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EL INMADURO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Canciones para el fin del mundo

En vista de que se acerca el cataclismo, esta es mi lista musical para enfrentar el apocalipsis con un poco de dignidad y belleza sonoras

Manuel Vilas
The Smiths en una foto promocional de 'Rough Trade'
The Smiths en una foto promocional de 'Rough Trade'

Llegará el día en que solo Spotify, si te lo puedes pagar, venga en tu auxilio y acabe convertido en tu mejor amigo. En vista de que se acerca el cataclismo, esta es mi lista musical para enfrentar el apocalipsis con un poco de dignidad y belleza sonoras.

Hay en esa canción un momento decisivo y es cuando Lole dice “señor de los espacios infinitos”

La primera canción tiene que ser Please, Please, Please de los Smiths, que te pone el alma en alto. Es una canción que sirve para recordar que la dulzura existió alguna vez en el mundo. Si esta canción de los Smiths fuese comida, sería pasta con trufa. La siguiente es una letanía española: Todo es de color de Lole y Manuel. Si fuese comida, sería unos riñones guisados al jerez. Hay en esa canción un momento decisivo y es cuando Lole dice “señor de los espacios infinitos”, en ese momento conviene meterse el primer riñón en la boca y aplastarlo con las muelas.

Prosigamos con la lista. El siguiente corte es el aria Lascia ch´io Pianga de Händel. La comida que le corresponde es la Langosta Thermidor. Lars von Trier usó esta aria en su película El Anticristo, una de esas grandes obras maestras amada por unas cien personas en el mundo entero, entre las cuales me encuentro. La siguiente es Dance Me to the End of Love de Leonard Cohen. La comida que le pega es una dolmadakia, plato de la cocina griega en donde la hoja de parra simboliza amor, melancolía y mar Mediterráneo.

Y cuando el fin del mundo sea inminente, a modo de oración final: ‘Unchained Melody’

No puede faltar La pasión según San Mateo de Bach, cuya equivalencia gastronómica es el teológico ternasco al horno. Tampoco puede quedarse fuera Tatuaje de Concha Piquer, que es una turbia historia de amor, que solo puede compararse con un mendrugo de pan y una sardina de cubo. Pasiones inconfesables laten también en Walk on The Wild Side de Lou Reed, cuya comida es patatas fritas sin más, solo patatas fritas, pero abundantes, y con kétchup y mayonesa. La siguiente es Yesterday de los Beatles. Hay que escucharla comiendo palomitas.

Después Ring of Fire de Johnny Cash, con unas alitas de pollo y salsa picante. Más: el Adagio de Albinoni, con una sopa bullabesa. La bien pagá de Miguel de Molina ha de servirse con lentejas frías. Entre dos aguas de Paco de Lucia con camarones a la diabla con chipotle. La novena sinfonía de Beethoven es un cochinillo segoviano. Purple Rain de Prince funciona bien con unos caracoles a la brasa. El romance de los mozos de Monleón, cantada por La Argentinita y con piano de Federico García Lorca, irá con una ensalada muy verde, con tomates muy rojos y con aceitunas muy negras. Y cuando el fin del mundo sea inminente, a modo de oración final: Unchained Melody de Elvis Presley, servida con una buena ración de tarta de chocolate y helado de fresa.

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