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Crítica | Sonic, la película
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El erizo sin ambiciones

Una película cuya única virtud es la falta de ambición, y donde se echa mano de una antigua estrella con gran capacidad para la comicidad gestual, Jim Carrey

Jim Carrey, en 'Sonic, la película'. En vídeo, un avance de la película.
Javier Ocaña

La primera película de la historia del cine hollywoodiense basada en un videojuego fue Super Mario Bros., la dirigieron en 1993 Annabel Jankel y Rocky Morton, y fue un fracaso mayúsculo pese a la presencia de estrellas como Bob Hoskins y Dennis Hopper. Desde entonces, los vetustos y primigenios juegos para máquinas recreativas y primeras plataformas de míticas casas japonesas como Nintendo y Sega han sido adaptados a la gran pantalla con formas y tonos tan distintos que los productos resultantes apenas tienen nada que ver entre ellos: animación (¡Rompe Ralph!) o acción real (Street Fighter); fantasía (Mortal Kombat), terror (House of Dead), y hasta comedias familiares como la que hoy se estrena, Sonic, la película, basada en los videojuegos de principios de los años noventa de la empresa Sega.

SONIC, LA PELÍCULA

Dirección: Jeff Fowler.

Intérpretes: James Marsden, Jim Carrey, Tika Sumpter, Adam Pally.

Género: familiar. EE UU, 2020.

Duración: 96 minutos.

Pero, ¿cómo puede llevarse al cine una historia tan alicorta y lineal como la del erizo alienígena que corre a la velocidad del sonido? En Paramount, la productora, han pensado que había que tirar del hilo de dos referentes básicos: la estructura de E. T., el extraterrestre y sus múltiples sucedáneos posteriores, con la llegada del protagonista a la Tierra y la denodada búsqueda del ser por parte de peligrosas y oscuras vertientes militares del estado; y Alvin y las ardillas, tanto en el tono de comedia familiar como en la presunta comicidad que se va desprendiendo del encuentro entre algo irreal, desarrollado con animación digital, y los seres humanos encargados de protegerlo, con intérpretes de carne y hueso.

El resultado es una película cuya única virtud es la falta de ambición, donde se echa mano de una antigua estrella, hoy de capa caída, pero con gran capacidad para la comicidad gestual, Jim Carrey, y de un actor con cierta simpatía, James Marsden. El resto, situaciones melifluas para padres acompañantes sin alergia a la melaza, y risas fáciles para críos que no pasen de los 10 años. Quizá a principios de los noventa hubiese sido otro desastre como Super Mario Bros.; ahora puede convertirse incluso en un éxito.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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