se sitúa en algún lugar entre ambos géneros”, considera.
Vivir al margen
Quizá, por eso, porque las direcciones son múltiples y no están definidas, se insista tanto en la idea de las posibilidades. Es un pensamiento recurrente de la narradora —de qué forma podría haber sido distinto a como fue, y no acabar Gretel dando vueltas por moteles y bosques— y es una manera, según la escritora, de “creer en un destino que nada tiene que ver con la fe” pero que la coloca en el centro. “¿Hasta qué punto creer que somos algo nos convierte en eso?”, se pregunta Johnson. “Gretel se convierte en la persona que es porque cree que no va a poder escapar de su madre”, dice. “Una madre ausente, el peor monstruo posible, al que nadie quiere entender, porque no quiere entenderse que un hijo o la idea de ser madre puedan repugnarte”, añade.
Los personajes de la novela son náufragos en un Reino Unido que no se menciona, pero que late de fondo, como algo que interpela desde el profundo mar. ¿Una inconsciente lectura política de la situación que ha dejado tras de sí el Brexit? “Sí, en cierto sentido, el Reino Unido es hoy como un barco que se hubiese hundido a sí mismo en el fondo del mar, devastadora y terriblemente”, contesta. Y, en cualquier caso, sus personajes “viven en los márgenes, en todos los sentidos, porque nunca van a estar a la altura de las expectativas, ni de las suyas propias ni de las de los demás. Y se sienten culpables porque nunca serán lo suficientemente buenos y por eso huyen, beben y hacen daño a otros”.
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