La National Gallery propone una visión total de la obra de Artemisia
La exposición indaga la relación entre la vida, intensa y llena de contrastes, y la obra de la pintora barroca, maestra del claroscuro
Artemisia como icono de un feminismo poderoso que responde con fuerza a su agresor. Artemisia como el triunfo contra corriente del talento y la voluntad. Artemisia y la habilidad de añadir expresividad y emoción a una técnica perfecta. Artemisia, la voluptuosidad y picardía de una mujer que se investigó a sí misma desde todos los ángulos hasta tener una noción exacta de su posición en la sociedad y en el mundo del arte. La National Gallery de Londres inaugura finalmente el 3 de octubre, después de un considerable retraso provocado por la pandemia del coronavirus, la exposición Artemisia. Solo su nombre. No han necesitado un título más elaborado para presentar su propuesta. Aunque la frase que incluye el cartel, la respuesta de la pintora a uno de sus clientes, el noble coleccionista de arte siciliano Antonio Ruffo, lo dice todo: “Yo le mostraré a su ilustre señoría lo que una mujer es capaz de hacer”.
“Fue redescubierta en los años setenta del siglo XX, y transformada en un icono feminista. Quiso destacarse su capacidad de resistencia, su tendencia a enfrentarse a todos los episodios de su vida, antes que su propio arte. La exposición pretende ofrecer una visión completa de una artista prodigiosa, que finalmente tenía que ser descubierta. Aunque habría tomado su tiempo, porque era una mujer”, explica Letizia Treves, experta en pintura italiana, española y francesa de finales del siglo XVII y comisaria de la exposición.
La vida de Artemisia Gentileschi (Roma, 1593-Nápoles, 1653) fue tan intensa y llena de contrastes como la técnica del claroscuro que aprendió hasta la perfección del maestro Caravaggio, asiduo visitante durante unos años del estudio del padre de la pintora, Orazio Gentileschi. Y un episodio concreto ha hecho que, durante décadas, muchos hayan querido ver en sus obras una rabia que, probablemente, ella supo convertir en material artístico antes de dejarla atrás. A los 17 años, el pintor Agostino Tassi aprovechó la confianza depositada en él por la familia para buscar un encuentro a solas con la joven. “Me arrojó sobre la cama, apretó mi pecho con su mano y puso su rodilla entre mis muslos para impedir que los cerrara. Me levantó la ropa y puso un pañuelo sobre mi boca para que no pudiera gritar”.
El padre de Artemisia quiso reparar su honor y llevó a Tassi -un mediocre pintor, pero que gozaba de los favores del Papa Inocencio X- ante el tribunal de la curia. Era ella quien debía demostrar que su acusación era cierta, y aceptó ser sometida a una brutal tortura conocida como la sibille, un engranaje de cordones y hierros en los dedos de la víctima para extraer del dolor insoportable la verdad judicial. “È vero, é vero, é vero” (es verdad, es verdad, es verdad), gritó la pintora mientras retorcían las herramientas de su arte. “Este es el anillo que me prometiste, estas son tus promesas”, desafió a su agresor mientras aguantaba el dolor.
“Por fin hemos conseguido una visión de 360 grados de Artemisa. De su arte, de su vida. De su persona", dice Gabriele Finaldi, director de la Galería Nacional de Londres
La transcripción original de las sesiones del juicio, depositadas en el Archivo de Estado de Roma en 1612, forma parte de la exposición, pero sería una anécdota desbordada por la grandeza de la antología de la pintora. La anécdota, sin embargo, se convierte en pieza clave al observar el cuadro Judit decapitando a Holofernes. La monumental escena bíblica, ya ensayada por el padre de Artemisia y otros muchos artistas, mide casi dos metros de altura y 1,60 de ancho. Judit agarra del pelo al general asirio y con la otra mano utiliza su propia espada para rebanarle el cuello mientras yace en la cama. La criada ayuda desde atrás para sujetar al hombre, que se retuerce en un gesto de extrema angustia. La tensión muscular en los brazos de ambas mujeres, su gesto de determinación y los borbotones de sangre que las salpican convierten la escena, a ojos de muchos espectadores, en un símbolo de venganza universal. Artemisia pintó la obra un año después del infame juicio por violación.
Si la decapitación bíblica fue el grito de revancha de la pintora, su triunfo definitivo en un mundo regido por hombres fue la serie completa de Susana y los Viejos. Hasta tres veces imagina la artista el episodio bíblico, en el que Susana es sorprendida en el baño y chantajeada para que entregue sus favores. “Vulnerable en el primero, modesta en el segundo. Pura escena teatral en el tercero, propia de quien domina su técnica y pinta al gusto de sus clientes”, describe Letizia Treves. Susana espantada ante la invasión de su intimidad, en una postura imposible que demuestra el conocimiento exacto de la pintora de la anatomía femenina. Susana aterida frente a dos viejos lascivos, congelada la mirada y el movimiento mientas solo el agua fluye. Y finalmente, Susana victoriosa frente a dos intrusos indeseados.
“Por fin hemos conseguido una visión de 360 grados de Artemisa. De su arte, de su vida. De su persona. Hemos aprendido a conocerla mejor y a entender cuál era su posición en el panorama artístico del XVII”, se felicita el italiano Gabriele Finaldi, director desde 2015 de la National Gallery. Porque la exposición viaja de la tragedia al éxito, a los años de Florencia, Nápoles y Londres en los que Artemisia está considerada una maestra de la época, y su obra reclamada por reyes, nobles y clientes adinerados.
Fue su propio modelo en muchos de los cuadros expuestos, con un conocimiento exacto de gestos y miradas que transformaron sus rasgos peculiares en un canon de belleza femenina
Fue su propio modelo en muchos de los cuadros expuestos, con un conocimiento exacto de gestos y miradas que transformaron sus rasgos peculiares en un canon de belleza femenina. Y entendió, a diferencia de los hombres, que el éxtasis y la sensualidad van normalmente de la mano. María Magdalena en Éxtasis, con la cabeza reclinada hacia la espalda, el hombro descubierto y las manos entrelazadas en la rodilla, dice más sobre el universo femenino que cualquier tratado. Y Cleopatra retiene en su mano la serpiente que le picará mortalmente mientras su cuerpo se estira relajado, dueña de su propio final.
Los originales de las cartas de Artemisia a su amante Francesco Maria Maringhi sirven mejor que ninguna interpretación académica para conocer a una mujer pasional, metódica y provocadora, que se toma en serio su arte y en broma los cambios que experimentaba su cuerpo con los años. Y que mezcló ironía y deseo con deliciosa irreverencia. “Dime que no conoces a otra mujer que no sea tu mano derecha, a la que envidio tanto por sostener aquello que no puedo poseer”. Artemisia.
El recorrido de la muestra culmina con su obra maestra: Autorretrato como Alegoría de la Pintura. Alegoría, porque muestra en la pasión física de una mujer artista, paleta y pincel en ambas manos, la esencia misma del arte. Autorretrato, porque no podía ser otra que Artemisia la que simbolizara que era posible, como ella misma escribió a su cliente Ruffo, “contener el espíritu de César en el alma de una mujer”.
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