El misterio del fuego griego en Albacete
La Universidad de Alicante desvela qué fabricaba un grupo de comerciantes en el siglo VI a. C. en la ciudad que levantaron en un paraje agreste e inaccesible de Hellín
¿Por qué el siglo VI a. C. un grupo de comerciantes llegados desde la costa sureste peninsular levantaron un asentamiento de unos 5.000 metros cuadrados en un inhóspito y agreste cerro del actual Hellín (Albacete), sin tierras cultivables próximas y, además, lo amurallaron fuertemente? De hecho, la excavación arqueológica realizada en la campaña de este año ha sacado a la luz la puerta principal de la fortificación dispuesta como un muelle de carga y descarga. ¿Qué fabricaban, recibían o almacenaban entonces sus pobladores en las incontables vasijas y ánforas que los expertos han desenterrado en el lugar? El estudio Los Almadenes o la meta de un sistema productivo y comercial del siglo VI a. C. a través del río Segura da por primera vez una respuesta a estas incógnitas casi 90 años después del descubrimiento del poblado de forma fortuita en 1931 por los ingenieros de la Confederación Hidrográfica del Segura, que en esas fechas iniciaban la construcción de la presa del pantano de Camarillas.
Ahora, los autores del informe —ocho arqueólogos de la Universidad de Alicante y del Museo de Hellín― ofrecen una sorprendente respuesta: extraían azufre, un elemento químico con múltiples aplicaciones en la vida cotidiana como antiséptico, fungicida o fertilizante, y también fundamental en la fabricación de pólvora. De hecho, el azufre es uno de los componentes del arma incendiaria que siglos después se conocería como “fuego griego", ―una combinación de elementos químicos, incluido el necesario azufre de Hellín para elaborar un producto incendiario que el agua no podía apagar y que destruía ciudades y flotas― y que era perfecto para enriquecerse y dominar los mares.
Las primeras excavaciones se realizaron entre 1993 y 1995. En esas campañas se descubrió el llamado Edificio 1, la primera de la veintena de construcciones que se observan en la superficie del asentamiento. Se trata de una edificación de unos 290 metros cuadrados, “unas dimensiones inéditas para la arquitectura doméstica de época protohistórica”, explica Feliciana Sala Sellés, catedrática de Arqueología de la Universidad de Alicante, quien dirige el proyecto financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y la Universidad de Alicante, y en el que han participado también los expertos Javier López Precioso, Rocío Noval, Víctor Cañavate, Ismael Carratalá, Sara Fernández, Pascual Perdiguero y Patricia Rosell.
En el citado edificio se hallaron “los rastros de un violento incendio que dejó rotos pero in situ todas las ánforas y vasos contenedores, así como el equipamiento doméstico —bancos, hogares, bases de poste…— con un alto grado de conservación, lo que aumentaba su interés”, señala Sala Sellés. El yacimiento se ubica en la cima de un alto del cañón de Los Almadenes, en la margen derecha del río Mundo, próximo a su unión con el Segura, y a una decena de kilómetros de distancia del importante camino que en época romana sería la vía Complutum–Carthago Nova.
Un gran incendio forestal en 2012 que arrasó las sierras del entorno fue clave para resolver la función de este poblamiento. El fuego eliminó la espesa cubierta vegetal de esparto de la zona y puso al descubierto un buen número de edificios no visibles hasta esa fecha. Los trabajos de investigación se retomaron en 2014 centrándose en actualizar la planimetría general que había brotado de las llamas y en normalizar la documentación de las intervenciones anteriores.
La primera sorpresa fue descubrir una fortificación perimetral. Al lienzo de tres metros de anchura del lado meridional, que siempre había estado visible, se sumaban ahora los tramos norte y este, de un metro de espesor. Se intuían, asimismo, dos accesos: una posible poterna en la parte norte y una puerta principal de tres metros en la este. Con un torreón macizo en el ángulo noroeste, la fortificación se mostraba así “compleja y planificada”, muy alejada de la idea inicial de una sencilla muralla en barrera.
Pero las llamas destaparon también el entramado urbano: 15 construcciones más a lo largo de una calle que cruzaba el poblado de este a oeste, además de una gran plaza. La vía recorre el asentamiento longitudinalmente, arranca en la puerta oriental, pasa junto a la fachada norte del Edificio 1 y se dirige al torreón de la esquina occidental. “Se trataba”, dice la catedrática, “de un urbanismo planificado para dejar grandes espacios abiertos entre los edificios, una imagen muy alejada de una trama densa de construcciones organizadas en calles y manzanas”. Los expertos no se enfrentaban, por tanto, a un asentamiento protohistórico al uso, como los que los fenicios fundaron en las costas mediterráneas y atlánticas.
Al iniciar la excavación de la puerta principal de la muralla en 2016 volvieron a aparecer numerosas ánforas y vasos contenedores rotos en el pasillo de entrada. “Semejante acumulación de bienes carece de sentido en un entorno árido como este, nada apto para la agricultura y la ganadería”, asevera el estudio. Por tanto, la pregunta sigue siendo: ¿para qué usaban tantos recipientes? Dado que lo único aprovechable en la zona era el azufre —el yacimiento se encuentra en el centro mismo del coto de Hellín, que desde el siglo XVIII aprovisionaba la Fábrica de Pólvora del Ejército en Javalí Viejo (Murcia)― la respuesta es clara.
“El motivo no pudo ser otro que la explotación de esa materia prima costosa y apreciada que es el azufre. Ello implicaría la existencia en el siglo VI a.C. de un sistema productivo de obtención del producto y su salida comercial a través del río Segura”, asevera Sala Sellés. El hallazgo definitivo fueron los restos microscópicos de azufre en la superficie de fricción de un pequeño machacador de cuarcita y que confirman los análisis en el Departamento de Química Inorgánica de la Universidad de Alicante.
“La acumulación de ánforas en Los Almadenes es de tal magnitud que estamos barajando si no son el recipiente de transporte del azufre. El coste económico y humano que supone construir un espacio fuertemente fortificado en un lugar árido y hostil aporta la certeza de que la fundación obedeció a una empresa socioeconómica capaz de generar enormes beneficios”, se lee en el estudio. Otra prueba más es la puerta de la muralla, cuya excavación financiada por el Instituto de Estudios Albacetenses ha concluido hace unas semanas, mostrándonos que con la roca del escarpe configuran un muelle de carga y descarga. A la fábrica le pusieron una muralla y pasó siglos ignorada, hasta que se produjo un fuego en 2012 y los arqueólogos juntaron las piezas del puzle.
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