El Reina Sofía celebra su 30 aniversario con donaciones por 1,5 millones
Patronos como Jorge M. Pérez, Mario Cader-Frech o Francesca Thyssen donan 80 obras de arte al museo nacional
Entre las posibles certezas rescatables en los últimos coletazos de Arco, una que cabría subrayar es que comprar arte y coleccionarlo son dos expresiones desiguales. El comprador se guía por sus impulsos y quizás por las modas. El coleccionista tiene un plan, un discurso, un foco. Varios nombres inscritos en esta última categoría acaban de realizar importantes donaciones a la Fundación Museo Reina Sofía: obsequios tanto en especie como económicos que contribuyen a apuntalar la colección del centro, especialmente concentrada en el arte contemporáneo español y de América Latina. Con la parte nacional más asentada, es la pata del arte latinoamericano la que más se ha visto reforzada con una serie de donaciones con las que el museo puede permitirse celebrar por todo lo alto su 30 aniversario este 2020. La principal aportación proviene del empresario argentino Jorge M. Pérez: 12 obras con un precio de 1.045.490 euros. El salvadoreño Mario Cáder-Frech ha contribuido con otras piezas valoradas en 174.238 euros, y otros patronos del Reina como Patricia Phelps de Cisneros, José Antonio Llorente y Francesca Thyssen (esta última con obras localizadas en el eje mediterráneo) también se han sumado a la lista de oferentes, cuyas contribuciones alcanzan las 80 obras de 39 artistas desde los años sesenta a la actualidad y una cuantía de más de 1,5 millones de euros.
“En el museo vamos haciendo barridos de países: ya hemos explorado lugares como Perú, Chile, Argentina… pero nos faltaba Mesoamérica”, explica el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel. “En lugares como El Salvador hay una generación de artistas jóvenes de gran proyección internacional. Además, a nosotros también nos interesan mucho los artistas de las comunidades mayas, cuyas propuestas cuestionan algunas ideas eurocéntricas sobre conceptos como la abstracción, que para ellos no gira solo en torno a las formas, sino que supone un modo de contar en sí mismo”. Patrocinados por Cáder-Frech, varios profesionales del Reina realizaron un viaje por El Salvador y Guatemala donde conocieron in situ sus escenas creativas. De ahí surgieron varias compras de jóvenes artistas cuyas obras plantean reflexiones críticas sobre la sociedad en la que se inscriben.
Interesado en el arte desde niño, inspirado por la avidez de cultura de su madre, Jorge M. Pérez – que ha donado piezas de creadores que aún no figuraban en el museo como Fernando Bryce, Jorge Eduardo Eielson, Eugenio Dittborn o Juan Carlos Alom–, comenzó a reunir obras de arte contemporáneo en la universidad. “Empecé con lo que por entonces me podía permitir: tres litografías de Miró, Man Ray y Marino Marini que aún forman parte de mi colección”, explica mientras desayuna en un céntrico hotel madrileño tras la segunda jornada de Arco, una feria a la que siempre vuelve y en la que este año ha adquirido 16 obras. “Cuando terminé la carrera y decidí no volver a Latinoamérica [él tiene allí una raíz de triple ramificación: cubana por parte de padres, argentina de nacimiento y colombiana de adopción], empecé a sentir nostalgia, y comprendí que la mejor forma de no perder mi vinculación pasaba por el arte”.
Tras años de visitas a museos y subastas internacionales, Pérez fue acumulando conocimientos sobre el arte latinoamericano y más allá. “Empecé a coleccionar a los clásicos: Botero, Torres García, Obregón, Kahlo…”. Cuanto más aprendía, más se iba interesando por lo emergente frente a lo establecido. Y más perdía el miedo a equivocarse. Con el tiempo, el coleccionista acabó donando buena parte de los trabajos que había reunido a un museo de Miami, donde reside, que desde 2013 lleva su nombre: el Pérez Art Museum. “Siempre he querido que mi colección sea pública”, afirma el empresario, dedicado a la inmobiliaria, que subraya el orgullo de que el suyo sea el primer nombre latino que preside una gran institución museística en EE UU. “Es importante para sentirnos parte de la sociedad estadounidense y contribuir al desarrollo cultural del país”.
Con su aportación al Reina, al que también ha donado dinero para comprar obra, Pérez busca potenciar la difusión y el conocimiento del arte latinoamericano en España y Europa. Lo hace por medio de algunas figuras imprescindibles, como la cubana Ana Mendieta, pionera en la fusión del arte corporal y el land-art, y de otros artistas de alto voltaje crítico como la argentina Marta Minujín, que amplía junto con Mendieta la perspectiva feminista de la colección. El peruano Fernando Bryce ha centrado su investigación en mostrar cómo el cine puede usarse como vehículo de propaganda, una idea que se plasma en la obra que ahora entra en el Reina, All Quiet on the Western Front, una serie de dibujos en torno a la famosa novela bélica. Otras piezas donadas por Pérez incluyen unos dibujos de la artista y activista Claudia Coca, trabajos de Jonathas de Andrade y Magdalena Jitrik y un mural colaborativo de Marcel Dzama y Raymond Pettibon, que el coleccionista identifica como la obra de la que más le ha costado desprenderse, y que colgaba hasta ahora a la entrada de su oficina.
La misma vocación por impulsar el arte de su tierra es la que ha llevado al salvadoreño Mario Cáder-Frech a ofrecer su regalo al museo. Como en el caso de Pérez, su pasión se despertó de joven. También al igual que el mecenas argentino, le interesa especialmente el arte comprometido con la sociedad, el que habla de los temas que preocupan a la gente. Hace 20 años, el ejecutivo empezó a exhibir arte salvadoreño en Washington. Después contribuyó a la apertura del primer museo de arte contemporáneo de su país, el Marte, en San Salvador, y más tarde montó la fundación Y.ES Contemporary. “Un momento clave fue cuando, a finales de los noventa, fui a la Bienal de Venecia y me di cuenta de que no existían ni El Salvador ni Centroamérica”, recuerda. En este tiempo, los artistas mesoamericanos han ido entrando en los museos de EE UU. Pero todavía faltaban en Europa, salvo raras excepciones como el Pompidou. “Creo que el Reina va a dar un pellizco a otros museos del continente, ese es mi mensaje”.
Una mirada al arte indígena
Entre los trabajos de artistas salvadoreños y mayas guatemaltecos que entran a la colección del museo –nombres como Waltercio Iraheta, Simón Vega, Marilyn Boror y Edgar Calel– destacan creaciones que intentan deconstruir el pasado histórico y que revisan el imaginario del arte latinoamericano desde la perspectiva del indigenismo. Las obras del emergente Benvenuto Chavajay, por ejemplo, promueven un discurso decolonial a través de la performance. Guadalupe Maravilla, salvadoreño que reside en EE UU, es también un referente de la performance con obras presentes en instituciones norteamericanas. “El de Mesoamérica es un arte glocal”, explica Cáder-Frech. “Ahora todo el mundo tiene acceso a la información, pero no es lo mismo ser mujer en El Salvador que en Madrid, es importante el contexto”. Marcados por una violencia que no cesa desde los años 30 del siglo XX, los países centroamericanos comparten unas preocupaciones que se reflejan en sus formas de expresión, también definidas por la diáspora.
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