Plácido Arango en las salas del Prado
Como coleccionista, poseyó una mirada sibarita, ponderada y generosa
En un mundo cada vez más vulgar donde todo se publicita, donde nada es enteramente privado y cada cosa tiene que exhibirse, transformarse en un acontecimiento aunque no lo sea, la partida de Plácido Arango va a dejar un hueco profundo. Lo va a dejar por su prudencia; sus modales corteses, de otro tiempo, tan de ultramar; por su carácter reservado; por los secretos bien protegidos de una persona que, teniéndolo todo, jamás hizo alarde de nada.
En los negocios fue un visionario. Entre otras muchas hazañas, trajo París y sus drugstores al Madrid oscuro y triste de la dictadura, el de mi infancia, creando una impresión de modernidad en un lugar que era todo menos moderno. Aunque Vips fue, hasta su reciente transformación —otro estrago de la época, imagino—, mucho más que un modelo de negocio acertado: fue un lugar de referencia para los amantes de los libros y los lectores de prensa trasnochadores. Me pregunto ahora si aquellos libros, bellos y a buen precio, serían otra silenciosa y meticulosa estrategia de Plácido a favor de esa cultura que tanto amó.
Como coleccionista, poseyó una mirada sibarita, ponderada y generosa. No era misión sencilla conocer los contenidos de sus colecciones, ni siquiera cuando pasaban a incrementar el patrimonio público. Ocurrió con la donación al Museo del Prado en 2015: un total de veinticinco obras maestras de artistas como Morales, Zurbarán o Valdés Leal. Nunca tuvieron una sala especial, ni hubo una inauguración especial. Decidió que pasara de puntillas, que el visitante tuviera que fijarse en las cartelas para conocer el origen de la llegada.
Entre todas las obras donadas tuvo una favorita, pero adivinarlo requería de ardides detectivescos. El sueño de San José de Francisco de Herrera el Mozo era, además, una de las menos convencionales y más delicadas del conjunto, con esa representación de la escena al aire libre, frente al interior del taller tradicional. Arango donó la pieza en memoria de otro gran ausente en las salas del Prado, Alfonso Pérez Sánchez, con quien compartió el patronato del museo en calidad de vocal desde 1986. Después, en 2007 Arango pasaría a ser presidente del mismo hasta 2012, fecha en que sería nombrado patrono de honor.
No fue su único servicio público a través de la pertenencia a patronatos y corporaciones: la Biblioteca Nacional, el Premio Príncipe de Asturias, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando... En todo caso, me atrevería a pensar ahora que ya no puedo atreverme a preguntarle, que por su larga relación con el Prado guardó hacia este museo una relación de afecto especial, la que se tiene con la propia casa. De modo que volveré al Prado a recordarle, discreto como era. Regresará de puntillas, distinguido y cortés, y se detendrá ante El sueño de San José . Por su actitud modesta, nadie sospechará que ha sido el propietario de la obra. No es de extrañar en un mundo donde todo se publicita.
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