Los múltiples rostros del color
La Fundación Mapfre recupera la figura del pintor expresionista ruso Alexéi von Jawlensky
El color desborda el centenar de pinturas incluidas en la exposición Jawlensky. El paisaje del rostro. Ya lo advierte uno de los textos, extraído de las memorias del artista al principio del exhaustivo recorrido por las salas de la Fundación Mapfre de Madrid: “Las manzanas, los árboles, los rostros humanos son para mí únicamente advertencias para ver en ellos algo distinto: la vida del color, captada por un apasionado, un enamorado”. Organizada cronológicamente, la muestra es un detallado viaje por la extensa trayectoria del pintor ruso desde sus orígenes y los inicios de su carrera en Múnich, donde se unió a las huestes vanguardistas de Der Blaue Reiter (El jinete azul), la transformación que experimenta en Suiza durante la Gran Guerra, sus años en la ciudad alemana de Wiesbaden y los retratos de pequeño formato realizados cuando ya estaba aquejado de una artritis que le obligó a abandonar los pinceles.
En Madrid, el centenar de obras de diversas procedencias, casi un milagro en estos tiempos, se podrán visitar hasta el 9 de mayo. Después viajarán a las sedes de los museos coproductores del proyecto: el Cantini de Marsella y el Museo del Arte y la Industria André Diligent de Roubaix. La antológica dedicada a Alexéi von Jawlensky (Moscú, 1864-Wiesbaden, 1941) es, por su coste (casi un millón de euros) y su contenido (un centenar de obras), una exposición como las de antes de la pandemia. O casi. Porque ahora los préstamos, a excepción de dos pinturas, han debido viajar a España bajo un control virtual, en lugar de acompañadas en su desplazamiento de un conservador a cargo del coleccionista público o privado que presta la pieza. Nadia Arroyo, directora cultural de Mapfre explicaba ayer a la prensa que desde que se desató la pandemia tuvieron miedo de que los prestadores cambiaran de idea, pero todos han mantenido sus compromisos. Arroyo reconoce que el encarecimiento se ha notado algo más de lo habitual en los traslados (una gran parte procede de Estados Unidos). La aseguradora cuenta este año con un presupuesto para actividades culturales similar al del pasado año: siete millones de euros.
Ante la imposibilidad de viajar a Madrid del comisario de la muestra, Itzhak Goldberg, fue Carlos Martín García, conservador jefe de Mapfre, quien tradujo las intenciones del historiador francés. Durante el recorrido por los seis ámbitos en los que está dividida la exposición, Martín García recordó que Jawlensky nació en una familia aristocrática de la Rusia imperial. Siguiendo la tradición paterna, se instaló primero en Moscú y luego en San Petersburgo para hacer carrera militar. Su encuentro con la pintora expresionista rusa Marianne von Werefkin hizo que cambiara definitivamente las armas por la pintura. Sus primeros trabajos, incluidos en el arranque de la exposición, mezclan una fuerte influencia de las tradiciones de la pintura de iconos y paisajes campesinos con un uso casi salvaje del color, que va tomando protagonismo, tras su toma de contacto con el ideario fauvista en los salones parisinos y gracias a las influencias de Cézanne y Gauguin.
Los retratos cargados de color suponen experimentos con una paleta tan densa que a veces muestra cortes bruscos con azul intenso que él aplicaba ayudado por bruñidores y espátulas. Pero en el caso de Jawlensky, “el latido del color en el rostro humano”, dice Martín, “no es solo experimentación”. “Su obra no es religiosa, pero si es espiritual. Le interesa el cristianismo al igual que el budismo o el yoga”. Lo mismo que le ocurría a Kandinsky, Jawlensky creía en una correspondencia entre los colores y los sonidos musicales. Eso se puede ver en la serie de los pequeños paisajes que veía desde su ventana en Wiesbaden a los que llamó Canciones sin palabras. El compositor estadounidense John Cage adquirió una de las pinturas de esta serie durante una de las muchas exposiciones que se le dedicaron al artista ruso en Estados Unidos, un país en el que llegó a ser más conocido y cotizado que en Europa.
Al final del recorrido aguarda una nueva galería de rostros inspirados en la gente que lo rodeaba o que había visto en alguna ocasión. El colorido sigue siendo intenso, pero la abstracción ha ganado el pulso al trazo más o menos realista. El artista tituló Meditaciones esa serie. En ella trató de fundir dos conceptos aparentemente excluyentes: la figuración inherente al icono y la ejecución formal abstracta.
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