“En el fondo fuimos mejores por carta”
Joan Margarit: “Lo que hemos perdido con las cartas es el tiempo entre una y otra. No lo hemos ganado”
Se acaban las cartas tal como las conocimos. La carta inscrita por propia mano en el folio blanco. Escribía Bryce Echenique (La amigdalitis de Tarzán, Alfaguara, 1999): “Diablos… Tener que pensar ahora, al cabo de tantos, tantísimos años, que en el fondo fuimos mejores por carta”.
Muñoz Molina describía en Babelia la devastación. “Las cartas se han extinguido tan sin remedio como algunas especies de mariposas o de pájaros que vivificaron ecosistemas espléndidos y ahora no recuerda ni echa de menos casi nadie, salvo los entomólogos o los ornitólogos apasionados que las siguen estudiando en las vitrinas de los museos...”. En la Biblioteca Nacional, donde hay cartas como antiguas lágrimas, trabaja María José Rucio, jefa de Manuscritos e Incunables. Muestra esta carta de Joaquín Machado, hermano de Antonio y de Manuel. La envía a Corpus Barga, que ayudó a la madre de los Machado a llegar, moribunda, a Collioure. Está escrita desde Chile, el 12 de mayo de 1954. “Aunque usted probablemente no me recuerde, porque solo una vez he tenido el gusto de estrechar su mano —cuando dio aquí una exquisita conferencia sobre mi hermano Antonio Machado—, yo le recuerdo a usted siempre, a más de por ser sus méritos de insigne literato, por un motivo sentimental. Sé que usted llevó en sus brazos a mi madre, por andurriales del exilio, hacia Collioure. Mil veces he tenido el deseo de expresar a usted mi gratitud por aquello; pero mis ojos se nublan y huyen las palabras”.
Esencia de lo no falsificado. “Son documentos”, dice Rucio, “que emanan de momentos de intimidad, sin pretensión de que salgan a la luz, reflejo fiel de la esencia del que escribe. El tiempo los ha convertido en testimonios imprescindibles para iniciar cualquier biografía, porque allí aparece su autor en ese diálogo sincero con el destinatario”.
En su recuento de la correspondencia (Cuando editar era una fiesta, pronto en Tusquets) de Jaime Salinas, Enric Bou desliza esta definición de la correspondencia: “El desparpajo terrible de la carta privada”. Joan Margarit (último Cervantes): “Lo que hemos perdido con las cartas es el tiempo entre una carta y otra. El tiempo asimilándola, releyéndola, hasta que nos sentábamos para responderla, el tiempo de llegada de nuestra respuesta, el de su asimilación por parte de otra persona. Todo ese tiempo no lo hemos ganado, sino perdido. Tan enorme como la pérdida sentimental”.
Anna Caballé, que trabaja con estos materiales cálidos, atesora una carta de Américo Castro a Guillermo Díaz Plaja (17 de agosto de 1968). Don Américo, 83 años, “hosco y solitario”, responde sobre el trato que recibe de España: “Contra mí arremeten gentes de toda laya”. “Más que una carta”, dice Caballé, “es un grito de soledad y angustia de quien siente que aquí ni siquiera se hace el esfuerzo de comprenderle a él”.
La carta doméstica. “Mi portera”, dice Ramón Buenaventura, escritor, “guardaba las cartas del día, sin distribuirlas… Siguen en un cajón profundo de mi despacho, nunca he necesitado romperlas (ni releerlas)”. Acababa Muñoz Molina en Babelia: “En las cartas […] hay algo más, un estremecimiento: el de estar escuchando de verdad a alguien”. La voz escrita, la sangre íntima de la vieja tinta.
Babelia
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