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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sergio Dalma propugna el baile despegado para sus 30 años de canción

El cantante catalán debuta en el Teatro Real con un espectáculo enérgico y rejuvenecido que le aparta de su perfil de baladista romántico

Sergio Dalma, durante su concierto de anoche en el Teatro Real.
Sergio Dalma, durante su concierto de anoche en el Teatro Real.ROBERTO ALMENDRAL RECIO
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Podrás llevar 30 años recorriendo medio planeta, conquistando platós y vendiendo discos a puñados, pero una visita al Teatro Real siempre tiene algo de reválida. Sergio Dalma guardaba la fecha marcada con fosforescente chillón en el calendario e irrumpió motivadísimo en tan anheladas e ilustres tablas. El paseo matinal por el Retiro y la comida liviana dieron resultado, que en las citas decisivas hay que cuidar todos los detalles para que el triunfo no se malogre. Así que Sergi Capdevila, con sus impecables 55 años a cuestas, pasó el domingo, 1 de marzo, por la madrileña plaza de Ópera como un huracán, a sabiendas de que el entorno le sería propicio: en menos de media hora, hasta tres admiradoras se habían levantado de sus butacas para entregarle sendos ramos de flores, mientras una cuarta le ofrendaba una caja envuelta con papel de regalo de grandes almacenes. Lo que se dice tener al público de tu parte.

"Muchos y muchas veníais con vuestros padres y ahora venís con vuestros hijos", se admiraba el de Sabadell en las salutaciones. No hay manera de afearle nada en la actitud a un hombre que utiliza el lenguaje inclusivo, exhibe una oratoria impecable y ha mejorado mucho con los años su manejo vocal, siempre sobrado de unos recursos que ahora dosifica con menos afectación y mucha más naturalidad. Que planta cara a los cincuenta y tantos con traje granate, camisa negra estampada y deportivas blancas. Y que sabe burlarse de sí mismo cuando, tras proponer a su público “un viaje”, matiza: “Es gratis, os lo dice un catalán”.

Todo eso está muy bien. Mucho más dudosa es la decisión de abrir este festejo del trigésimo aniversario con un popurrí de un cuarto de hora durante el que se masacra una docena de títulos. Quizá se trate de sacar pecho en torno a un repertorio tan nutrido, pero el troceo malbarata los originales, los convierte en un corta y pega de fragmentos inconexos, los priva de valor. El invento se adorna con un trajín de auxiliares que entran y salen para colocar una plataforma, cambiarla de sitio, quitar y mover una banqueta o, aún más extraño, hacer bulto y bailotear durante La vida pasa, una escenificación más torpona que emotiva.

Lo bueno de las malas decisiones de partida es que, una vez consumadas, todo evoluciona a mejor. Y Dalma, que dispone de un poderoso sexteto de músicos y muchísimas horas de vuelo, juega todas las bazas para desactivar los lugares comunes sobre su icónica condición de cantante melódico y ultrarromántico. En 125 minutos da tiempo a concesiones, claro, al baladón de vena hinchada (A buena hora o Mi historia, inevitable dúo con su percusionista, Alicia Araque). Pero Bandera blanca es pop enfático con coros en trance y un par de guitarras eléctricas en liza, Joven loco desalmado se esfuerza a su manera por acercarse al soul y hasta Bailar pegados, una bandera más aparatosa que la de Colón, se transfigura en versión euforizante y medio tecno (créannos). Y con exhibición inicial a pleno pulmón, sin micrófono, para delirio del paisanaje. Incluso de la dama que se apostó en primera fila ataviada con una aparatosísima mascarilla.

Tal vez el coronavirus nos aboque a bailar despegados, pero Sergio Dalma quiso obligarnos a prescindir de las butacas. Tras el himno del “abrazadísimos”, la pícara y discotequera El diablo dentro sirvió para despegar las escasas posaderas que aún se aferraban a los sillones. Y a partir de La vida empieza hoy, medio centenar de muchachas, sin un solo representante del género minoritario, se apostaron junto al escenario para poner las stories de su Instagram en trémula efervescencia.

Era la noche de Capdevila, sin aditivos. En formato de rock melódico, funk italianizante o conquista amorosa frente al piano, pero siempre con su impronta. La única aportación externa llegaría con Donna, pop de silbidito junto a Andrés Ceballos (Dvicio), otro romántico guapetón, pero con 30 años menos, el pelo perfectamente pigmentado y la camisa a medio desabotonar. El resto fue Dalma en vena, aunque para Esta chica es mía, hija de otros tiempos, intente limar suspicacias advirtiendo de que el amor “nunca puede ser posesivo, sino libre”.

La artillería italiana, que le ha funcionado a nuestro protagonista durante tres álbumes, quedó relegada a la media docena de bises, que merecerían la pena aunque solo fuera por el acierto de desempolvar Este amor ya no se toca, el fugaz y contagiosísimo éxito de la mexicana Yuri que adaptaba el clásico de Gianni Bella. Han transcurrido mucho más de tres décadas de aquello, demostración fehaciente de que la vida transcurre en un suspiro. La clave está, como con el bueno de Sergio Dalma, en saber cómo no traicionarse, aprovechar las enseñanzas y hasta disponer de un estilista amigo de las estridencias cromáticas. Al final, ni covid-19 ni viruelas.

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