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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘La flauta mágica’, la bidimensionalidad como prodigio

La apuesta del Teatro Real es ganadora. Esta producción puede con todo, se puede ver innumerables veces y siempre entusiasma

Escena del reestreno de'La flauta mágica', este domingo en el Teatro Real. En vídeo, la precisión audiovisual en la puesta en escena de la obra.Vídeo: JAVIER DEL REAL

La flauta mágica es el segundo título en la actual temporada que el Teatro Real retoma, con producción incluida, de su fondo de armario. La otra ha sido L’elissir d’amore (Donizetti) en la playera visión de Damiano Michieletto. En el caso de La flauta mozartiana, en celebrada puesta escénica del australiano Barrie Kosky y Suzanne Andrade. Mucha confianza hay que tener para que vuelva cuatro años después. Pero la apuesta es ganadora, esta producción puede con todo, se puede ver innumerables veces e incluso se puede venir con niños (precios de las entradas aparte), y siempre entusiasma. Por otra parte, producciones escénicas ingeniosas, cargadas de buen gusto y entretenidas como pocas veces sucede en ópera no abundan. Así que el resultado les da la razón y la gente se entusiasma, las entradas se agotan y todo el mundo sale del Real con sonrisa de oreja a oreja.

Más información
Una ‘flauta mágica’ entre el cine mudo, el cómic y el pop

Es conocida la trama escénica que proponen Andrada y Kosky, una producción de cine mudo sobre la que se incrustan los cantantes, homenajeando a figuras clave del momento, Papageno como Buster Keaton, Pamina como Louise Brooks, etc. Pero hay más, es una apuesta tan ambiciosa como insensata de capturar en dos dimensiones el universo fantástico de esta ópera. Y las referencias visuales se extienden al dibujo animado, al pop o a aquellas visiones estelares de la linterna mágica, con mención especial para el animador visual Paul Barritt.

Es reseñable que todo el texto hablado haya sido reducido a la mínima expresión y puesto en pantalla a modo de los rótulos del viejo cine mudo, con un acompañamiento de pianoforte a cargo de Ashok Gupta, que toca fragmentos de un par de fantasías de Mozart.

Para alcanzar el éxito, la sincronización de unos cantantes casi empotrados en el plano debe ser perfecta. Y como lo es, el público sale maravillado. Es pues de agradecer el notable logro de cantar admirablemente y medir al centímetro cada gesto o postura.

FICHA TÉCNICA

Director musical, Ivor Bolton; directores de escena, Suzanne Andrada & Paul Barritt / Barrie Kosky. Reparto: (día 19) Andrea Mastroni, Stanislas de Barbeyrac, Rocío Pérez, Anett Fritsch, Andreas Wolf, Ruth Rosique, Elena Copons, Gemma Coma, Alabert, Marie-Luise Dreßen, Mikeldi Atxalandabasso… Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Pequeños Cantores de la JORCAM. Teatro Real. Del 19 de enero al 24 de febrero.

La parte musical es mucho más que suficiente, con Bolton atreviéndose con una orquesta ajustada a criterios de época y arriesgándose a algún desajuste que la calidad del espectáculo perdona sin restricciones. El reparto vocal mantiene a algunos cantantes de hace cuatro años, junto a novedades que alcanzan una coralidad y empaste global sobresalientes. Difícil destacar nombres en trabajo tan compacto y memorable. Se agradece el esfuerzo de la soprano Rocío Pérez que ha corrido su turno para sustituir a Albina Shagimuratova en el carismático papel de Reina de la noche. Obligado resulta nombrar a los otros cuatro papeles principales, Andrea Mastroni como Sarastro, un bajo con graves de terciopelo; Anett Fritsch, como Pamina, solida en lo vocal; Stanislas de Barbeyrac como un Tamino resuelto y con buen timbre; y el Papageno de Andreas Wolf con prestaciones más que convincentes.

No puedo dejar de reseñar un mensaje que, quizá, la golosina del espectáculo deje un poco de lado. Al final de la ópera, cuando la Reina de la noche y sus cómplices son derrotados y vence la luz y la razón, la proyección también se abisma y el coro final, junto a la pareja protagonista, cantan ya sobre el telón tridimensional. Esto es, la bidimensionalidad mantenía atrapada a la propia ópera y es la victoria final de esta la que alcanza el espesor del teatro. Genial mensaje después de dos horas y media de virguerías escénicas para negar esa tercera dimensión.

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