Matt Dillon y la música cubana: una historia de amor
El actor estadounidense estrena hoy en Zinemaldia el documental ‘El gran Fellove’, culminación de una obsesión de 21 años por el músico que dotó al ‘scat’ de filin caribeño
Parecía el típico embarque. Te llaman para contarte que hay un famoso actor norteamericano deslumbrado por la música cubana que acaba de terminar un documental en el que rescata la historia de una vieja gloria olvidada. Te dicen que la película es fantástica, que la vida del músico es extraordinaria y prácticamente desconocida, y que no se trata del clásico acercamiento de Hollywood al tema, lleno de guantanameras, clichés y escenas de cabaré. Y uno se echa a temblar.
Es así como, sin darte cuenta, te ves entrevistando a Matt Dillon tres días antes de que presente hoy lunes El gran Fellove en el Festival de San Sebastián, con la advertencia de que tienes 40 o 45 minutos con el artista, ni uno más. La noche anterior has visto la película y parte de tus prejuicios se han esfumado, pues la historia de Francisco Fellove Valdés es en verdad fascinante, como también lo es la fórmula encontrada por Dillon para contarla. Aun así, todavía te quedan dudas ¿Habrá trampa?
A los cinco minutos de empezar la charla te das cuenta de que no, que el tipo no es ningún bluf, sabe muy bien de qué habla —y lo más importante, lo siente y le apasiona—. Comienza Dillon con una reflexión sobre el filin y su importancia, evoca los inicios del pianista Frank Emilio Flynn en el grupo Loquibambia —“estaban con él el compositor José Antonio Méndez y Omara Portuondo”—, y su paso por Los Modernistas, fundado en 1951 por el propio Flynn con Méndez a la guitarra, Fellove en la voz y Guillermo Barreto en la percusión. Incluye los nombres de Arsenio Rodríguez, el Septeto Habanero, José Antonio o Cesar Portillo de la Luz en su particular olimpo cubano, y te das cuenta de que estás ante algo serio, con fundamento, no es la simple aventura de un gringo que ha llegado, se ha enamorado de la música cubana y en seis meses ha despachado una película y ya está.
Matt Dillon rodó las primeras imágenes de El gran Fellove en 1999, hace 21 años, y eso ya dice bastante. Un tiempo antes, en uno de sus viajes a La Habana, entró a una tienda de discos de la calle Neptuno y compró un vinilo de este showman, cantante y compositor nacido en 1923 en el barrio habanero de Colón.
Con sólo 17 años Fellove compuso Mango, mangüé, un pregón legendario que grabaron todos los grandes, de Benny Moré a Celia Cruz, y Miguelito Valdés el primero. “A Fellove, como a Frank Emilio, Omara o Elena Burque, el jazz les atrapaba y esa influencia convertida en filin la llevaron a la música cubana. Pero Fellove lo hizo de un modo especial”, señala el intérprete de filmes como Drugstore Cowboy o Crash, por la que fue nominado al Oscar.
“Fellove era un espíritu libre, y creó un estilo increíble de scat afrocubano al mezclar las influencias de los grandes improvisadores estadounidenses —Cab Calloway, Louis Armstrong o Ella Fitzgerald— con ritmos como la guaracha, la rumba, el mambo o el chachachá”.
Cuenta Dillon que nada más regresar a Nueva York después de aquel viaje mágico en que descubrió a Fellove, llamó a su gran amigo Joey Altruda para comentarle el hallazgo. Este, contrabajista y complice de Dillon en su adicción al coleccionismo de vinilos, fue quien localizó a Fellove en la ciudad de México, donde el músico se instaló en 1955 y desarrolló toda su carrera, como otros muchos cubanos.
Fascinado por su scat y su versatilidad, Altruda quiso hacer un disco con él y llamó a Dillon para que filmara aquellas sesiones, que son el origen del documental. “Fueron unos días increíbles, Fellove era impresionante, capaz de todo. Le decía, ahora un son, ahora una guaracha. Haz un mambo... una rumba… un chachachá. Lo hacía todo con su estilo irrepetible…”.
Fellove no sabía quién era Dillon y tampoco parecía interesarle demasiado —“me llamaba Mateo”, ríe—. “Llevaba 20 años sin hacer un disco y estaba feliz. Creía que podía sucederle lo mismo que a sus amigos del Buena Vista Social Club, que triunfaron en la vejez”, recuerda. Dillon le preparó una sorpresa: se apareció en el estudio con el gran trompetista cubano Chocolate Armenteros, viejo amigo de Fellove, y así se reunió un piquete de excelentes músicos para acompañarle. El disco se grabó, pero por diversas circunstancias nunca fue editado, para frustración del músico.
Dillon se quedó con aquello por dentro y supo desde entonces que él sería el encargado de dar a conocer la historia de Fellove (fallecido en 2013) y de que su música se difundiera de nuevo. Pero, inconscientemente, intuyó que debía esperar, pues tenía que contar algo más. Tras un largo proceso de aprendizaje e inmersión en la música cubana, veinte años después el resultado es El gran Fellove, un documental que trasciende la historia humana de este cantante y compositor singular para convertirse en una historia universal: la historia de la grandeza de la música popular cubana y de unos artistas que, como Fellove, hicieron su carrera en el exilio sin perder la raíz, siendo fieles hasta el final a la música tradicional cubana, como una filosofía de vida.
El gran Fellove es también una historia de amor, la de Dillon y la música cubana. Gracias a su película —puro cine independiente, hecho con las entrañas— el disco que no salió en 1999 se presentará el año próximo. Y eso le hace más feliz que ganar un Oscar.
Ha pasado hora y media cuando le avisan para que termine. “Cuando choqué con la música afrocubana, ya no quise saber de otra”, confiesa antes de despedirse en español: “¿Qué tiene esta música que te vuelve loco? Sabor, sabor, sabor, y nada más”.
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