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Las guerras culturales de Trump
Columna
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América, América

Paradójicamente, hoy no son pocos los estadounidenses que desean emigrar a ámbitos en los que la vida de los menos favorecidos fuera menos despiadada

Stathis Giallelis, en 'América, América' (1963), de Elia Kazan. 
Stathis Giallelis, en 'América, América' (1963), de Elia Kazan. EVERETT COLLECTION
Manuel Rodríguez Rivero

01. Fracturas

Todo listo para el duelo definitivo (suponiendo que ambos lleguen sanos a la cita) entre el Súper-contagiador y el Aspirante-sin-carisma por la primera magistratura del Imperio. Entre noviembre de 2016 y hoy mismo casi 40 millones de seres humanos en todo el mundo se han contagiado (cerca de ocho millones en EE UU) en la última pandemia, que ya ha ocasionado una mortandad de más de un millón (más de 200.000 en EE UU) y ha puesto de rodillas a la economía mundial; Estados Unidos es hoy un país profundamente dividido, cuyo declive largo tiempo anunciado parece haber dejado a la dictadura china la titularidad de primera potencia de este aún joven siglo. La radiante “ciudad sobre la colina” a la que se refirió con orgullo de pionero el pastor John Winthrop, primer gobernador de la colonia de Massachusetts, la tierra de la libertad y el progreso, el faro de esperanza que atraía en el pasado a centenares de miles de oprimidos de todo el planeta, como el joven Stavros Topouzoglou (interpretado por Stathis Giallelis) en América, América (Elia Kazan, 1963), es hoy un país aquejado de enfermedades y achaques seniles, quizás como efecto acumulado de pasadas incontinencias y prepotentes excesos imperiales.

La fractura social producida, entre otros factores, por la soberbia meritocrática y la consiguiente “política de la humillación” de quienes tienen —o “son”— menos, tal como analiza el filósofo Michael J. Sandel en su muy inspirador y polémico ensayo La tiranía del mérito (Debate), ha contribuido largamente a la división del país y al surgimiento de los populismos reactivos que encumbraron a Trump. Hoy, paradójicamente, no son pocos los estadounidenses que desean emigrar a ámbitos en los que la vida de los menos favorecidos fuera menos despiadada, o en los que la cultura y la diversidad gozaran de mayores respeto y garantías. La elección del nuevo líder en una época en la que ya no hay líderes que susciten entusiasmos creadores, no es asunto resuelto, ni mucho menos. Como decía la novelista Marilynne Robinson en un artículo reciente de The New York Times, esperando (sin demasiada alegría) la victoria de Biden, y refiriéndose oblicuamente al estado en que ha dejado al país su actual emperador, “si aprendemos algo de esta triste travesía en nuestra historia, debe ser que la rabia y el desprecio son una especie de bomba de neutrones que evita la verdadera competición en el mercado de las ideas”.

02. Desiderata

El diccionario define desiderata como “conjunto de las cosas que se echan de menos y se desean”, pero yo solo lo he escuchado referido a los libros, sobre todo a los de viejo, a los que están agotados y fuera del mercado y alguien se los pide a quien se los pueda conseguir: todos los amantes de los libros tenemos (explícitamente o no) una lista con las nuestras. Sin embargo, permítanme que, hablando de EE UU, hoy les consigne mi desiderata, que tiene por objeto dos novelas recentísimas que acaban de llegar a las librería de por allí. The Silence, la 17ª novela (poco más de 100 páginas) del ya octogenario Don DeLillo, y que un crítico con ese tipo de ingenio tan apropiado para los paratextos de cubierta ha calificado como una especie de “Stephen King con banda sonora de Philip Glass”, es una novela “de desastre” (hay un accidente de avión con dos supervivientes) y resonancias apocalípticas; confío en que su editorial en castellano (Seix Barral) ya esté en ello y la podamos leer pronto. La otra es Jack, de la septuagenaria Marilynne Robinson, cuarta entrega (por ahora) de la saga de Gilead (compuesta por Gilead, En casa y Lila, todas ellas en Galaxia Gutenberg); esta vez se trata de una novela de amor, ambientada en el Saint Louis de posguerra, en la que vuelve a aparecer John Ames Boughton, uno de los personajes más fascinantes de la narrativa contemporánea norteamericana.

03. Huidas

Hace tiempo que se empezó a relacionar las cada vez más frecuentes pandemias (por enumerar solo algunas: gripe “española”, gripe aviar, SARS, MERS, ébola, zika, y esta Covid que ahora nos atenaza y mata) con la deriva global del capitalismo ultradesarrollista y deforestador que ha dejado al planeta inerme ante los nuevos patógenos. La huida de la ciudad y la vuelta a la naturaleza es un sub-sub-género editorial alimentado constantemente por nuevas aportaciones de todo tipo, y en el que caben libros muy diversos. Gallo Nero rescata ahora Anhelo de raíces (1968), de la poeta, novelista y ensayista May Sarton (1912-1995), una delicada y sutil memoria acerca de la compra de su primera casa de campo en New Hampshire y de su vida allí durante 10 años; un libro compuesto como un delicado y amoroso encaje de vivencias. Más contemporáneo y radical es País nómada (subtítulo: ‘Supervivientes del siglo XXI’), de Jessica Bruder, publicado por Capitán Swing, un sello que alimenta a menudo su interesante catálogo con libros de denuncia ecologista: en esta ocasión, la autora se echa a la carretera en una especie de road adventure social en pos de ese país nómada compuesto por miles de compatriotas que se han lanzado a la carretera en furgonetas y caravanas de segunda mano para escapar de penosas condiciones laborales o de las zonas económicamente deterioradas.

04. Filadelfia

Salvo en algunos momentos de impaciencia debidos a su extensión de más de 500 páginas (pero ¿a qué novela larga no le sobran algunas?), lo he pasado bien este último y desaso­segante puente leyendo El largo río de las almas (Alianza de novelas), un thriller de Liz Moore que desafía las convenciones del género para centrarse en un drama familiar sobre el telón de fondo de los barrios pobres de Filadelfia más golpeados por la droga. Merece la pena.

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