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Cuando tu coche se convierte en tu casa

‘Ideas’ adelanta un extracto de ‘País nómada’, en el que se basa ‘Nomadland’, León de Oro en el festival de Venecia. En él su autora retrata cómo afectados por la crisis de 2008 se convirtieron en EE UU en nómadas

Una familia ante las puertas de su autocaravana.
Una familia ante las puertas de su autocaravana.Romona Robbins/GETTY IMAGES (Getty Images/Image Source)

Ante el problema insoluble que se le planteaba —la escasa pensión que recibiría de la Seguridad Social—, Linda hizo lo que haría cualquiera: consultó Internet. Y allí encontró una página que decía: “¿Fuiste gitana, vagabundo o trashumante en otra vida pero ahora piensas que jamás podrás permitirte vivir con la libertad que anhelas? ¿Ya no soportas la continua competencia consumista y querrías llevar una vida más sencilla? La respuesta es que esa vida está a tu alcance y desde esta página vamos a indicarte cómo puedes alcanzarla.

Acababa de descubrir CheapRVLiving.com (“Vivir barato en una autocaravana”), el sitio de Internet de un antiguo reponedor de la cadena de supermercados Safeway, en Alaska, llamado Bob Wells. Bob predicaba una doctrina anticonsumista con el mismo fervor con que otros predican el evangelio de la prosperidad. Su mensaje ensalzaba la posibilidad de vivir felizmente con menos. Un principio básico inspiraba todos sus escritos: la mejor manera de liberarse era convertirse en lo que la sociedad consideraría una persona sin hogar.

“La clave es suprimir el gasto más importante para la mayoría: los costes de la vivienda”, decía, e instaba a sus lectores a prescindir de las casas y apartamentos tradicionales en favor de lo que algunos nómadas llaman una “finca sobre ruedas”, una furgoneta, un coche o una autocaravana. Señalaba que había personas que habían adoptado ese modo de vida y lograban subsistir con 500 dólares al mes o incluso menos —una cantidad que enseguida le pareció razonable a Linda— y presentaba un presupuesto de muestra que permitía cubrir con esa cantidad las necesidades básicas, incluida la comida, el seguro del vehículo, la gasolina, el teléfono móvil y una pequeña reserva para emergencias.

Él mismo había iniciado su odisea como “furgorresidente” casi 20 años antes, con mucho menos entusiasmo. En 1995, se enfrentó a un difícil proceso de divorcio tras 13 años de matrimonio y con dos hijos de corta edad. “Adicto al endeudamiento”, según su propia descripción, había exprimido sus tarjetas de crédito hasta acumular una deuda de 130.000 dólares y estaba a punto de declararse insolvente.

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Cuando tuvo que abandonar la casa rodante que compartía con su familia en Anchorage, se trasladó a Wasilla, donde unos años antes había comprado un terreno con el propósito de construirse una vivienda allí. Aunque de momento solo tenía los cimientos y el suelo, se instaló en una tienda de campaña, desde donde podría desplazarse hasta Anchorage, a unos 80 kilómetros de distancia, para acudir al trabajo.

Al poco tiempo, comenzó a añorar la posibilidad de estar más cerca de sus hijos y también del supermercado Safeway, donde tenía un empleo fijo. Pero los apartamentos eran caros en Anchorage y le habría sido prácticamente imposible mantener dos hogares. De los 2.400 dólares mensuales que ganaba, tenía que entregar la mitad a su ex.

—1.200 eran para ella y a mí me quedaba otro tanto, y en Anchorage no es posible alquilar un apartamento por esa cantidad —me dijo—. En la mayoría de los sitios se puede, pero allí, desde luego, no.

Mientras tanto, consumía a diario gran cantidad de tiempo —y también de dinero para pagar la gasolina— en los desplazamientos entre Wasilla y Anchorage, y empezaba a estar desesperado. Ante esa situación, decidió hacer un experimento. Con objeto de reducir el gasto en combustible, comenzó a dormir entre semana en la ciudad en una vieja camioneta Ford Courier con una caja adaptada para acampada y los fines de semana regresaba a Wasilla. Eso le alivió un poco. Cuando estaba en Anchorage, aparcaba justo enfrente del supermercado. A sus jefes no les importaba. Cuando alguien no se presentaba, le ofrecían a Bob —que en cualquier caso ya estaba allí— la posibilidad de cubrir su turno y eso le permitía cobrar algunas horas extra. Visto lo cual, empezó a preguntarse si no sería posible vivir de ese modo de manera permanente.

