Jorge Martínez Reverte, un seductor para amigos y lectores
Quiso comer, beber, fumar, y no se privó, aun sabiendo que se la jugaba. Quiso viajar, conocer el mundo, y lo hizo, aunque no tanto como su querido Javier
Si tuviera menos años, y más ingenuidad, protestaría por lo injusta que es la vida. Porque no he conocido a nadie tan vital, tan divertido, tan capaz de comerse el mundo, como Jorge Martínez Reverte, que sin embargo, y me parece imposible, acaba de sernos arrebatado. Pero todo es así, siempre, de qué sirve protestar.
Jorge ha vivido, nadie podrá negarlo. Quiso comer, beber, fumar, y no se privó, aun sabiendo que se la jugaba. Quiso viajar, conocer el mundo, y lo hizo, aunque no tanto como su querido Javier. Cantaba, con su vozarrón magnífico, y reía. Amó a Mercedes, y fue correspondido; ella le ha acompañado hasta el final, junto con Mario, su hijo y su cómplice. Escribió novelas, muchas de ellas sobre Gálvez, una mezcla de antihéroe y alter ego. Escribió inolvidables columnas periodísticas, inteligentes, burlonas (hace sólo dos semanas, Cáncer, ironizando sobre su propia situación). Escribió libros de historia, sobre la guerra civil española, la División Azul, la matanza de Atocha, y hasta un último, aún sin publicar, sobre el desastre de Annual, en cuyo centenario estamos; relatos todos en los que combinaba la seriedad de la investigación con la agilidad narrativa. Y escribió emocionantes y lúcidos testimonios personales, sobre su infancia, sobre la muerte de su madre (Premio Ortega y Gasset), sobre su propia enfermedad.
Disfrutó de la vida, hizo lo que le gustaba y logró ser reconocido. No se puede pedir más. Ha sido una especie de fuerza de la naturaleza. Ha sido capaz de estar en medio de una tragedia y de distanciarse de ella, de describirla, de reírse. No es raro que sedujera, y no sólo a quienes fuimos sus amigos y hoy sentimos un enorme vacío. Sedujo también a quienes le conocieron a través de su obra, que además de respeto intelectual sintieron identificación, casi cariño, hacia él. Porque en cada una de sus páginas volcaba todo su ser, combinaba inteligencia y pasión, razón y humanidad, esa rara mezcla que sólo alcanzan los genios.
Babelia
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