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Joe Crepúsculo es súper

El artista presenta ‘SuperCrespus II’, una continuación en clave pop-rock de su primer disco doce años después

Andrea Nogueira Calvar
Joe Crespúsculo, en una imagen de promoción.
Joe Crespúsculo, en una imagen de promoción.silvia coca

Un día antes del impasse de nuestras vidas, grabaron las últimas baterías para su futuro disco. Dos años de trabajo estaban cerca de concluir cuando la pandemia azotó España. Joe Crepúsculo, o Joël Iriarte (San Juan Despí, 39 años), no lo cuenta con escozor, todo lo contrario. “Tuvimos suerte”, afirma. Pudieron –él y su banda– trabajar a distancia en los últimos detalles e incluso añadir alguna canción, como Cuarentena sin ti. Su postura revela mucho del propio artista y de su estilo, que como él mismo describe, intenta representar todas las caras de una persona. Se puede comprobar en su finalmente alumbrado trabajo: SuperCrepus II.

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Este doble álbum es una continuidad, 12 años después, del disco homónimo que sacó a Joe Crepúsculo del desempleo -lo despidieron el mismo mes que publicó el disco-. No fue intencionado: después de un tiempo componiendo, pensando un título, “veía que había una relación entre muchas canciones” de aquel primer disco y que el “romanticismo perverso” estaba también presente en las temáticas. Cada vez más, ambas creaciones se fueron aproximando hasta tener el compendio de 17 temas de SuperCrepus II, una “temeridad” en tiempos breviarios.

El primer SuperCrespus -elegido mejor álbum nacional 2008 por la extinta Rockdelux- fue un disco fresco, grabado en una habitación de Barcelona, “todo de andar por casa”. Así que, aunque con mucho en común, también hay grandes evoluciones de sonido. “He intentado aprender a hacer las cosas mejor, creo que la diferencia es muy grande, pero sí quería la inmediatez del primero”, explica. Este disco mezcla estilos, desde guitarras funk, hasta los tintes flamencos gracias a una colaboración con Tomasito, aunque es eminentemente pop-rock, aparcando por el momento sus incursiones más extravagantes y electrónicas.

No obstante, apunta que lo que más ha cambiado es el propio mercado de la música. Entonces él trabajaba digitalizando archivos, desde multas a manuscritos medievales, y buscaba en las precarias nubes de la web una manera de divulgar su música. “Estábamos intentando aprovecharnos de internet, ahora es internet el que se aprovecha de nosotros”, recuerda este filósofo de formación.

De esa carrera le viene su búsqueda de un “mecanismo en el que haya un error”, un resorte que sacuda al oyente, que altere su sistema. “Crear algo simple, pero que sea un caballo de Troya que lleva algo perverso”, explica. Mientras compone imagina a miles de personas en una discoteca, coreando algo extraño, como Piscibuguer, palabras que “te lleven a una segunda planta de comprensión y que tengan un punto de locura”.

La escena no podrá reproducirse en la vida real debido al coronavirus o, al menos, no tal y cómo él se lo imaginaba. Ha preparado una presentación con banda, algo que sí estaba previsto antes de la covid-19 y sus restricciones. “Es inaudito, estoy ensayando con cinco personas, batería, bajo, dos guitarras: es un disco de rock de banda y para este momento el bacalao de antes no es adecuado”, valora. En mente dos de los conciertos más importantes: 24 de noviembre en el Teatro Calderón de Madrid y el 28 en el Castell de Montjuic de Barcelona. Si la covid.-19 lo permite, serán “muy especiales”.

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Sobre la firma

Andrea Nogueira Calvar
Redactora en EL PAÍS desde 2015. Escribe sobre temas de corporativo, cultura y sociedad. Ha trabajado para Faro de Vigo y la editorial Lonely Planet, entre otros. Es licenciada en Filología Hispánica y máster en Periodismo por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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