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La galería como carrera de fondo

El arte español no podría explicarse sin Juana de Aizpuru y Elba Benítez, que celebran ahora 50 y 30 años al frente de sus galerías

Juana de Aizpuru (sentada) y Elba Benítez, en la galería de la primera.
Juana de Aizpuru (sentada) y Elba Benítez, en la galería de la primera.SANTI BURGOS

Peleonas irreductibles, Juana de Aizpuru (Valladolid, 1933) y Elba Benítez (Las Palmas, 1952) han sido protagonistas y testigos de la transformación del arte contemporáneo español. Vendedoras de creatividad, un producto que pocos consideran de primera necesidad, han sabido sobrevivir a las crisis económicas y los vaivenes del mercado imponiendo su olfato y gusto personal. Ambas participan en Arco con el mismo entusiasmo que mostró Aizpuru cuando se inventó la feria en 1982.

PREGUNTA. ¿Cómo se les ocurrió empezar en el negocio del arte contemporáneo?

JUANA DE AIZPURU. Vivía en Sevilla con mi marido [Juan de Aiz­puru, ingeniero, con el que se casó a los 21 años] y mis tres hijas ya iban al colegio. Había estudiado Filosofía y Letras, pero hasta entonces, a finales de los sesenta, había tenido una vida convencional. Sentí que se cerraba una etapa y empezaba otra en la que iba a ser la protagonista de mi vida. A través de la galería La Pasarela tenía relaciones con todos los artistas de entonces. Con mi amiga la pintora Carmen Laffón veía a Zóbel, Rueda, Antonio López, Luis Gordillo, Pepe Soto o Teresa Duclós. Luego se sumarían Hamilton, Hockney, Man Ray, Rauschenberg… Ya por entonces había hecho de intermediaria vendiendo obra de artistas jóvenes sevillanos a las señoras americanas de la base de Morón. En cuanto La Pasarela cerró, en 1970, abrí mi propia galería, decidida a llegar hasta el infinito. Sin que nada se me pusiera por delante.

ELBA BENÍTEZ. Yo aterricé en Madrid en los setenta para estudiar Ciencias Políticas y Sociología. En los ochenta me marché a trabajar a Alemania y llegó un momento, ya separada de mi primer marido, en el que decidí volver a España y convertirme en galerista. Sin experiencia, con complejo de intrusa, mi referente fue siempre Juana de Aizpuru. Lo único que tenía claro era el concepto de galería internacional que quería. Pero eran los noventa, estaba la crisis económica y no me conocía nadie. Quise vender esa idea a los críticos que en ese momento tenían poder en Barcelona (Gloria Picazo, Miquel Molins) y Madrid (Juan Manuel Bonet, Francisco Calvo Serraller) y les fui pidiendo cita uno a uno. Abrí en abril de 1990 con Ignasi Aballí y tardé todo un año en conseguir que se me dedicara una crítica en un periódico.

P. ¿Eran conscientes de que se estaban convirtiendo también en empresarias? ¿Tuvieron ayuda económica de sus respectivas familias?

J. A. Mi marido no estorbó, pero tampoco ayudó. Pedí un préstamo de medio millón de pesetas al Banco Coca, hice unas obras y abrí las puertas. Siempre he medido muy bien mis presupuestos, de manera que nunca me he endeudado a lo loco. Tuve un buen consejero, Javier Benjumea, quien también fue uno de mis primeros clientes y el mejor empresario que he conocido. Ser galerista implica relaciones con los artistas, con los coleccionistas y las administraciones públicas, además de un trabajo permanente de investigación. Ahora tengo siete personas trabajando conmigo, pero empecé con una y tenía que multiplicarme.

E. B. A lo que explica Juana, añadiría el trabajo de guardar, conservar y producir. Somos empresarias tan peculiares que no podemos hacer una previsión de ingresos porque cada vez que vendes algo es un milagro. La crisis en este sector es permanente o, al menos, yo no he conocido otra cosa. Tienes que hacer cálculos constantemente, porque de ti dependen los artistas, los proveedores y las familias.

P. Ambas trabajan con artistas españoles y extranjeros, y han sido pioneras en formatos como el vídeo y la fotografía. ¿Cómo es la relación con los artistas? ¿Cómo es su vinculación contractual?

J. A. La relación es muy buena en general porque siempre he trabajado con gente cuya obra me entusiasma. Al comienzo, pedí a Juana Mordó uno de sus contratos para hacer lo mismo. Solían ser sueldos mensuales, pero hay otras fórmulas. La más extendida es que te ocupas de la producción y te divides la venta al 50%. Hay pocos problemas con los artistas. Y los que hay prefiero no mencionarlos...

E. B. Yo también suelo ir al mismo porcentaje. Hay que tener en cuenta que nosotros exponemos, producimos y publicitamos. Cuando en una venta se hacen descuentos, los asumimos nosotros. Este no es un negocio para hacerse millonario.

P. ¿El mercado español es tan pobre como se dice?

J. A. Me gustaría recordar que, en los setenta, mi galería sevillana era un lugar en el que la gente más moderna y la aristocracia coincidían para ver arte contemporáneo. Y además, compraban. Tenían gusto y curiosidad. Después, ya en los ochenta, en la galería de Madrid se reunía bastante gente interesada que iba haciendo sus pequeñas o medianas colecciones. Así hasta el frenazo de los noventa, del que no nos hemos recuperado. Hay dinero, pero está en manos muy conservadoras. No se lo gastan en arte contemporáneo. Por otro lado, creo que hay un estado general de desánimo que nos va a la contra. Entiendo que haya coleccionistas que se han quedado sin dinero y no pueden comprar, pero ¿dónde está la curiosidad? Han dejado de venir. Las galerías están vacías.

E. B. Eran aquellos nuevos ricos que sabían mucho de puros, vinos y restaurantes. Ahora, los que tienen mucho dinero parece que prefieren gastárselo en una cacería en lugar de en una obra de arte. Es un problema cultural. Por eso creo que aquí no han venido las grandes firmas galerísticas como Gagosian o Saatchi. ¿Para qué?

P. Si el panorama es tan malo, ¿cómo explican el fenómeno de las numerosas galerías europeas que están abriendo local en Madrid?

E. B. Son sucursales de galerías alemanas o británicas, conscientes de las numerosas fortunas latinoamericanas (de Venezuela, México, o Brasil) que se están estableciendo en Madrid y no quieren perderse su parte del pastel, si es que lo hay.

J. A. Por mí, cuantas más galerías haya, mucho mejor. Me alegro, y soy consciente de que nos movemos en un mundo de alta competición en el que vendemos un producto que no se conoce y no es de primera necesidad.

P. ¿Con qué espíritu se enfrentan a Arco 2020?

J. A. Arco es un acontecimiento social al que vienen más de 100.000 personas. Muchas ahorran todo el año para pagarse tres días en Madrid y recorrer la feria. Es así desde el primer momento. No sé si se vende mucho, pero no se pierde. Es una fiesta, más que una feria.

E. B. También creo que es como una meca artística en la que hay que estar porque, si no, no eres nadie. Pero es un paréntesis de entusiasmo en lo que es, en realidad, la vida de las galerías.

P. No las veo muy optimistas.

J. A. De eso nada. Negatividad cero. Mientras tenga fuerzas, voy a por todas, como en mis comienzos.

E. B. Yo también mantengo el entusiasmo. Los milagros ocurren.

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