La portuguesa Ana Luísa Amaral gana el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana
La autora, que obtiene el galardón más importante del género entre los que se conceden en España, dotado con 42.000 euros, considera que “hay que ampliar el canon, pero sin destruirlo”
El curso 2020-2021 ha sido bueno para Ana Luísa Amaral (Lisboa, 65 años). Su poemario What’s in a Name, traducido por Paula Abramo para Sexto Piso, recibió el galardón de los libreros de Madrid al mejor libro de poesía del año (Elvira Lindo e Irene Vallejo lo obtuvieron en las categorías de narrativa y ensayo, respectivamente). Por su parte, el premio Leteo, que se concede en León, reconoció el conjunto de su obra. Lo mismo que hizo el Vergílio Ferreira, de la Universidad de Évora, uno de los más prestigiosos de Portugal. Este lunes ha ganado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, dotado con 42.000 euros, el más importante del género entre los que se conceden en España. Amaral sucede al chileno Raúl Zurita en un palmarés que en 1992 inauguró otro chileno, Gonzalo Rojas. Se convierte, además, en la cuarta autora en lengua portuguesa en obtenerlo, tras el brasileño João Cabral de Melo Neto (1994) y sus compatriotas portuguesas Sophia de Mello Breyner (2003) y Nuno Júdice (2013).
El anuncio del premio sorprendió a la escritora paseando a su perra por el jardín de su casa de Matosinhos, cerca de Oporto, en cuya universidad ha desarrollado la mayor parte de su carrera académica. Por teléfono y en un impecable castellano, Amaral cuenta entre risas que la perra se llama Emily Dickinson, como la poeta estadounidense a la que ella ha estudiado y traducido. “Que mi perra se llame como una autora tan importante para mí es la demostración humorística de que se puede escribir poesía sobre cualquier cosa. Es mi forma de unir la tradición literaria con la vida cotidiana”, argumenta. “Emily Dickinson decía que la poesía es posibilidad. Poesía puede serlo todo porque es una forma de abrirse a mundo y al otro”.
A veces el otro está tan cerca que ni lo vemos. A ella, por ejemplo, la tradujeron antes al sueco que al castellano. Y antes en Venezuela que en España, país al que su obra llegó en 2015 de la mano de Luis María Marino, que tradujo para la editorial aragonesa Olifante uno de sus títulos emblemáticos: Oscuro. Ese libro contiene una particular relectura de clásicos, como Dante, Petrarca o Camões desde la inconfundible, clara y cercana voz de Amaral, en la que la vida cotidiana se mezcla con la alta cultura, la reflexión metapoética sobre el oficio de escribir con una carta a su hija, la intimidad con la trascendencia y una receta de cocina con una meditación sobre el tiempo.
Alguna vez se ha dicho que su obra es la “memoria del feminismo portugués”. Pionera en su país de los estudios de género, la recién galardonada es autora, junto a Gabriela Macedo, de un Diccionario de crítica feminista, pero no está del todo cómoda con esa definición. “Ay, Dios mío”, exclama al oír esas cuatro palabras. “Es exagerado. Soy feminista y mis ensayos lo son. ¿Lo es mi poesía? La poesía está más allá de las etiquetas. Toda poesía es ética siempre. A mí me preocupa lo que pasa a mi alrededor. Es normal que eso termine reflejándose en mis poemas, en los que es fundamental el respeto a la diferencia. Para mí, el feminismo se resume en dos palabras: derechos humanos. ¿Cómo podemos seguir tolerando la violencia doméstica en nuestros países o que en Arabia Saudí se lapide a las mujeres por adúlteras?”.
Amaral es la séptima mujer en obtener un galardón que en 2022 cumplirá 30 años. Ella es consciente de que algo se está moviendo en el canon, pero no cree que haya que “derribar las estatuas del pasado”. “Toni Morrison decía que no quería vivir sin Shakespeare o Milton. Yo tampoco quiero vivir sin Pessoa. Son nuestra tradición y debemos trabajar con ella. Hay que ampliar el canon sin destruirlo. La poesía, el arte, es un depósito de memoria, y lo mismo que no debemos prescindir nunca más de la memoria de las mujeres, tampoco debemos borrar la tradición que hemos heredado, aunque no nos guste del todo cómo es”.
What’s in a Name, su penúltimo libro —en Portugal publicó Ágora en 2019—, se cierra con dos poemas sobre la guerra de Siria y los refugiados del Mediterráneo. “Todo forma parte de esa idea de hacer poesía con cualquier cosa”, dice. “No se trata de volver a la literatura comprometida de los años cincuenta. Eso ya pasó porque eran libros muy de su época. Pero las propias palabras contienen un deber de solidaridad. Las mujeres de Arabia o los niños de Alepo son como nosotros”.
Autora de una veintena de poemarios —se estrenó en 1990 con Minha senhora de quê—, ha cultivado también la traducción —Shakespeare, Louise Glück, John Updike, o la citada Emily Dickinson—, el teatro, la narrativa y, sobre todo, la literatura infantil: “Todo empezó porque le contaba cuentos a mi hija, en los años noventa, cuando vivíamos en Estados Unidos. Llegué incluso a escribirle canciones que no he publicado. La música era horrible. Escribir para niños es para mí solo placer. Escribir poesía es placer y angustia. Esa tensión es importante”. ¿Por qué? Ana Luísa Amaral calla unos segundos, luego habla de un poema de Wislawa Szymborska, la Nobel polaca con la que muchas veces se la compara: “Se titula ‘La mano’. ¿Lo conoce?”. Recita en portugués y traduce: “Veintisiete huesos, / 35 músculos, / 2.000 células nerviosas / en las yemas de nuestros cinco dedos. / Es suficiente / para escribir Mein Kampf / o Winnie the Pooh”. Finalmente, añade: “Mi lucha o un libro infantil. Todo está en las palabras. No debemos perderlo de vista”.
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