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El hombre que era jueves
Columna
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Canción mixteca

No me cuesta imaginar la inspiración de la obra de Juan Rulfo en la de Edgar Lee Masters, o viceversa

Marcos Ordóñez
Escena de 'Pedro Páramo', dirigido por Mario Gas, durante su presentación en octubre en Las Naves del Matadero de Madrid
Escena de 'Pedro Páramo', dirigido por Mario Gas, durante su presentación en octubre en Las Naves del Matadero de MadridEuropa Press

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. Uno de los comienzos más memorables de la literatura mexicana, como si Juan Rulfo cantase un corrido fantasma, que se reparten Vicky Peña y Pablo Derqui, a la batuta espiritual del maestro Mario Gas. Para mí, un wéstern crepuscular. Entrecierro los ojos y veo el viento, el polvo del desierto, y la soledad, pongamos, de Monte Walsh, imaginados por Pau Miró y Sebastià Brosa. Peña y Derqui, esos dos grandes, también se multiplican en voces, personajes, espacios. Doña Eduviges, el arriero Abundio, el Padre Rentería, Damiana Cisneros, muchos más, caminando al trote cuesta abajo. Cielos rojo sangre, casas que caen a trozos, fantasmagorías, sombras de velas y campanas. Un lugareño define a Páramo en tres palabras: “Un rencor vivo”. Pero no: al parecer, según un pariente, el rencor vivo lleva muchos años muerto.

Al final, una rosa floreciendo en el recuerdo. Veo a Montserrat Carulla y a Derqui, y Derqui escuchando Una rosa para Emily, el relato de Faulkner, y lo imagino gracias a ellos, aunque ciertamente podría ser un sueño de Vicky Peña y Mario Gas. Y también sería la imagen final: nos han hecho ver Comala, y el vaivén donde duerme la rosa blanca, en julio como en enero. Me hubiera gustado escuchar también a Carulla, su trompeta de ojos azules, los 90 años de la actriz matriarca e invicta. Todo esto nos lo hicieron soñar el pasado viernes en el teatro Municipal de Gerona, un frío tremendo, como si estuviéramos en un tren, cubiertos con abrigos, cruzando ese pueblo en el que algunos muertos miran en silencio, inmóviles, con los ojos brillantes. Me hubiera gustado escuchar a Peña, Derqui y Gas coreando la Canción mixteca: “Que lejos estoy del suelo donde he nacido; inmensa nostalgia invade mi pensamiento; al verme tan solo y triste cual hoja al viento; quisiera llorar, quisiera morir, de sentimiento”. ¡Cómo se une en mi memoria Pedro Páramo a Canción mixteca, y a los poemas elegíacos y lacónicos de la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters, donde los muertos cuentan sus vidas, con epitafios que son crónicas narradas en pocas líneas. Se publicó en 1915, y en 1940 contaba con 70 ediciones. El clásico nacido en Jalisco se me hace incontable, y no me cuesta imaginar la inspiración de la obra de Rulfo en la de Masters, o viceversa: “Todos, todos duermen. Todos están durmiendo en la colina”. El corrido espectral ha triunfado en las Naves del Español, y en una sola noche en el Municipal de Gerona: un nuevo éxito. La gira ha comenzado ya: se verá en el Romea, donde ahora se representa 53 diumenges, de Cesc Gay.

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