El arquitecto que amaba al musgo
Cuando se cumple el centenario de Julio Cano Lasso se edita ‘Naturalezas’, donde se desempolva el archivo que el maestro acumuló en su estudio
El arquitecto dejó un debate abierto para la posteridad. Quién sabe si lo hizo de forma intencionada o solo olvidó transmitir por escrito las directrices pertinentes. El caso es que un siglo después del nacimiento de Julio Cano Lasso (Madrid, 1920-1996), sus ocho hijos todavía se preguntan hasta dónde permitir que la espesura del jardín se adueñe de la que fuera su casa y estudio. Difieren en el alcance de la poda.
El maestro racionalista —miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y medalla de oro de la arquitectura española— cultivó un frondoso vergel en torno a la vivienda y estudio que levantó en 1958 en la urbanización de La Florida, en Madrid. Las parras que trenzó en los patios hoy son celosías vegetales que amortiguan la luz del mediodía. Y el musgo crece desenfrenado por los pavimentos. Desde su mesa de trabajo, Cano Lasso contemplaba la ofensiva del otoño o el resurgir del color en primavera. Junto a ese mismo tablero archivó un centenar de rollos y carpetas que nunca se han mostrado al público. Dibujos a carbón o tinta, croquis, planos y fotografías que el Ministerio de Transportes selecciona en una edición a modo de homenaje.
El libro lleva por nombre Naturalezas y se publicará el mes próximo. Incluye textos de algunos de sus colaboradores más estrechos. Y un material, cuya digitalización se ultima estos días, que descubre al Cano Lasso aficionado al dibujo. En aquellas carpetas rescatadas abundan los estudios sobre el alzado y el perfil de ciudades monumentales como Toledo, Ávila o Santiago. Un trazo inquieto que también captó la influencia de la meteorología y las estaciones del año sobre sus propios edificios. “Viajaba siempre con una libreta. Quería empaparse de la historia y la tradición”, cuenta Diego Cano (Santiago, 1954), también arquitecto y uno de los tres hijos que recogió el testigo del estudio. La familia que dibuja unida permanece unida.
“No le gustaba demasiado conducir y nos pedía que le lleváramos nosotros. Siempre por carreteras secundarias, para apreciar mejor el paisaje. A veces me mandaba parar para hacer una fotografía o un apunte rápido”, continúa. El prócer del clan alcanzó la modernidad sin dejar de lado la tradición. Imaginó otro urbanismo posible que defendió como profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la capital, donde se tituló en 1949. En Utopía de Madrid, uno de los bocetos incluido en el libro del ministerio, el arquitecto traza la panorámica del Manzanares y sustituye varios elementos construidos por proyectos que nunca llegaron a materializarse. Como la propuesta de Ventura Rodríguez para la catedral de La Almudena.
Cano Lasso perteneció a una burguesía que se educó durante el largo apagón cultural de la dictadura, pero digirió los descubrimientos extranjeros sin apenas sobresaltos. El reputado crítico e historiador británico William Curtis, autor de La arquitectura moderna desde 1900 (Phaidon), explica que poseía un profundo conocimiento del oficio: “Se inspiró en muchos ejemplos de la historia, pero no los copió. Más bien trató de comprender los principios subyacentes y transformarlos. Su arquitectura era moderna, pero arraigada en el pasado”. Un ejemplo: la estación de comunicaciones que levantó en 1966 en Buitrago de Lozoya (Madrid) dialoga con el segoviano castillo de Coca, construido en el siglo XV. El resultado es rotundo y expresionista.
La fortificación gótica se asienta dentro de un foso inmenso. Esta estrategia permitió la construcción de un castillo con altura suficiente como para resistir el asedio. Y que a la vez presentara un perfil bajo a cierta distancia, en prevención del fuego de la artillería. En Buitrago, el diseño sobre el terreno se antoja similar. Los fosos, rampas y muros de contención causan una reducción de la escala del edificio hacia la carretera de acceso, casi como medida de protección. El ladrillo del conjunto camufla la avanzada tecnología satelital del interior. Posteriormente, Cano Lasso recurrió a la metáfora defensiva en otros tres encargos para Telefónica en Madrid y Torrejón de Ardoz.
El arquitecto madrileño que buscó castillos resolvió aquellos proyectos después de formarse durante los años 50 en la exigente escuela de la vivienda social. La Obra Sindical del Hogar le encargó edificios en la capital, Villalba, Badajoz o Santiago de Compostela. En estos últimos dejó la impronta de la galería tradicional gallega como elemento compositivo. “Tenía una comprensión sensible a las diferencias geográficas y climáticas en diversas regiones de España”, apunta Curtis. Aquella experiencia le dotó de una pericia de la que hizo gala en otras residencias de promoción privada. Como las de la calle Basílica en Madrid, proyectadas en 1966 y cuya modernidad sobria cimentó el prestigio tardío de su autor.
La influencia de la arquitectura popular también queda patente en el estudio y la casa que el maestro construyó para sí mismo y su familia en La Florida. Aquí creció Lucía Cano (Madrid, 55 años), que recuerda agarrar desde muy temprano las acuarelas en la mesa de dibujo de su progenitor. Junto a José Selgas, ella forma parte de Selgascano, los únicos españoles que el año pasado participaron en la construcción del pabellón de la Serpentine en Londres. En Los Ángeles acaban de inaugurar las oficinas de Second Home, donde 6.500 palmeras y jacarandas funcionan como otro elemento arquitectónico más. Velan por la sombra y ayudan a dividir el espacio en función de sus usos. Tal vez por influencia de Julio Cano Lasso, que el 30 de octubre habría sumado años.
“Por su época, mi padre tuvo que trabajar con una gran precariedad de medios que nosotros no hemos conocido. Pero nuestros valores son los mismos que los suyos: cercanía con las personas y amor a la naturaleza”, explica la arquitecta. Su progenitor dejó por escrito que no hay material malo si se emplea con acierto. Para ello debe contarse con su envejecimiento, como hizo al diseñar su estudio en La Florida. El musgo que crece en las grietas del ladrillo encalado jamás le molestó. Imprimía, decía, mayor valor a su arquitectura epicúrea. “Supongo que crecer en esta casa ya educa de alguna manera tu mirada”, apunta Lucía Cano en el patio que conecta el pabellón de la vivienda con la zona de trabajo. El mundo cambia, pero el álamo argentado que plantó su padre todavía permanece.
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