Residir todo el tiempo en su minúsculo habitáculo le parecía insostenible, pero empezó a considerar otras alternativas. En sus desplazamientos para acudir al trabajo, solía pasar junto a un desvencijado camión Chevrolet con caja cerrada que estaba aparcado frente al taller de un electricista con un letrero que decía: “En venta”. Un día entró a preguntar. Le dijeron que el vehículo no tenía ningún problema mecánico, pero estaba tan baqueteado y tenía tan mal aspecto que al dueño le daba vergüenza usarlo para atender a los clientes. Pedían 1.500 dólares por él, justo el remanente que aún le quedaba a Bob de sus ahorros. No se lo pensó dos veces. (…)

Todo lo que la sociedad me había dicho era mentira. Tenía que casarme y vivir en una casa y trabajar para luego vivir felizmente mis últimos años, pero ser un desgraciado hasta entonces. En mi camión fui feliz por primera vez en la vida.

Ese camión, al que se refería a menudo como su furgo, sería su hogar durante los seis años siguientes. Sin embargo, vivir allí no supuso la caída en el abismo que temía. La situación comenzó a cambiar a medida que fue reformando el espacio para volverlo más habitable. (…) Al cabo de poco, empezó a constatar que, cuando rememoraba su vida pasada, no echaba de menos gran cosa. Al contrario, le daba vértigo pensar en algunas de las cosas que ya no tenía, sobre todo los recibos del alquiler y las facturas de electricidad y de agua. Con el dinero que ahorraba, seguía reformando su camión. Recubrió con material aislante las paredes y el techo. Cuando llegó el invierno y la temperatura descendió bajo cero, compró una estufa catalítica con un depósito de propano de 150 litros; también instaló un ventilador en el techo con una abertura para mantener el ambiente fresco en verano. Cuando lo hubo completado todo con un generador, una batería y un inversor de corriente, pudo disponer de luz por las noches sin problemas. No tardaría en tener incluso un microondas y un televisor de 27 pulgadas.

Se encariñó tanto con ese nuevo estilo de vida que, cuando empezó a fallar el motor del camión, no se amilanó. Vendió el terreno de Wasilla, junto con el esqueleto de la casa que había seguido construyendo con cargo a sus tarjetas de crédito, y dedicó una parte del producto de la venta a reparar el motor.

—Cuando me instalé en el camión, comprendí que todo lo que la sociedad me había dicho era mentira —me contó en una entrevista—, que tenía que casarme y vivir en una casa y trabajar para luego vivir felizmente mis últimos años, pero ser un desgraciado hasta entonces. En mi camión fui feliz por primera vez en la vida.

Bob inauguró su sitio web, CheapRVLiving.com, en 2005. Empezó publicando una modesta recopilación de artículos con recomendaciones prácticas para los lectores que desearan vivir en un vehículo con un presupuesto reducido. (…) Las visitas aumentaron exponencialmente tras la crisis financiera de 2008. “Empecé a recibir casi a diario mensajes electrónicos de gente que había perdido el empleo, se estaba quedando sin ahorros y corría el riesgo de un desahucio”, escribiría luego Bob. Expulsadas de la clase media, esas personas intentaban encontrar la manera de sobrevivir. Una búsqueda a partir de expresiones como “vivir con un presupuesto limitado” o “vivir en un vehículo o en una furgoneta” les conducía hasta el sitio de Bob. Y en una cultura que culpa en gran parte a las víctimas de sus desventuras, él les ofrecía palabras de aliento en vez de oprobio. “Hubo un tiempo en que teníamos un contrato social que establecía que, si una persona cumplía las normas (estudiaba, conseguía un empleo y trabajaba duro), todo iría bien. Ya no es así. Uno puede hacerlo todo bien, cumplir exactamente con lo que espera la sociedad y, aun así, acabar arruinado, solo y sin casa”. Y sugería que instalarse en una caravana u otro tipo de vehículo era una forma de objeción de conciencia contra el sistema que les había fallado. Podían renacer para llevar una nueva vida libre y aventurera.

Jessica Bruder es periodista. Este extracto es un adelanto de su libro ‘País nómada. Supervivientes del siglo XXI’, que Capitán Swing publica el próximo día 21. La película ‘Nomaland’, basada en el libro, ha ganado el León de Oro en el festival de Venecia.

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