La bienal de Venecia escucha ahora al mundo
La edición más solitaria, que se celebra desde el sábado 22 hasta el 21 de noviembre, quiere ser también la más solidaria
Aunque estaba pensada para una era prepandemia, la decimoséptima Bienal de Arquitectura de Venecia —que se inaugura este sábado y podrá verse hasta el 21 de noviembre— ya afrontaba la necesidad de fomentar la unión. Esta es la edición de la humildad, la de una cautela que nos hemos acostumbrado a leer como ‘buenismo utópico’. “Para los Mapuche, sentarse a negociar es un signo de debilidad. Y sin embargo ahora lo están haciendo”, explica el chileno Alejandro Aravena, autor —con su estudio Elemental— del pabellón que lleva la arquitectura de la “gente de la tierra” (mapu es tierra y che, gente) al Arsenale de Venecia. Los Mapuche son una colectividad —el 80% de los indígenas de Chile— formada por los Moluche, los Picunche o los Huilliche que construyeron la historia del país sin escribirla. Ahora, por primera vez, negocian con una de las grandes empresas forestales de la república chilena. También por primera vez, la realidad del conflicto ha construido un espacio —el más espectacular— en una Bienal demostrando que la arquitectura es tanto destrucción como construcción.
Comisariada por el libanés Hashim Sarkis (1964), que dirige la escuela de arquitectura del MIT, esta edición lleva por título una pregunta que es, en realidad, una respuesta: ¿Cómo viviremos juntos?, solo puede contestarse con el juntos que la covid nos ha obligado a recordar. ¿Qué puede aportar la arquitectura para conseguirlo? Frente a la tiranía de lo moderno, la urgencia de la convivencia. Frente a la teoría crítica, la llamada de la realidad. Y frente a dictaminar la vanguardia, atender a lo que redibuja el mundo.
Florin y Mónica Rezban llegaron a Burriana, en Castellón, en 2004. Abrieron una carnicería, criaron a sus hijos Melisa —que estudia historia— y Daniel —que aprende contabilidad— y pasaron a formar parte de la comunidad de 38.000 rumanos que vive en esa ciudad española. También en el campo alemán recogen pepinos 186.000 rumanos. No todos corren la misma suerte y George Petean es barítono en la ópera de Hamburgo. En Rumania, el 40% de las ciudades pierden habitantes. Petrila ha visto cómo el 32% de su población emigraba en los últimos años. De cómo quedan esas ciudades —con barrios vacíos— no se habla cuando las estadísticas aseguran que para 2050 el 60% de la de la población mundial vivirá en metrópolis. El pabellón rumano habla de ellos, los migrantes: quienes con sus movimientos desdibujan y dibujan ciudades.
También el recinto norteamericano muestra en American Framing las estructuras de madera que sustentan el 90% de las viviendas de Estados Unidos y que, sin embargo, rara vez se exponen en una muestra de arquitectura. La representación británica ironiza desde un título delbosquiano, El jardín de las delicias privatizadas, para atacar un tema enquistado en el urbanismo londinense: ¿Cuándo abrirán al público los jardines cerrados con llave que florecen entre sus calles?
Pabellones vacíos
Junto al británico, el pabellón alemán está vacío este año, al igual que el canadiense, el checo, el venezolano o el australiano. Algunos ofrecen un código QR para responder a la pregunta de Sarkis en un ejercicio de riesgo entre la responsabilidad de no salir de casa y la de hacerlo para no terminar por digitalizar la esencia de la Bienal: el encuentro, el descubrimiento y el intercambio de ideas.
Algunos pabellones, como el polaco, contestan a la convocatoria desde el 93% de su territorio, que es rural. Y proponen una nueva convivencia entre el campo y la ciudad. El francés lo hace combinando arquitectura y activismo para narrar las reconstrucciones de barrios de Hanoi, Detroit o Burdeos —donde los Pritzker Lacaton Vassal, con Druot y Hutin, dieron la lección de cómo aislar edificios ampliándolos—. El pabellón danés habla del agua que nos conecta y el suizo, de las fronteras “que han generado más miedo que separación”. El siempre exquisito pabellón japonés es el guardián de cada una de las columnas de madera, tuercas o tejas con las que el señor Takanizawa construyó su casa en Tokio: no han enviado la vivienda, por barco han llegado todos los componentes que podrían formar otro edificio en Venecia.
En la exposición holandesa la pregunta de Sarkis está respondida con un clásico: otra pregunta. ¿Who is we? (¿Quién es el nosotros del viviremos?) Y la juventud brilla en el ingenio como la de los propios comisarios: Domingo González, Andrzej Gwizdala, Fernando Herrera y Sofía Piñero, en un recinto español compuesto por los miles de folios con los que llegaron las propuestas de los arquitectos del mundo dispuestos a participar, por primera vez, en una convocatoria abierta. La muestra Uncertainty —que de manera descartiana concluye que la única certeza es la incertidumbre— es tan bonita como contradictoria. No hay ninguna certeza, pero esa nada es mucho: hay arquitectura en el diálogo con los vecinos, en un muro construido con tetrabricks y hasta en una corbata. El futuro de la convivencia es incierto, pero el de la arquitectura parece que se amplía.
Puede que el pabellón más obligado a proponer vías de convivencia fuera el israelí. Pero, lejos de abordar el conflicto que atraviesa, muestra la recuperación de búnquers en el río Jordán para proteger la vida de decenas de especies en peligro de extinción.
Fue la amenaza de extinción lo que obligó a la Bienal de Arquitectura a cambiar. Hasta hace unos años, enviaba un mensaje que buscaba dirigir la arquitectura del mundo. Ahora escucha al mundo. Se hace eco de urgencias comunes. La arquitectura permite el cambio, por eso puede ayudar a conciliar. La 17ª Bienal quiere encontrar cómo hacerlo.
Moneo, León de oro
Sarkis defiende que lo que cambia la arquitectura es ampliar la mirada: “Entendernos pasa por aceptar que no hay una sola respuesta”. Sus galardonados con el León de oro de honor -la desaparecida Lina Bo Bardi y Rafael Moneo- ilustran esa amplitud de la que habla. El español opina que para vivir juntos “sería un despilfarro no ver las cosas en términos de continuidad. En arquitectura la ciudad es una ayuda grande. Aunque hay momentos en los que puede asimilar un objeto”. Explica que eso fue La Salute: las casas que la rodean no tienen nada que ver con la iglesia”. “La sensación de que cada individuo tiene derecho a un lenguaje propio desmonta lo que ha sido esta disciplina que se ha sentido cómoda sabiendo que un mismo idioma podía adaptarse a culturas y contextos diversos”. Para Moneo, “sostenibilidad es también racionalidad y la arquitectura ha sido más racional cuando con menos medios ha contado. Conseguir una arquitectura económica implica una sostenibilidad que no sé si estamos dispuestos a aceptar”. (Foto: POLDO POMÉS LEIZ)
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