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Rebeldes en la tierra del sol naciente

Un libro del cantante Julian Cope expone las peculiares metamorfosis del rock en Japón

Diego A. Manrique
Julian Cope en un concierto en el Latitude Festival de 2008 en Suffolk, Inglaterra.
Julian Cope en un concierto en el Latitude Festival de 2008 en Suffolk, Inglaterra.Louise Wilson (Getty Images)

Ya lo habrán escuchado: según algunos, la crítica está llena de músicos frustrados. No es cierto, aunque haya casos de periodistas que dieron el salto a la primera oportunidad. Resulta más raro el recorrido contrario. Por cuestiones económicas y por exigencias del trabajo, no abundan los músicos de éxito que practiquen la crítica especializada. Por eso resulta extraordinaria la actividad de Julian Cope (Gales, 63 años).

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Cope, ya saben, pilotó The Teardrop Explodes, una de las bandas más elegantes del segundo boom de Liverpool. A partir de 1983 desarrolló una carrera en solitario que le llevó inevitablemente a autoeditarse, tras demasiados choques con discográficas. En los noventa, comenzó a publicar sus irreverentes escritos. Ha sacado dos autobiografías pero también tomos muy populares sobre las huellas del paganismo en Europa. En lo musical, ha explorado los sonidos de la República Federal de Alemania (Krautrocksampler, 1995) y el Japón de posguerra (Japrocksampler, 2007). Este último acaba de ser traducido al español por Contraediciones y merece atención.

De partida, una tarea complicada. La escritura japonesa dificulta el acceso a las fuentes primarias; Cope alardea de que ha girado por allí en varias ocasiones, pero eso no significa tiempo para investigaciones. Y no son unas pocas referencias: hablamos del rock nipón de los años sesenta y setenta, una música destinada al consumo interno, dentro de uno de los mercados discográficos más potentes del planeta. Con matices particulares: tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, Japón abrazó la democracia sin liberarse totalmente de las estructuras jerárquicas o el poder de las grandes corporaciones.

Eso ayuda a explicar la popularidad de géneros como el eleki o los group sounds. El primero era esencialmente el rock instrumental de finales de los cincuenta, con los Ventures estadounidenses como principal modelo, una tendencia que evitaba el trance de cantar. Las dificultades para pronunciar determinados fonemas explican que se cambiara lo de rock & roll por group sounds para denominar a la avalancha de conjuntos que surgieron en la estela de los Beatles. Aviso que los investigadores en ese universo tienden lógicamente a centrarse en lo más salvable –la querencia garajera, por ejemplo- obviando la realidad de que se trataba de un producto industrial, donde reinaban unas prácticas tan siniestras como las del actual k-pop.

Felizmente, Julian Cope amplia el foco para incluir la música contemporánea, descubriendo a personajes como el cosmopolita Toshi Ichiyanagi (para entendernos: el primer esposo de Yoko Ono) y revelando inesperadas afinidades: asombra saber que el ilustre compositor Toru Takemitsu recomendó a Polydor Records que fichara al rockero Magical Power Mako. Intenten imaginar algo parecido en España: imposible ¿verdad? También se acerca al jazz: según Cope, el free jazz no prosperó en Japón debido a la adoración general por Miles Davis, un dandi testarudo que prefirió derivar lentamente hacia los instrumentos eléctricos.

A Cope lo que le interesa realmente es el new rock, la música insurgente hecha bajo la influencia de las drogas. Reales o imaginadas: circulaban pocos estupefacientes por Japón, con lo que los más audaces se colocaban con disolvente de pintura y pegamento industrial, algo reconocido en el nombre del trío Speed, Glue & Shinki. No importa, explica Cope: los protagonistas tenían vidas francamente psicodélicas. Los miembros de Flower Travellin’ Band tendían a aparecer desnudos en sus portadas, algo delicado dado el tabú japonés sobre vello púbico.

J. A. Caesar era un yakuza reconvertido en proveedor de música para teatro experimental. Los Taj Mahal Travellers recorrían el mundo buscando lugares adecuados para realizar sus improvisaciones. Les Rallizes Denudés llevaban su radicalismo hasta la negativa a entrar en estudios; su discografía consiste en conciertos grabados (y editados) por fans.

Y solo son la punta del iceberg: tras las restricciones de los sesenta, el rock japonés vivió años de expansión creativa. El misterio, cuando salió inicialmente Japrocksampler, era saber cómo sonaba aquello, más allá de lo sugerido por las frondosas metáforas del autor; aparte de Stomu Yamashita, poco se había publicado fuera del archipiélago.

Felizmente, ahora se multiplican las reediciones del rock made in Japan, tanto en la onda planeadora como en las aleaciones de metales pesados; incluso, hay playlists de Spotify que desbrozan el camino al curioso. Para el contexto, eso sí, resulta indispensable el libro de Julian Cope o los foros y blogs que discuten o amplían sus percepciones de gaijin que –como le recuerdan constantemente– ni habla ni lee el idioma.


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