Marino Gómez-Santos, mirada impresa al siglo XX español
Publicó centenares de entrevistas y escribió biografías de Baroja, Gregorio Marañón, la reina Victoria Eugenia y Severo Ochoa
“España es un país que pierde fácilmente la memoria”, decía en 2002 el periodista oventense Marino Gómez-Santos cuando intentaba ordenar sus propios recuerdos —”antes de que anochezca en mi mente”—. Fallecido el día 9 a los 90 años, con él desaparece no solo un testigo privilegiado de la vida cultural, científica y artística española de la segunda mitad del siglo XX, sino un personaje, un discreto y eficaz actor entre bastidores, de esa misma época.
Amigo y colaborador de algunos de los últimos representantes de la generación del 98 —Baroja, Azorín—, cultivó con gran éxito el difícil género de la entrevista. Dejó decenas de muestras de su buen hacer en el rotativo Pueblo de Emilio Romero —su etapa más fructífera y conocida, en la década de los sesenta— y en otras cabeceras con las que colaboró asiduamente, entre ellas Abc, Ya, Blanco y Negro, Tribuna Médica y Gaceta Ilustrada.
A través de esas largas conversaciones fue reconstruyendo la peripecia existencial de ilustres personalidades españolas —Salvador Dalí, Grande Covián, Santiago Bernabéu— y extranjeras —Chaplin, Hemingway, Borges—. A Severo Ochoa, quien lo nombró albacea, le prestó especial atención y escribió sobre él cerca de una decena de semblanzas, corregidas y aumentadas en sucesivas ediciones. Sus biografías Baroja y su máscara (1956), La reina Victoria Eugenia (1964) y Vida de Gregorio Marañón (1971) sobresalen en una lista de más de medio centenar de títulos. Todo su legado profesional, formado por 70.000 documentos impresos y audiovisuales, constituye el Fondo Documental Marino Gómez-Santos, donado por el autor a la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid en 2014 y disponible en la Red.
Gómez-Santos fue un autodidacta de vocación temprana: “Desde mi rincón provinciano, me imaginaba las grandes editoriales de Madrid, las redacciones de los periódicos (…) y los escritores que vivían de eso, de escribir sobre una mosca que se había posado en la mesa”. Con 20 años y una ilusión desbordante se presentó en Madrid con su primer libro bajo el brazo —una biografía de Clarín, impresa en 1952, presentada por Gregorio Marañón— y dispuesto a conquistar la gloria. De aquellos primeros pasos, dados con la ayuda inestimable de Juan Antonio Cabezas, dejó constancia en su Crónica del Café Gijón, aparecida en 1955 con dos valedores de lujo: César González-Ruano, autor del prólogo, y Ramón Gómez de la Serna, firmante del colofón.
Desmitificar a su padrino
González-Ruano, entonces en la cumbre de su carrera como articulista, no ahorraba elogios hacia aquel “benjamín dinámico de nuestro pequeño mundo literario, alfil gallardo del tablero de las letras”. Curiosamente, el último trabajo de Marino, César González Ruano en blanco y negro (2020), está dedicado a desmitificar —con respeto y elegancia— a su padrino e inseparable amigo de juventud, de quien luego se distanciaría hasta el punto de negarse mutuamente el saludo.
En este último perfil biográfico, Marino lamenta que César, capaz de “alternar los elevados actos con acciones infames”, se convirtiera en alguien que “de la moral hizo una esterilla para limpiarse los pies”. En cuanto al turbio pasado de González-Ruano durante la Segunda Guerra Mundial, abordado por Rosa Sala y Plàcid García-Planas en El marqués y la esvástica (2002), Gómez-Santos prefiere no ahondar: “No trataré de investigar su vida en París [Ruano fue detenido y encarcelado en Cherche-Midi por la Gestapo en 1942] por falta de pruebas”, advierte en la introducción. Es probable que no sea su único silencio sobre quien fuera su mentor.
El relato más completo de la vida de Marino Gómez-Santos está recogido en La memoria cruel (2002), minucioso repaso de su andadura profesional. Sus últimos libros los ha publicado Renacimiento entre 2014 y 2020. Abelardo Linares, impulsor de esta editorial sevillana, ha calificado a Gómez-Santos como “uno de los grandes lujos, de los pocos lujos de la literatura española de ahora mismo”. Según Linares, Marino mantuvo intacta la curiosidad hasta el final, “con una fuerza para escribir absolutamente juvenil”. La misma que vio en él González-Ruano, “aquella tímida mañana del mes de mayo en la que apareció por el Café Gijón, con la carbonilla del tren que acababa de dejarle en la estación del Norte”.
Miguel Somovilla es periodista y escritor.
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